sábado, 31 de agosto de 2024

Édouard Schuré - El nacimiento del intelecto y la misión del cristianismo

 

PRIMERA LECCIÓN
Hace comparativamente poco tiempo que se están dando conferencias sobre verdades ocultas. Antiguamente estos conocimientos no eran revelados sino en el seno de las sociedades secretas a aquellos que habían pasado por ciertos grados de iniciación, prometiendo observar estrictamente durante toda la vida, las leyes de la Fraternidad o de la Orden.

Actualmente la humanidad está entrando en un período de agudísima crisis y estas enseñanzas comienzan a ser dadas públicamente. Dentro de veinte años muchas de estas verdades serán del dominio público. ¿Por qué sucede todo esto? Porque la humanidad está entrando en una faz nueva, que trataremos de explicar en esta corta disertación.

En la Edad Media, las enseñanzas ocultas fueron cultivadas sobre todo por los Rosacruces, pero cada vez que se filtraron hasta el mundo exterior fueron malinterpretadas o deformadas. En el siglo XVIII tomaron una forma de diletantismo o de franca charlatanería. Al comienzo del siglo XIX, estas verdades fueron completamente rechazadas por la ciencia, basadas en la observación puramente física. Y sólo ahora, en nuestros días, estas enseñanzas han vuelto a reaparecer para desempeñar en los próximos siglos un papel capital en el desenvolvimiento de la humanidad futura. Y para comprender bien lo que esto significa, no será necesario remontarse a los siglos que precedieron al Cristianismo, contemplando el camino recorrido. El más ligero conocimiento de las condiciones que rigieron en la Edad Media basta para darse cuenta de la diferencia que existe entre el hombre de esa época y el hombre actual.

El hombre del medievo estaba poco desarrollado del lado científico, pero en cambio acusaba un gran desenvolvimiento del lado del sentimiento y de la intuición. Vivía mucho menos en el mundo sensible que en el mundo del más allá que todavía percibía más o menos vagamente. Y entre los hombres de entonces hubo algunos que lograron ponerse en contacto verdadero y entrar realmente en comunicación con los mundos astral y espiritual. La humanidad de la Edad Media, todavía mal instalada en la tierra, tenía su cabeza en el cielo. Las ciudades de entonces eran incómodas, ciertamente, pero representaban mucho mejor al hombre y a su mundo interior. No solamente las grandes catedrales, sino todas las casas y las puertas recordaban al hombre, con sus símbolos, sus creencias, sus sentimientos, sus aspiraciones, todo el mundo de su alma.

Actualmente sabemos muchísimas cosas y las relaciones entre los hombres se han multiplicado hasta el infinito, pero vivimos en nuestras ciudades como en medio de fábricas que producen un ruido atronador, o como si fueran gigantescas torres de Babel, donde nadie se entiende en medio del caos más espantoso y donde no hay absolutamente nada que nos recuerde nuestro mundo interior. Este mundo interior no nos habla más por la contemplación sino por los libros. De intuitivos nos hemos convertido en intelectuales. Nos será necesario retroceder mucho más allá de la Edad Media para descubrir los orígenes de esta corriente intelectual. La época en que nació el intelecto humano, o en que se produjo esta gran transformación, remonta hasta unos mil años antes de nuestra era. Fue en la época de Thales, de Pitágoras, Buda.

Entonces aparecieron por primera vez la filosofía y la ciencia, es decir, la verdad presentada a la sazón en una forma lógica. Lo que antes había existido era la verdad presentada bajo la forma de religión, de revelación, percibida por los reveladores y aceptada por las masas. Actualmente la verdad pasa a la inteligencia individual y quiere allí ser demostrada y comprendida. ¿Qué se había producido en la naturaleza íntima del hombre para justificar este movimiento que hizo pasar su conciencia del plano intuitivo al plano de la razón?. Rozamos aquí una de las leyes fundamentales de la historia, una ley que todavía no es conocida de la conciencia contemporánea. Y esa ley puede formularse así: La humanidad evoluciona de manera que exteriorice y desenvuelva sucesivamente las partes constitutivas del ser humano. Y ahora se preguntará, ¿cuáles son esas partes?

El hombre tiene primeramente un cuerpo físico; lo tiene en común con el Reino Mineral. Todo el Reino Mineral se encuentra en la química del cuerpo. Luego el hombre tiene un cuerpo etérico, que es realmente lo que podríamos llamar su vitalidad y que comparte con el Reino Vegetal. El cuerpo etérico es el que crea la actividad de la nutrición y de las fuerzas del crecimiento y de la reproducción. El hombre posee además, un cuerpo astral, donde tienen su origen los sentimientos, las pasiones, el goce y el sufrimiento, etc. Este cuerpo lo tiene el hombre en común con los animales. Fue denominado cuerpo astral por los Rosacruces y algunos de sus sucesores como Paracelso, porque realmente está en relación magnética con los astros.

Y, finalmente, hay algo en el hombre que uno no puede llamar ya cuerpo, sino que es como una esencia, aquello íntimo que lo distingue de todos los demás seres, tanto de la piedra, como de la planta o del animal, y es eso que el hombre llama su “Yo”, la chispa divina que reside en él. Los hindúes lo llaman «Manas». Los Rosacruces lo denominan el «Inefable» o «Indecible». Todo cuerpo no es realmente más que un fragmento, una partícula de otro cuerpo, pero el Yo del hombre no pertenece a nadie sino a sí mismo. Yo soy: he aquí todo lo que él puede decir.

Es aquello que los demás llaman «tú» y que no puede ser confundido con ninguna otra cosa en el universo. Y es merced a ese Yo inefable o inexpresable e incomunicable, como el hombre se eleva por encima de todos los demás seres terrestres, de todos los animales, y de toda la creación. Y es gracias a él como el hombre mismo se comunica con el Yo Infinito, con Dios mismo.

Y he aquí por qué, en el santuario oculto de los hebreos, el oficiante decía en ciertos días al Sumo Sacerdote: Schem-Ham-Phoras ? que significa, ¿cuál es su nombre? (el nombre de Dios). Y el Sumo Sacerdote contestaba: Yod-He-Vau-Hé, o, en una sola palabra: YEV o YOH, lo que significaba Dios, la naturaleza y el hombre, o bien lo indecible e inexpresable yo humano y Divino.

Las partes del ser humano que acabamos de caracterizar han sido todas dadas al hombre en épocas lejanas de su inmensa evolución, pero no se desarrollan sino muy lentamente y una por una. Y el objetivo especial del período que comenzó mil años antes de la era Cristiana y se prosiguió a través de los dos mil años que siguieron al Cristianismo, fue el desenvolver el Yo Humano en el sentido intelectual.

Pero, por encima del plano intelectual, se encuentra el plano espiritual. Y a ese plano llegará la humanidad en los siglos venideros y ya está dirigiéndose hacia él actualmente. Y precisamente fue el Cristo y el Cristianismo quién sembró en el mundo los gérmenes de este desenvolvimiento. Pero antes de hablar de este mundo espiritual debemos recordar uno de los medios o fuerzas mediante las cuales la humanidad pasó en masa del plano astral al plano intelectual, lo cual se realizó mediante un nuevo modo de casamiento o unión sexual.

Antiguamente los matrimonios se realizaban dentro de la misma tribu, del mismo clan, que no era más que una extensión de la misma familia. Algunas veces el casamiento se realizaba entre hermanos, pero al llegar los nuevos tiempos, los hombres sintieron el deseo de buscar sus mujeres fuera de su tribu o de la comunidad cívica en que vivían. La Amada se convirtió así en la Extranjera, en la Desconocida. El Amor, que antes no había sido otra cosa que una función natural y social, se convirtió en Deseo personal y el matrimonio se transformó en una elección libre. Esto es ya lo que aparece en ciertos mitos Griegos como el rapto de Helena o mejor aun en los mitos Escandinavos y Germánicos de Sigurd y de Gudrun. El amor se transformó así en una aventura y la mujer en una conquista.

Ahora bien: este pasaje del matrimonio patriarcal al matrimonio libre corresponde al nuevo desenvolvimiento de las facultades intelectuales del yo humano, al mismo tiempo que al eclipse momentáneo de las facultades astrales de la vista y de la lectura directa en el mundo astral y espiritual, facultades que el lenguaje común resume en la palabra «Inspiración».

En este punto se inserta el Cristianismo. La fraternidad humana y el culto del Dios único son, sin duda, las características esenciales del Cristianismo, pero no son otra cosa que la faz externa y social y no la faz interna y espiritual. La novedad misteriosa, íntima y trascendental del Cristianismo, es la de haber creado el Amor Espiritual, el fermento que transforma al hombre interior, la levadura que levanta al mundo entero. El Cristo vino para decirnos: «Si no abandonas a tu madre, a tu mujer y a tu mismo cuerpo, no podrás ser Mi discípulo.» Esto no significa la cesación de todos los lazos naturales, sino que el Amor debe extenderse más allá de la familia a todos los hombres, transformándose en una fuerza vivificante y creadora, en una fuerza de transmutación.

Este amor de que los Rosacruces hicieron el principio básico de su fraternidad oculta, pero que sus tiempos no podían todavía comprender, está destinado a cambiar totalmente la esencia de la religión, del culto y de la ciencia misma.

La marcha de la humanidad va de lo espiritual inconsciente, de antes del Cristianismo, a través del intelectualismo, que es la época actual, hacia lo espiritual consciente, en la cual se reúnen, concentran y dinamizan las facultades astrales e intelectuales por la fuerza del Amor Espiritual y del Espíritu del Amor. Así es como la Teología se transforma en Teosofía. ¿Qué es la Teología? El conocimiento de Dios impuesto desde el exterior bajo la forma de dogma, como una especie de lógica sobrenatural pero completamente exterior al hombre. ¿Qué es la Teosofía? El conocimiento de Dios abriéndose como una flor dentro del Alma individual.

El Dios que desapareció del mundo, renace en el fondo de los corazones. Y es así como este Cristianismo, comprendido en el sentido Rosacruz, es a la vez el más poderoso desarrollo de la libertad individual y de la religión universal por la fraternidad de las almas libres. La tiranía de los dogmas queda así reemplazada por la irradiación de la Sabiduría Divina que es a la vez la Inteligencia, el Amor y la Acción.

La Ciencia resultante se medirá no por sus razonamientos abstractos o por su sumisión exterior, sino por su poner para hacer abrir y florecer las Almas internas. He aquí la diferencia entre la Logia y la Sophia, entre la Ciencia y la Sabiduría Divina, entre la Teología y la Teosofía. Es así como el Cristo es el centro absoluto de la Evolución Esotérica del Occidente.

Ciertos teólogos modernos, sobre todo en Alemania, trataron de representar al Cristo como un hombre sencillo e ingenuo. Es un grandísimo error. En EL residía la conciencia más elevada, la más profunda Sabiduría y el amor más universal y divino. Si no hubiera tenido esa conciencia, ¿cómo podría haber sido EL la manifestación capital en el seno de toda nuestra evolución planetaria? ¿Cómo podría haber poseído semejante poder para adelantarse en tal forma a Su Época?.  Y esa conciencia superior, ¿de dónde podía haberle venido? 

Édouard Schuré - El interior de la tierra y el problema del mal

 

En vez de comentar la Iniciación Rosacruz, en la que se revela el alma del Cristianismo y que nos transporta a los mundos invisibles, es preferible insistir en la 16ª Conferencia, de una novedad no menos apasionante. El pensador-vidente, el Dr. Rudolf Steiner, nos da allí un ejemplo notable de su manera de contemplar la naturaleza visible para penetrar en la esencia de la misma. Se tiene la sensación de ver cómo la materia se vuelve translucida, revelándose, súbitamente, el espíritu que en ella se encierra. El título eminentemente sugestivo de esta conferencia es: «Los Volcanes, los Terremotos y la Voluntad Humana». Es una cuestión tanto más importante como que aquí, aparece como ligada a la raíz de la naturaleza humana.

El misterio del interior de la Tierra, base y teatro de la evolución humana es uno de los numerosos problemas que la ciencia materialista no ha podido resolver jamás, a pesar de todas sus investigaciones. Muchos sabios se la figuran como una masa ígnea que trata de romper la costra; otros creen que es una masa compacta y mineral, lo cual no explica ni los volcanes ni los terremotos. Ahora bien, como todos los planetas y soles, la Tierra es un ser viviente, dotado de un organismo interno, indispensable para sus funciones y para desempeñar el papel que tiene asignado en el Cosmos, Rudolf Steiner ha visto la Tierra bajo la forma de nueve capas superpuestas o, mejor dicho, de nueve esferas unas dentro de otras. Las ocho capas internas que se encuentran por debajo de la corteza, representan, en alguna forma, los órganos fisiológicos de nuestro planeta, órganos de los cuales emana y depende toda la vida. La sustancia de las ocho esferas internas no se parece a la materia mineral que forma su caparazón exterior o sea, en cierto sentido, su piel. Los elementos que componen estas capas internas son semilíquidos y semigaseosos. Es la cuarta, a contar del centro, y la sexta, a contar desde la corteza mineral externa. El fuego interior comunica con esta por conductos que son verdaderos respiradores. De allí surgen las erupciones volcánicas.

Si se abarca desde un golpe de vista esta constitución interior de la Tierra, llama la atención sobre todo un hecho notable; su plan es una representación gráfica de las fuerzas concentradas en el planeta, que han ayudado a su formación durante sus metamorfosis sucesivas, desde la nebulosa saturnina, a través del período solar y lunar, hasta llegar a la formación actual; fuerzas que han trabajado igualmente en la formación del hombre y que se encuentran más activas que nunca en la humanidad actual.

El Egoísmo y la Magia Negra forman el centro opaco de la Tierra, porque el egoísmo, el amor de sí mismo por sí, del cual la magia negra no es más que la exasperación o el exceso, es indispensable para el desenvolvimiento de la individualidad humana. El egoísmo produce fatalmente el odio y la lucha representados por las dos capas sucesivas:
La División y
El Prisma, en la que las individualidades se multiplican y diversifican para combatirse entre sí. Este primer temario representa lo que fue el núcleo de la tierra en la nebulosa primitiva. Esta base es indispensable a toda evolución posterior. Es el trampolín desde el cual la individualidad podrá lanzarse hacia las esferas superiores, a condición de que el egoísmo, es decir, el principio del Mal, sea vencido y transformado por las fuerzas superiores que vienen del Sol y del Firmamento, fuerzas de las cuales Dios es la fuente, mientras que la libertad humana es el artesano. El período en el que la Tierra estaba todavía unida a la Luna está señalado en su constitución interna por la conjunción de tres otras esferas elementales:
El Principio Igneo que contiene los impulsos voluntarios produce las erupciones volcánicas, cuando logra abrirse camino a través de la corteza mineral de la Tierra.
La Vida Vegetal que se encuentra encima de aquél y
El Torbellino de fuerzas animales, donde germinan y se gastan en un laboratorio siempre en actividad, todos los embriones etéricos del mundo de los vivos, destinos a arrastrarse, a caminar o a volar sobre la superficie del globo. Este segundo temario de la constitución interior de la Tierra es un resto del período en que ésta estaba todavía unida a la Luna. Su superficie estaba entonces formada por una especie de turba de la que surgían seres híbridos, semivegetales, semimoluscoides, con tentáculos gigantescos, en tanto que los gérmenes de toda la flora y la fauna, terrestre flotaban en la atmósfera semilíquida y semivaporosa. El Génesis de Moisés caracteriza este período con estas palabras admirables: «La tinieblas estaban sobre la faz del Abismo y el Espíritu de Dios se movía sobre las aguas». El tercer temario de los órganos internos de la tierra corresponde a su forma actual. Su última metamorfosis ocurrió al separarse de la luna. Este acontecimiento ha quedado marcado en su constitución por dos nuevos elementos que son como la reproducción humana de su centro:
La Conciencia Invertida, en la que todo se cambia en su opuesto o contrario.
La Vida Negativa o la Muerte en cuyo estrato perecería todo ser que en él se hundiera. Es la Estigia de los griegos, maldita por los dioses de la Vida y de la Belleza.
Encima de todo se extiende la caparazón sólida o Estrato Mineral de la Tierra, teatro de la Humanidad. Es necesario reconocer que este cuadro extraordinario del interior de nuestro planeta no puede ser controlado por ninguno de los medios de observación de la ciencia natural.

Sólo un vidente del mismo poder que el Dr. Steiner podría contradecirlo o confirmarlo pero por otro lado también es innegable que este esquema de la constitución terrestre abre perspectivas inesperadas con respecto a toda la evolución humana. Esta visión lleva en sí misma un poder de persuasión extraordinario y singular. Su verdad se demuestra en cierta manera, por los efectos que produce en nosotros. El paralelismo entre el Fuego cósmico y las pasiones humanas, su parentesco íntimo, su acción recíproca y sus reacciones formidables, arrojan un rayo de luz sobre el origen del Mal.

Muchos historiadores han constatado que las grandes crisis de la historia -guerras, revoluciones, catástrofes sociales- suelen ir acompañadas casi siempre de cataclismos terrestres- terremotos, erupciones volcánicas. Las pasiones humanas obran magnéticamente sobre el fuego interior de la tierra y éste, alimenta las pasiones del hombre. Así es como el fuego, destinado a producir la vida, da origen al mal, bajo el impulso de la voluntad humana.

Por lo tanto, esta Tierra, que tiene por corazón el egoísmo, indispensable para el desenvolvimiento de la individualidad, no es por ello menos sólida como base e inquebrantable trampolín para que el Alma que allí se apoya pueda saltar hacia los Mundos Espirituales que la incuban y la forman mediante el Verbo solar, atrayéndola hacia el firmamento del Mundo Espiritual. El Mal se torna así como un fermento de la Evolución, a condición de ser finalmente vencido por el Bien. El hombre liberado, desde el día en que puede elegir libremente entre el mal y el bien, sostiene la balanza entre el Destino y la Providencia. Su deseo de lo divino crea el entusiasmo. Por su propio esfuerzo puede lanzarse hacia la verdad sublime que domina todo el Universo.

Y así es como Satán-Ahrimán, el demonio de la Negación y del Odio, queda arrasado por el genio del Amor Infinito que irradia del Verbo de Cristo. Del otro lado, Lucifer, el genio de la Inteligencia y de la Belleza, redimido de su caída en el mundo inferior de la materia, está a punto de volver a tomar su antorcha y recuperar sus alas para seguir a su estrella. Pero su terrible compañero Ahrimán, encadenado por el Cristo, trata de romper sus ligaduras para impedírselo.

Tal es, expresado simbólicamente, el estado de las fuerzas espirituales que se agitan actualmente detrás de nuestro mundo y del cual tenemos que soportar los contragolpes. La Antroposofía es la tentativa más notable de los tiempos actuales para restablecer la armonía entre el mundo material y el mundo espiritual, y, por consiguiente, entre la Ciencia y la Religión, como así también en el dominio social.

En verdad, la hora es grave, nunca ha estado la humanidad frente a un peligro mayor. Las fuerzas del mal están organizadas, en tanto que las del bien no lo están. Esto queda bien demostrado por los estragos del bolcheviquismo y del fascismo, que son la aplicación estricta del materialismo destructor. La unión de todas las fuerzas espirituales de que dispone la humanidad no será demasiado para combatir esta calamidad. Pero esta unión exige un ideal elevadísimo y amplísimo, porque el hombre quiere saber hacia dónde va en este mundo y en el otro. Le es necesario un objetivo sublime en el más allá y un principio de realización inmediata aquí mismo. «No se puede vencer al Mal, -dice el Dr. Steiner-, mas que mediante un elevado ideal. Un hombre sin ideales es un hombre sin fuerza. El ideal desempeña el mismo papel en la vida del hombre que el vapor en la locomotora: es su fuerza motriz».

La ciencia que adquirió el Dr. Steiner en el curso de su vida y durante su apostolado de más de un cuarto de siglo, está desparramada en todos sus escritos, en numeros ciclos de conferencias, la mayor parte de las cuales fueron taquigrafiadas. El interés particular de las conferencias que van a leer, reside en que nos muestran el genio de este pensador-vidente, desde los comienzos de su carrera en el apogeo de su inspiración en el momento en que su pensamiento sintético surgía ya armado de su cerebro. Los que lean atentamente estas notas encontrarán quizás, aquí y allá, algo de esta potencia evocadora que tenía la palabra viviente del maestro.

Yo tuve personalmente un ejemplo emocionante durante las conferencias que dio sobre «La Evolución Planetaria» y «Las Jerarquías Espirituales», al oírle pronunciar estas frases: «los pensamientos de los dioses son algo muy distinto de los pensamientos de los hombres. Los pensamientos de los hombres son imágenes; los pensamientos de los dioses son seres vivientes».

Tales visiones irradian su luz sobre el Infinito. Se percibe en ellas un eco lejano del Verbo Creador, invocado por San Juan en el comienzo de su Evangelio. Su vibración nos atraviesa como el son primordial cuyas armonías despiertan mundos enteros de donde brota la luz.

Édouard Schuré - Jesucristo, eje de la evolución humana – La iniciación Rosacruz

 

He aquí el peligro extremo que requirió la encarnación del Verbo que era desde el principio; del Verbo divino en figura humana. De ahí la misión de Jesucristo predicha desde las más remotas edades, bajo diversos nombres y en distintos santuarios de la India, Persia, Caldea, y especialmente anunciada en la visión de Osiris resucitado, llamado el Sol de Medianoche en las criptas del Egipto. La humanidad había llegado a un punto de materialización, tal que no podía ser salvada a menos que el Espíritu Divino se manifestara sobre el mundo físico. Y es por esto que la LUZ que hasta entonces no había hecho más que planear sobre el mundo, esa LUZ llena de Gracia y de Verdad, descendió a las tinieblas del infierno terrestre para encarnarse en la persona de Jesús de Nazareth, convirtiéndose en el eje de la Evolución Humana.

Este fue el hecho prodigioso, una revolución interior de un alcance incalculable, que debía cambiar la faz del mundo entero. De ahí resultó una transformación de la mentalidad humana, cuyos dos polos fueron en cierta medida invertidos.

Hubo como una escisión, una solución de continuidad entre las dos grandes facultades humanas: la Sensibilidad y la Inteligencia, la Intuición y la Razón. Hasta entonces la intuición había dominado por la videncia, y la razón no había desempeñado más que un papel secundario: la Ciencia no era más que la dosis, hija de la Religión. La Sabiduría primordial era una continuación armoniosa de ambas. Ahora la conquista, el dominio del mundo material, se convertía en el objeto principal de la humanidad. La razón fue así predominando sobre el sentimiento, el cual, desde entonces, tuvo que vivir su vida aparte. De un lado, la razón triunfaba con el silogismo de Aristóteles, del otro, el sentimiento celebraba su más sublime victoria con la vida, la muerte y la resurrección de Jesús. La Ciencia y Religión se convertían en dos potencias separadas, que pronto se hicieron rivales y más tarde mortales enemigas. En Religión, bastaba con creer en el Cristo para lograr la salvación. Por el otro lado, la Ciencia no tardó en proclamar que todo lo que no hubiera pasado por el tamiz de la observación física y el silogismo no tenía realidad alguna. De ahí ese dualismo que desde hace dos mil años divide y desgarra a la conciencia humana. Puede encontrársele una ventaja en el hecho de que ha contribuido a desarrollar hasta el extremo máximo ambos polos del alma, las dos facultades dueñas de la inteligencia. Pero actualmente, la razón exclusiva ha arrasado la intuición de la ciencia y la ciencia de la educación y nuestra civilización materialista ha llegado así a un grado tal de anarquía que está otra vez amenazada en su existencia misma.

Ahora bien, el objetivo esencial del esoterismo cristiano fue, desde sus mismos comienzos, remediar este dualismo y preparar conceptos y disciplinas capaces de reconciliar a las dos potencias enemigas: la Religión y la Ciencia, la Intuición y la Razón, cuyo entendimiento y acción combinadas son las únicas capaces de alcanzar la verdad y asegurar el desenvolvimiento normal de la humanidad.

Dos ideas especiales han caracterizado en todo tiempo la tradición esotérica. En primer lugar la de la pluralidad de las existencias ascendentes del Alma; luego, la concepción particular del origen del mal y el medio mediante el cual el hombre puede convertirse en dueño y señor de todo. Por este mismo motivo, todos los grandes maestros del esoterismo han recomendado siempre a sus discípulos practicar simultáneamente, para llegar con seguridad a la Verdad, las dos vías iniciáticas: La Senda del Misticismo, o sea la contemplación extática del Mundo Espiritual y la Senda Racional o sea la contemplación sintética del Universo visible y de las ideas madres, que provienen de las jerarquías espirituales, pero que la inteligencia humana puede alcanzar por la intuición misma, aunque no posea la clarividencia propiamente dicha. Se leerá, con gran curiosidad, la octava conferencia del Dr. Steiner, en que éste nos dice cómo los Rosacruces llegaban a identificarse con el Cristo, meditando sobre los catorce primeros versículos del Evangelio de San Juan. En visiones sucesivas revivían enseguida las siete etapas del Calvario, después la flagelación y la coronación de espinas, pasando luego por el transportamiento de la cruz, hasta la muerte mística y la resurrección inefable, en la que, en un océano de amor indescriptible, sentían vibrar el Verbo, el Verbo que era en el principio, el son primordial de donde surgía la Luz espiritual que creaba las almas y compenetraba el mundo entero. La interpretación cósmica que acompaña e ilumina estas estaciones de la cruz, es particularmente emotiva y sugestiva.

Édouard Schuré - Origen del Esoterismo Cristiano

 

La diferencia esencial entre la teosofía hindú y la antroposofía reside en el papel capital que esta última atribuye al Cristo en la Evolución humana y en sus estrechísimas relaciones con la tradición Rosacruz. Esta idea ya surge de las dos primeras conferencias tituladas: “El Nacimiento del Intelecto Humano” y “La misión del maniqueísmo”.

El Dr. Steiner, mejor que ningún otro ocultista, vio la  profunda transformación que se operó en el curso de los tiempos, en la constitución físico-psíquica del hombre y en la forma de percibir la verdad. En el antiguo ciclo, antes de Cristo, la humanidad estaba todavía dotada de una videncia atávica y colectiva. En la época atlante, el hombre vivía más en el otro mundo que en éste. Su razón era embrionaria. La videncia psíquica era su facultad dominante y su modo principal de conocimiento. Pero no tenía de los mundos superiores más que una percepción confusa y caótica. Esta facultad fue disminuyendo y esfumándose gradualmente en la evolución posterior: la observación de la Naturaleza y la razón fueron tomando su lugar. El Yoga de los Rishis de la India, de donde salieron todas las mitologías y todas las religiones arias, fue un poderoso esfuerzo para recuperar la clarividencia perdida y, al mismo tiempo, para ordenarla de acuerdo con la jerarquía de las potencias cósmicas. Pero, poco antes de la venida de Cristo, la Humanidad, ya llegaba al último grado de descenso en la materia, atravesaba una crisis espantosa. Las pasiones del mundo animal, de donde había surgido, amenazaban con arrasarla. La civilización misma estaba en peligro. La Psiquis humana, que, mediante un larguísimo trabajo, se había desprendido de las tinieblas primitivas, corría el riesgo de perecer en la decadencia griega y en las orgías romanas.

Édouard Schuré - Tratado de Cosmogonía

 

En el mes de mayo de 1906 el Dr. Steiner vino a París con algunos discípulos para dar una serie de conferencias privadas, reducidas a un círculo íntimo. Nunca lo había visto; apenas si sabía que existía. Pero a propósito de uno de mis libros, (el drama «Les Enfants de Lucifer»), había estado en correspondencia con su distinguida amiga, Mlle. de Sivers, que más tarde se convirtió en su esposa y en su colaboradora más inteligente y eficaz. Y fue ella la que, un buen día, trajo al maestro a mi gabinete de trabajo.

Nunca jamás olvidaré la impresión extraordinaria que me hizo este hombre al entrar en mi despacho. Al ver su rostro enflaquecido, pero de una serenidad poderosa y abrumadora, sus ojos negros y misteriosos, donde brillaba una luz maravillosa que surgía de insondables profundidades, tuve, por primera vez en mi vida, la convicción de encontrarme frente a uno de esos videntes sublimes, que tienen la percepción directa del más allá. Yo había descrito intuitiva y poéticamente hombres parecidos en mi obra «Los Grandes Iniciados», pero jamás había esperado encontrar a alguno de ellos en este mundo. La sensación fue instantánea e irresistible. Era a la vez lo inesperado y lo ya visto. Antes de que él hubiera abierto la boca la voz interior me decía: «He aquí a un verdadero maestro, que desempeñará un gran papel en tu vida».

Nuestras siguientes relaciones me demostraron que esta primera impresión no había sido una ilusión. La serie de sus conferencias que se siguieron día tras día y cuyo programa no había sido anunciado por el orador, exitaron mi mayor interés. Este programa comprendía todo el conjunto de su filosofía, pero sólo desenvolvía los puntos más salientes. Se diría que el maestro sólo quería mostrarnos el plan general, contemplado desde la más alta cumbre. Su elocuencia cálida y persuasiva, iluminada por un pensamiento siempre claro, me cautivó completamente por dos facultades de un género imprevisto.

En primer lugar, se destacaba su poder plástico y evocador. Cuando hablaba de los fenómenos y de las entidades del mundo invisible, tenía el aire de andar como en su propio hogar. Relataba las cosas que pasaban en esos dominios desconocidos en términos familiares, con detalles precisos, como los hechos más ordinarios. No describía «sino que veía y hacía ver» los objetos y las escenas, cuyos aspectos cósmicos tenían la nitidez de las cosas reales. Al escucharlo, era imposible dudar de la fuerza de su visión astral, tan límpida y precisa como la mejor visión física.

Y había otra particularidad notable: En este filósofo místico, en este pensador vidente, todas las experiencias psíquicas eran puestas en relación con las leyes inmutables de la Naturaleza física. Estas leyes servían para explicar y clasificar los fenómenos psíquicos que se presentan al principio al vidente en toda su prodigiosa variedad, en un florecimiento turbador. Luego, por un contragolpe maravilloso, estos fenómenos sutiles y fluidos, convertidos en potencias cósmicas, desplegados en una magnífica jerarquía, aclaraban e iluminaban todo el edificio de la naturaleza material con una luz completamente nueva. Reunían las diversas partes y las atravesaban de parte a parte, de arriba a abajo y de abajo a arriba. Permitían así, percibir la arquitectura grandiosa del Universo «por dentro», donde todo lo visible emana de lo invisible, en un nacimiento incesante.

Yo no había tomado nota alguna de la primera conferencia del doctor Steiner, pero ella me había afectado en tal forma, que, al regresar a mi casa, sentí la imperiosa necesidad de reproducirla y escribirla, sin olvidar un solo eslabón de esos pensamientos luminosos. La asimilación había sido tan completa, que no encontré ninguna dificultad en mi trabajo, pero por una trasmutación involuntaria e inmediata, el texto alemán que se había grabado en mi memoria se reproducía automáticamente en francés. La misma operación se repitió en las dieciocho conferencias, las cuales formaron un cuaderno que conservé como raro y rico tesoro. Estas conferencias, que nunca fueron taquigrafiadas, ni corregidas por su autor, no se encuentran en la colección de conferencias publicadas por él o dactilografiada por los miembros de la Sociedad Antroposófica. Son por lo tanto, absolutamente inéditas. Algunos miembros del grupo francés de esta sociedad expresaron su deseo de hacerlas aparecer en un volumen, a lo cual accedí tanto más gustosamente, cuanto que estas conferencias preciosas marcan un momento capital en el pensamiento del doctor Steiner: la concepción espontánea y genial y su primera cristalización. En fin, me siento feliz de poder rendir este homenaje al maestro incomparable, a quien debo una de las más grandes revelaciones de mi vida.

Édouard Schuré - Los hijos de Lucifer

 


Hace una semana, estuve hablando ante ustedes sobre la idea de Lucifer. En relación con esa última charla, me gustaría explicar algo sobre la misma idea y su significado para la evolución humana y puedo conectarla con una excelente obra maestra, con "Los hijos de Lucifer" (1900) de Édouard Schuré (1841-1929, escritor francés, teósofo).
Alguien que considere la teosofía sólo como una suma de enseñanzas y dogmas o la Sociedad Teosófica sólo como una secta que se ocupa de determinadas ideas religioso-filosóficas o de otro tipo y que tiene como objetivo un estilo de vida correspondiente, tal vez se sorprenda un poco sobre el tema de esta charla. Sin embargo, quien considera la teosofía como algo que hay que considerar como una profundización de toda nuestra vida espiritual, más aún, como una profundización de toda nuestra cultura, encuentra comprensible que la teosofía no se busque sólo dentro de las estrechas fronteras, sino en todas las regiones, en todas las ramas de la vida y, por tanto, también en el arte sobre todo.

Muchas personas tienen un punto de vista que les lleva a creer que la teosofía es algo ajeno al mundo, incluso algo hostil a la vida. Los que creen así no han adoptado todavía la base real del movimiento mundial teosófico.

Sólo una obra de arte como Los hijos de Lucifer de Édouard Schure nos muestra que la creación viva del artista no sólo no se ve perjudicada por la profundización teosófica, sino que la verdadera teosofía y la verdadera vida teosófica son capaces de inspirar el arte en el sentido más eminente y darle impulsos excepcionalmente fuertes.

De hecho, me gustaría enlazar con este drama Los hijos de Lucifer. Sin embargo, sólo si nos embarcamos en el modo de formación de esta poesía dramática en nuestro tiempo y en la peculiar estructura del espíritu de la que ha surgido esta obra de arte, somos capaces de profundizar en la vida teosófica al mismo tiempo.

Schuré ha sacado probablemente las mejores fuerzas de su obra sólo de la cosmovisión teosófica, y pertenece ciertamente a los autores más exquisitos en el campo teosófico. Quien quiera acceder a la vida teosófica desde otro punto de vista que no sea el de los compendios y manuales menores conocidos, puede hacerlo con la ayuda de las obras de Schuré. Ya la característica de cómo Schuré llegó a lo que debía inspirar su mente para expresar artísticamente lo que tenemos en Los Hijos de Lucifer es teosóficamente muy interesante.

Nos lo cuenta el bello monumento que él erigió en honor de alguien que le influyó en su vida anímica lo más profundamente posible. Nos encontramos ante un hecho extremadamente interesante de la vida cultural moderna. Édouard Schuré publicó un libro y lo dotó de una introducción que proviene de una personalidad que había indagado profundamente en los secretos de la existencia. Es un libro en el que se reconoce al artista. En este libro se respira, por lo demás, un espíritu que difiere del que podemos encontrar en escritos similares, un espíritu que ha procesado y asumido inmediatamente la verdadera teosofía en sí mismo como vida. Schuré llama a esta personalidad - Marguerita Albana Mignaty (1827-1887), que escribió sobre Corregio (Antonio Allegri da C., 1489-1534. Pintor italiano) - su guía durante su vida, él la denomina espíritu de su alma después de su muerte. No se puede expresar esto con más propiedad que él si se mira la psicología de la obra de Schuré.

En el último tercio del siglo XIX se concedió a algunas naturalezas con inclinaciones más profundas volver a mirar la verdadera vida espiritual, después de que durante mucho tiempo se entendiera la palabra espíritu apenas como algo más que una suma de abstracciones, después de que durante mucho tiempo no se relacionara, en realidad, nada real con la palabra espíritu.

Si -por un lado- nos adentramos en la creación de Schuré y -por otro- en la mente de aquella personalidad a la que llama su guía, inmediatamente nos hace recordar lo que se entendía dentro de la visión mistérica griega, en la aurora de nuestra vida cultural occidental, mediante los conceptos de dios y de la vida divina. La palabra teosofía se originó más tarde. El primero en utilizarla fue el apóstol Pablo. Sin embargo, era una propiedad común de todas las personas que reconocen más profundamente. Sólo hay que involucrarse en lo que existía dentro del cristianismo espiritualizado como teosofía, como concepto divino, como concepto de la vida divina, y se puede captar de inmediato el hecho del espíritu de un modo distinto al que es posible con los conceptos modernos, ya que siguen siendo bastante habituales. El griego entendía por dios, por el ser divino, tan solo que tal ser supera al ser humano, en efecto, en lo que concierne a sus cualidades, en lo que concierne a sus capacidades, pero que es similar al ser humano. Califica al ser humano como un dios en devenir, y entiende a los dioses como aquellos seres que alguna vez debieron pasar por la escuela de la humanidad. Cuando el griego miraba a su dios, se decía a sí mismo: los dioses pasaron una vez por los sufrimientos y las alegrías, por la experiencia de la vida, por la que yo tengo que pasar ahora. Ellos pasaron una vez por esta escuela de la vida, que yo he terminado ahora, y me alzo a esas esferas de creación posterior, en las que los dioses están hoy. - El griego llama a sus dioses hermanos mayores en toda la evolución cósmica, y considera al propio ser humano como un boceto que debe algún día llegará a ser lo mismo que los dioses son hoy.

Esto proporciona otra relación con lo divino distinta de la que se limita a mirar hacia arriba a algo divino, a prever algo en el más allá. Así como aquí en el mundo físico para el griego los reinos físicos externos establecen, los reinos físicos sensoriales, del mineral, a los reinos de la planta y del animal hasta el reino humano, la jerarquía, la secuencia de los dioses sobrepasaba lo humano. Él consideraba los reinos más allá del humano como el mundo de los dioses. No calificaba de abstracto lo que él debía experimentar en esas escuelas -que eran al mismo tiempo lugares de culto, a los que se llamaba misterios-, sólo conocimiento científico de algunos principios superiores, de algunas fuerzas de la naturaleza. El griego no lo entendía simbólicamente sino como algo real que el ser humano asociaba con los dioses en las escuelas. El alumno de los misterios no sentía hacia los dioses, a diferencia de lo que siente el niño cuando mira al adulto que ya ha alcanzado lo que él mismo alcanzará en una época de la vida futura. Para los griegos esta experiencia era completamente real. Por lo tanto, la teosofía era ante todo, para aquellos que acuñaron la palabra, no el conocimiento de los dioses, sino el conocimiento que se obtenía de esta manera peculiar por el contacto con los seres espirituales superiores. Cualquiera que se iniciara en los misterios no sólo obtenía el conocimiento, sino que estaba capacitado para asociarse con los dioses, con los espíritus, al igual que aquí en nuestra tierra se asocia con los seres humanos. Aquel conocimiento que el ser humano adquiere con los sentidos fue llamado conocimiento natural.

Sin embargo, a ese conocimiento, que se recibía de los dioses, se le llamaba conocimiento divino: teosofía. Sé muy bien que la mayoría de los que piensan desde el punto de vista moderno consideran que tal frase, tal como la acabo de utilizar, no es más que una imagen sólo poética, como un símbolo o algo extremadamente fantástico y supersticioso. No es ni lo uno ni lo otro; es algo que el ser humano puede experimentar realmente. El ser humano puede llevar a dirigir su mirada a los seres espirituales superiores a sí, lo mismo que dirige su mirada a los seres sensibles. Estos seres espirituales evitan la mirada sensorial, como el resto de los sentidos, porque han cumplido las etapas de la espiritualidad y ya no tienen existencia para los sentidos. Los misterios de los griegos pretenden esto: un desarrollo del ser humano para entrar en contacto con los seres superiores.

En el último tercio del siglo XIX, nuevamente se les concedió, como dije, a algunas naturalezas más profundas entender algo de lo que se quiere decir, en realidad, con tal cosa. Sobre todo, una personalidad como Marguerita Albana formó parte de ello. Sin embargo, me gustaría decir que tal personalidad no fue iniciada por medio de ese gran arte espiritual por el que tenía que pasar quien quisiera mantener el contacto con los dioses dentro de los misterios griegos. Tal personalidad era un iniciado por naturaleza del mismo modo que hay poetas por naturaleza. Sin embargo, no puedo profundizar más en el hecho de que un alma, que ha sido iniciada por naturaleza en las etapas anteriores de la existencia, ya ha superado algunas experiencias, de modo que lo que experimenta ahora son sólo recuerdos de etapas anteriores de la existencia. Sin embargo, la posibilidad de contemplar en el mundo superior, transformando determinadas fuerzas inferiores de nuestra existencia, constituían la base de una persona espiritual como Marguerita Albana. ¿Qué significado tiene esto?

Todos los medios de conocimiento superior son transformaciones de las fuerzas subordinadas. Aquello que todavía el ser humano no desarrollado tenía en la lejana prehistoria, tales como vagos sentidos no desarrollados puede ser transformado en el ojo que abre para nosotros el esplendor de la luz del sol. Por otro lado, ¡imaginaos lo imperfecto que es el órgano del oído en los estadios inferiores de desarrollo! Todos los órganos superiores que abren la naturaleza maravillosa alrededor del ser humano son transformaciones, metamorfosis de fuerzas inferiores. De la misma manera también las fuerzas humanas pueden hoy transformarse en sentidos superiores.

Por eso, algunos seres humanos justo en el último tercio del siglo XIX estaban dotados de sentidos superiores. Por eso podían contemplar el entorno espiritual. Lo que otros seres humanos tienen sólo en abstracciones o presagios, acerca de la realidad de la existencia divina, era para ellos tan cierta como las cosas sensibles son para los otros seres humanos. Tales personalidades podían dar información de los mundos superiores. Justamente tales personalidades podían inspirar la naturaleza receptiva de Édouard Schuré hacia las más bellas y más grandes. Édouard Schuré combinó alma, mente y profundos conocimientos esotéricos con una verdadera dicción schillereana y fuerza de lenguaje en este drama, cuya traducción realizada por Marie von Sivers podéis recibir aquí. El drama "Los hijos de Lucifer" es algo que se crea no sólo a partir del espíritu del presente, tal como se encarna en pocas personas ahora, sino que se crea casi a partir del espíritu del próximo futuro humano. En este trabajo, aquellos que tienen la disposición y el talento pueden desarrollar algo de acuerdo con las ideas teosóficas más elevadas y significativas. Édouard Schuré precisamente se dio cuenta de lo que ocurría en los misterios griegos y en esos actos de consagración.

Todos ustedes saben que también dentro de la vida cultural alemana del último tercio del siglo XIX se sintió un hálito que emanaba de una especie de comprensión de los misterios griegos. Richard Wagner (1813-1883, compositor alemán) y su círculo se inspiraron en el espíritu de los misterios griegos en ciertos aspectos. Todavía tenemos que hablar algo de este capítulo en las próximas charlas. Sabéis también que uno de esos espíritus cercanos a Richard Wagner, Friedrich Nietzsche (1844-1900, filósofo), escribió su primera obra sobre la tragedia griega y que él quiso mostrar cómo esta tragedia griega surgió de una antigua vida espiritual. No fue tan lejos como Édouard Schuré, no se adentró en los misterios, sino hasta las puertas de los misterios cuando escribió la obra "El nacimiento de la tragedia" a partir del espíritu de la música (1869).

Por su mente afloraban dos palabras: lo apolíneo, por un lado, y lo dionisíaco, por otro. ¿Qué quería decir Nietzsche con estas palabras? Con ellas entendía dos corrientes espirituales.

Lo dionisíaco, dice, es lo que vive completamente en ese elemento de la vida cultural humana, que es uno con el espíritu cósmico que lo rodea. Lo dionisíaco es para Friedrich Nietzsche un embelesamiento que el ser humano experimenta cuando penetra completamente su ser con ese núcleo de la vida espiritual más elevada, que fluye a través de todo el universo. Nietzsche se anticipó a eso que los pitagóricos llamaban música de las esferas, algo de ese antiguo coro del que también habla Goethe mientras deja que su Fausto comience con las palabras:

En la antigua rivalidad con las demás esferas

el sol sigue cantando su gloriosa canción

y completa con el paso del trueno

el viaje que se le ha asignado.

Nietzsche anticipó algo de ese misterioso oír y escuchar lo que fluye por el universo, lo que hace bailar a los planetas alrededor del sol, lo que anima a las esferas. Anticipó que en esta danza algo divino disfruta de la vida y que los seres humanos pueden penetrar en sí mismos con el aliento de lo divino, y que el ser humano se siente entonces uno con todo el universo. Entonces, piensa Nietzsche, el ser humano vive en una especie de embelesamiento, entonces experimenta lo que fluye a través de todo el universo, entonces vive en él un eco de ese dios que el griego llama Dionisio.

Para Nietzsche, este dios es aquel que se derrama en el mundo material que nos rodea, que está enterrado en el mundo material y que luego celebra su resurrección en la mente humana, en el alma humana. De modo que el discípulo de Dionisio realiza sus cantos, sus inspiraciones bajo la influencia de este dios y deja fluir lo que se llama el arte dionisíaco inmediato surgido de lo divino. Así, el Dionisio bailarín y el Dionisio cantante era el representante del principio divino dionisíaco en el mundo. Nietzsche considera este drama de Dionisio como el drama original, el drama posterior se originó sólo por el hecho de que se creó una imagen, una imagen tranquila y onírica del rapto dionisíaco original. El discípulo de Dionisio recibe lo que surge ante sus sentidos, y puede reflejarlo de forma serena y apolínea. Así, el arte apolíneo es algo que se creó después como imagen del arte dionisíaco. Es la imagen, la noción de algo que vivió en la antigua Grecia. Nietzsche apuntaba ya a los tiempos primitivos, en los que los discípulos de Dionisio no sólo hablaban del dios, sino que vivían lo divino en sus movimientos, en sus voces y en sus obras como los artistas originales. Todo arte posterior le parecía a Nietzsche sólo un eco tardío de este arte antiguo. Cualquier ciencia le parecía sólo una imagen sombría de las fuerzas representadas en su día por los seres humanos.

En el arte de Richard Wagner, Nietzsche vio una renovación de ese gran arte que conecta de nuevo a los seres humanos con lo divino. Por lo tanto, para Nietzsche estaba claro que Richard Wagner no podía poner en escena figuras humanas, sino que necesitaba figuras sobrenaturales que no mostraran sólo lo que sucede en este mundo, sino también lo que actúa detrás de este mundo en el espíritu. Del mismo modo que en el drama de Dionisio el artista griego fue capaz de hacerlo, las figuras de Richard Wagner, puestas en escena, debían también haber superado lo humano habitual en el sentido de Nietzsche, para que pudieran encarnar algo sobre lo que el ser humano pudiese decir, están ahí para lo que vendrá un día. En su libro "Le drame musical. Richard Wagner, son œuvre et son idée" (1875), Schuré también creó a partir de este espíritu que rodeaba a Wagner, el cual representaba en gran medida la idea del drama musical; pues Marguerita Albana le había introducido en el verdadero mundo espiritual, en la realidad espiritual. La intuición se convirtió en realidad para él, y con ella pudo encontrar la clave del interior de los misterios griegos. Fue capaz de iluminar mejor que nadie, lo que ocurría dentro de los santos misterios de Grecia. En su obra "Sanctuaires d'Orient" (1898), fue capaz de reconstruir con gran ingenio el llamado drama original griego. ¿Cuál fué el drama original Eleusino?

Es una reproducción de una experiencia que no puede experimentarse en absoluto dentro del mundo sensible, que sólo puede experimentarse cuando el propio ser humano se desarrolla hasta ese nivel en el que se despiertan en él los sentidos superiores, en el que se da cuenta de que todo principio físico, que llega a conocer, son pensamientos reales de los seres que los griegos llamaban dioses. Así como el ser humano crea hoy con sus pensamientos, y así como pone sus pensamientos en sus obras, sus hermanos mayores, los dioses, ponen sus pensamientos en el mundo de la existencia.

Introduzcámonos en la mente de tal alumno de los misterios griegos que ha sido iniciado. Se diría a sí mismo si hubiera podido utilizar nuestras palabras: mira una obra de arte, una máquina, ¿qué son? Son obras de seres humanos, formadas según pensamientos humanos. Si os ponéis ante la obra de arte, ante la máquina, a través de su trabajo veis también al artista, al mecánico, y entendéis la obra si se revelan los principios. ¿Cuáles son estos principios? Son aquello que ha vivido previamente en la cabeza, en el espíritu de un ser humano.

Los pensamientos del mecánico, del artista se cristalizan por así decirlo en la herramienta material, en la pieza de arte de mármol. Así como yo miro a partir de la obra de arte y de la máquina al artista y al mecánico, el artista griego miraba desde la tierra a los seres superiores. Si quería entender los principios que configuran un animal, se decía a sí mismo, el pensamiento de los seres de naturaleza divina está ahí. Así como el pensamiento del mecánico está en la máquina, los pensamientos de un creador, de un dios están en el animal, en el cristal, en el cielo estrellado. - Este dios es para él un ser con el que se siente relacionado, que está en un nivel que el propio ser humano alcanzaría alguna vez. El griego consideraba al dios como un ser que ha surgido de un nivel humano, y el ser humano es un ser que alcanzará alguna vez un nivel divino. Así, se asociaba con los dioses en los misterios. Se asociaba con los dioses como con los hermanos mayores, y el sentimiento, que se expresa en ello, es algo bastante natural. Uno sólo tiene que establecerse en tal tipo de pensamiento. Desde tal tipo de pensamiento, el alumno de los misterios mira a esos seres que están latentes, por así decirlo, o que están encarnados en su pensamiento en toda la naturaleza que nos rodea.

Los alumnos de los misterios veían los pensamientos divinos latentes en toda la naturaleza. El ser de la divinidad se derramaba en ella, y el ser humano sólo está allí, para que en él estos pensamientos divinos puedan recuperar su propia existencia. Todos los pensamientos en el alma del ser humano son la resurrección del dios en el mundo. Colocada en el universo de tal manera, la propia vida humana aparece como una imagen posterior del descenso, el sufrimiento y la muerte de la divinidad y la tumba de la divinidad en la materia. El ser humano está llamado a redimir a los dioses de nuevo de la materia. Este es el camino de Dionisio, el camino que han tomado todos los dioses. Así, los dioses viven en sus pensamientos.

La teosofía llama a Dionisio el último nacido de los dioses. Sabéis que en la leyenda es hijo de Zeus y de una madre mortal, Sémele. Se dice que su padre divino se lo arrebató a su madre cuando Zeus la golpeó con un rayo. No obstante, después la madre de los dioses, Hera, se encendió de celos contra este hijo que no procedía de ella. Puso a los titanes contra el niño, que lo desgarraron y esparcieron los pedazos por todo el mundo. Palas Atenea sólo salvó su corazón y se lo llevó a Zeus, que formó de nuevo a Dionisio.

Comprendemos que este dios ya existía antes, y reconocemos que esta divinidad tiene una relación especial con el mundo. ¿Qué es? Era mostrada en los misterios como la creadora de aquello en el ser humano, que la humanidad alcanzó en último lugar. El ser humano aparece parcialmente como originado por las manos de los dioses. En los primeros años de su vida también se nos presenta de tal manera, porque aún no ha formado su propia existencia. Poco a poco va madurando y haciéndose independiente. Entonces trabaja y se forma en su propia existencia. Cada vez más se despierta en él la fuerza que lo hace creador de su ser más íntimo, creador de su fuerza anímica y mental. Ahora bien, se dice dentro de las escuelas de misterio que el último paso en la vida, por así decirlo, que el ser humano recibe de la naturaleza o de Dios está conectado con el dios Dionisio.

En este punto tocamos uno de los secretos más profundos de los misterios griegos, a saber, la madurez sexual del ser humano. El momento en que se determina la vida sexual del hombre y la mujer, es todavía el último paso que la naturaleza realiza con el ser humano conduciéndolo a esta madurez, donde se despierta en él el deseo por el otro sexo. Lo que haga entonces con este impulso, cómo lo depure, cómo lo impregne de alma, y lo que haga del amor en el aspecto espiritual, esto es obra del propio ser humano. El último paso que los dioses realizan con el ser humano es que lo desarrollan hasta el chico y la chica durante la pubertad. La fuerza que se expresa en todas partes en la naturaleza, en cualquier conocimiento, en cualquier sensualidad y en todas las fuerzas mentales en los diferentes niveles, el alumno de misterio también la reconoce ahora en la proclividad de un sexo por el otro.

El alumno de los misterios griegos se preguntaba: ¿cómo percibe el ser humano o cualquier otro ser en realidad? Si imaginamos a un animal comiendo instintivamente las plantas, que le son útiles y necesarias para su prosperidad, es una especie de percepción. Sin embargo, es un nivel superior de percepción cuando nuestro ojo se dirige a la luz y la absorbe, por así decirlo. La sensualidad es percepción, la visión es percepción, y también es percepción que un sexo se incline hacia el otro. Entonces se produce la transformación de las fuerzas inferiores en otras más elevadas. El último paso que la naturaleza, o Dios, dicho en el sentido más libre, ha emprendido con el ser humano también puede transformarse. La sensualidad se transforma en amor. Se espiritualiza, se impregna de alma. Para el griego de los misterios, Dioniso era el dios que representaba esta fuerza de la madurez sexual. Dionisio no sólo tenía esta función, porque la madurez sexual sigue estando relacionada con algo muy diferente. Dionisio se entiende como el último nacido de los dioses.

Si miramos al ser humano tal y como se nos presenta hoy, tenemos ante nosotros un ser en el que el ser humano más sagaz -y quien se embarca en la cosmovisión teosófica es llevado poco a poco a mirar más profundamente- ve algo que poco a poco se ha ido convirtiendo en hombre y mujer. Basta con leer a Platón y tomarlo en serio para entender el tipo de visión griega y se descubre cómo apunta a una época en la que todavía no existían el hombre y la mujer, cuando el ser humano era todavía hombre y mujer a la vez. La leyenda bíblica apunta también a esa raza humana indiferenciada, y la Caída del Hombre no es otra cosa que la representación simbólica de la diferenciación sexual. Cuando entendemos que el ser humano, tal como se nos presenta, se originó a partir de un ser bisexual, nos decimos, en el curso de la evolución, el ser humano adquirió su diferencia de género. Pasó de la doble sexualidad a la sexualidad diferenciada. Perdió la mitad de su poder productivo. Esta mitad ha despertado en el otro lado como poder de nuestra alma, como fuerza de nuestro espíritu. A raíz de que el ser humano se convirtió en unisexual -una mirada más profunda a la naturaleza lo demuestra-, el ser humano se convirtió en productivo espiritual-mentalmente porque ha cedido la mitad de su poder productivo físico.

De este modo, el ser humano se hizo capaz de tener conciencia de sí mismo y pudo decirse "yo", es un ser independiente que -si podemos expresarnos de forma figurada- se desprendió de las manos de los dioses y se convirtió en su propio creador. Por ello, está relacionado en el desarrollo que el ser humano sienta esa fuerza que forma, de hecho, la base de su egoísmo que lo convierte, sin embargo, en un ser libre y auto consciente. Por lo tanto, en cada etapa la emancipación del ser humano se repite allí donde la sexualidad encuentra su desarrollo posterior de alguna manera.

El dios Dionisio es el último nacido de los dioses. Eso significa que los griegos imaginaron que él había desarrollado al ser humano hasta su independencia actual. Zeus, Cronos, los dioses más antiguos, crearon al ser humano hasta el momento en que era un ser doblemente sexual que vivía en una vaga conciencia, cuando no era capaz de decirse a sí mismo "yo", cuando no tenía conciencia de sí mismo y no era libre. El creador de la independencia es Dionisio. Con él, el principio divino se derramó uniformemente en toda la naturaleza hasta el momento en que el ser humano se independizó. Entonces el ser humano se nos presenta en innumerables individuos.

Dejadme ilustrar esto. Si nos situamos en la época en que el ser humano aún no era independiente, cuando todavía era un ser de doble sexo con una conciencia tenue. Ahí se podría decir, así como mi mano es un miembro de mi propio organismo, el ser humano era un miembro de toda la divinidad en aquellos tiempos. Su conciencia todavía descansaba en el seno de la conciencia divina. Todavía se podía ver a través del ser humano al alma divina. Ahora, después de que el ser humano se independizara, se separara de la conciencia divina, esta alma se divide en tantos individuos como seres humanos hay. Esto se simbolizó en gran medida en el dios descuartizado Dionisio, que fue desmembrado por los Titanes. Palas Atenea era el símbolo de la sabiduría humana. La sentimos con nuestros corazones, con nuestras mentes superiores como la conciencia común de toda la humanidad. Mientras nos sentimos de nuevo en uno, una mente del mismo tipo se desarrolla en toda la humanidad, el corazón del dios Dionisio se salva y de nuevo es llevado hacia arriba a la morada de los dioses. Así, los griegos imaginaban que el dios Dionisio conducía a los seres humanos hasta la separación de los sexos y, finalmente, a la madurez sexual. Se consideraba que la proclividad de un sexo hacia el otro era una de las muchas fuerzas que procedían del dios Dionisio. Así pues, en el ser humano actúan dos corrientes espirituales, que se encuentra en el mundo como una creación del dios Dionisio. Estas corrientes espirituales son el punto de partida de nuestra propia cultura.

Una corriente es aquella en la que el espíritu trabaja en la forma externa, serena y con sabiduría para desarrollar la belleza de la forma exterior y el orden en el impulso sensual. El impulso mediante el cual Dionisio llevó al ser humano hasta el nivel actual, no debe actuar de forma feroz e irregular, sino que debe atenerse a la armonía y al orden. Este principio de la creación formal externa de Dionisio se ve sobre todo en el arte griego y romano, en la belleza griega y en el arte estatal romano. Ellos introdujeron el orden y la belleza en la vida social de los seres humanos creados por Dioniso como seres independientes. El alma que anima y engendra este impulso fue refinada y divinizada por el cristianismo; todo lo que regula la comunidad humana de tal manera que no predomine el impulso ciego, sino el impulso espiritualizado y divinizado, es causado por el cristianismo bien entendido. El espíritu y el amor son dos corrientes en el desarrollo humano.

El desarrollo actual y el de los últimos milenios enfrentan al autor de "Los hijos de Lucifer. Él considera lo que el espíritu griego y la estatalidad romana crearon como principio vivo y elevador del ser humano dionisíaco y, por otro lado, la profundización del principio del amor por el cristianismo. Ahora también entendemos cómo Édouard Schuré llegó a procesar estas ideas en una obra de arte que llamó Los hijos de Lucifer.

En Dionysia, una ciudad de Asia Menor, ocurrió lo siguiente. Esta ciudad tenía un culto dedicado al dios Dionisio. Estos misterios dionisíacos se celebraban en Dionysia y allí tenían un centro de misterios. Luego esta corriente dionisíaca se entremezcló con la segunda corriente. Fue en el siglo IV del calendario cristiano. Fue la dominación del mundo romano e hizo que aquellos que eran adoradores de Dionisio, que sabían que una chispa de un alma divina vive en ellos, se hicieran miembros del estado romano. Ahora, el espíritu griego y el estado romano entran en conflicto. El espíritu original debe rebelarse. ¿Por qué debe rebelarse? Debe rebelarse porque la forma externa quiere integrar a los independientes. Esto puede convertirse fácilmente en un orden externo. Lo que debería poner orden, armonía y unidad se convierte fácilmente en lo que suprime y subyuga la libertad e independencia humanas. Esto también se aplica al espíritu romano -que nació del espíritu dionisíaco- en el siglo IV. Estas dos corrientes del espíritu humano se enfrentan en Dionisia: por un lado el espíritu, por otro el formalismo estatal anquilosado. Son dos corrientes que se extienden a través de los misterios dionisíacos hasta el cristianismo, que debe espiritualizar la pulsión del ser humano hacia el otro ser humano, que debe refinar las acciones de Dionisio y ponerlas en una luz más elevada purificando el mero deseo.

Sin embargo, en esa época, en el siglo IV, eso degeneró en un formalismo externo que subyugaba y suprimía lo que debía refinar. Así, vemos por un lado al César avasallador y por otro al sacerdote cristiano avasallador que no saca el amor para refinarlo, sino para amortiguarlo. Vemos cómo en el drama de Édouard Schuré se encuentran dos personalidades como representantes del espíritu grecorromano, por un lado un joven, que se llama primero Theokles y luego Fósforo, y por otro lado una virgen consagrada al servicio del cristianismo como casta virgen sacrificial. Vemos a Fósforo sublevado que quiere originar al ser humano dionisíaco en el más alto refinamiento contra el principio solidificante, el César, y por otro lado a la virgen cristiana que no está tan espiritualizada como para embelesarse con el mundo, pero lo suficiente para que ella misma esté llamada a actuar y crear en este mundo inmediato. Estas dos personalidades se profundizan mutuamente. Qué bonito, grande y tremendo es el desarrollo de estas personas. Fósforo ve, por un lado, el principio césar que subyuga a su ciudad natal y, por otro, el principio cristiano que la subyuga. Por un lado, ve al César divino, por el otro al pastor meramente bueno, embelesado por el mundo, y a los que deberían adorarlo. Se dirige a un anciano, al que se llama en griego el anciano del dios desconocido.

Es una gran transformación la que experimenta nuestro Fósforo. En un desfiladero lejano, busca un punto de referencia, y se encuentra con uno de los templos, que se consideraban de iniciación. Allí se encuentra con un viejo sacerdote, uno de los sabios del dios desconocido. ¿Qué dios? Ese dios que no se confiesa, que no se venera en tal o cual figura. Ese dios que no responde cuando se le pregunta porque cada cual debe responderse a sí mismo lo que no se puede expresar con palabras y que, sin embargo, vive como una chispa en cada ser humano. Tan cierto como que el ser humano toma conciencia de la chispa divina, también puede darse cuenta de que durante toda su vida está en camino hacia el gran dios. Este dios que está en el pecho del ser humano constituye la base de lo que vive en las estrellas, y lo que sigue siendo la base de todo lo que el ser humano realiza en su nivel superior. Porque no es un dios del pasado, sino un dios del futuro, no un dios del pensamiento del pasado o del presente, sino un dios de los pensamientos, que el ser humano algún día será capaz de pensar como lo más alto en el nivel de desarrollo actual.

Por eso se le llama el dios desconocido, porque el ser humano no puede servir a un dios que le dé una existencia completa, sino que quiere servir a un dios que pueda estar ahí en figura perfecta sólo en el futuro. Por eso, el ser humano libre se aferra a la chispa divina en su pecho; por eso, se aferra a lo que existe como el Dionisio desmembrado al principio en el mundo exterior. Pues no puede encontrar fuerza en otra cosa que no sea en esta chispa divina separada, la fuerza del desarrollo ascendente, entonces, sin embargo, también sabe que este desarrollo ascendente está relacionado con el paso por el conocimiento y el sufrimiento, con el paso por lo malo porque el ser humano está desligado, según su espiritualidad interior, de lo divino. De ahí que deban surgir en él fuerzas libres para reconducir esta chispa hacia la divinidad. Si hubiéramos permanecido en el seno de los dioses sin escindirnos en el sentido de la leyenda de Dionisio, la propia divinidad nos conduciría a la santidad. Por eso, aparecemos como hijos de dios apostatados. Esta fuerza en nosotros, que debería llevarnos como hijos de Dionisio a esta santidad, es la fuerza de Lucifer, el principio luciférico, esa luz, que el ser humano enciende libremente en sí mismo, para encontrar algún día como parte que somos del ser divino, la totalidad del dios.

La fuerza que actúa en él es la luz. Lucifer, el portador de la luz, es el maestro y el líder que porta la luz en el ser humano y en toda la humanidad. Todos los que desarrollan una actitud como la de Fósforo son hijos de Lucifer. Por lo tanto, no son anticristianos. Tienen una mentalidad tan fuerte que dicen: en Cristo apareció el dios que se convirtió en un ser humano que descendió y disfrutó de la vida en el cuerpo humano. Sin embargo, el ser humano tiene que desarrollarse para que despliegue al dios en sí mismo de tal manera que el ser humano deificado se encuentre con el dios encarnado que el ser humano que asciende desde abajo encuentre un ser similar. Tal como Cristo es ahora aquel que descendió a lo más profundo desde arriba como dios revelador, así Lucifer es el dios con el que el ser humano deificado se encuentra. Cristo y Lucifer, entendidos en el sentido correcto, van juntos. Así encontramos a Phosphorus, en quien ningún cesarismo, ninguna supresión mundial del principio libre de Dionisio puede evitar que se apresure al templo del Dios desconocido, allí para recibir la luz que lo eleva, y por lo tanto convertirse así en hijo de Lucifer.

Así como Fósforo sigue este camino y eleva su espíritu hasta esa visión que reconoce a Lucifer como principio de desarrollo, Kleonis avanza a partir de una virgen cristiana hacia un principio universal. Ella debe dirigir su amor únicamente al dios encarnado. Se desarrolla hasta el punto donde presagia que el amor puede refinarse en el ser humano de tal manera que el amor divino del dios encarnado se combina con el amor humano en la propia naturaleza humana. Así, la virgen cristiana se eleva hasta el punto de poder encontrarse con el dios desconocido. Cristo ha cobrado vida en la virgen cristiana porque se une no sólo en la contemplación y en la admiración con lo divino, sino que logra que se eleve al amor cristiano. Fósforo ha ascendido hasta el punto en que el espíritu le brilla en la luz. Con él, el espíritu del hombre y el alma de la mujer están en el mismo nivel. Ahora actúan conjuntamente en el mismo nivel, es decir, de tal manera que siempre en lugar de Dionisio se alza al principio la pareja humana libre que encarna el presagio de un futuro que aún debe surgir. El cristianismo y el cesarismo se desarrollaron de aquello que se desplegó en Dionisia: esto sometió y esclavizó a los seres humanos. Sin embargo, ambos se mantienen erguidos y libres.

Son expulsados. No pueden salvar la antigua Dionysia. La antigua Dionysia, que al principio perece en el romanismo y en el formalismo cristiano externo, no puede acoger a los dos que se han liberado; son expulsados. En tanto ellos muestren la vida del futuro en el presente, deben vivir en el presente. Vuelven a encontrar el camino hacia el templo desconocido. Donde se consagró Fósforo, donde se le apareció la estrella de Lucifer, la clara estrella de Lucifer se les aparece en la hora de la muerte, uniéndose ambos caminos. Lucifer conduce a los seres humanos en libertad al más alto desarrollo, y nosotros alcanzamos la cruz de Cristo, el símbolo de la redención, si el dios encarnado toca al ser humano deificado.

Por tanto los dos que se han liberado deben salvar con la muerte lo que han logrado. No pueden salvar a Dionisia. Así es en el desarrollo humano. Básicamente, eso era algo que se vivía más bellamente en los misterios griegos en una vida superior, que la vida siempre triunfa sobre la muerte, que la muerte solo es algo aparente en el ser humano individual y también algo aparente en toda la Cultura del ser humano. Por tanto, al final del drama de Schure tenemos el indicio de que lo que han logrado ellos dos muriendo, de que lo que han desarrollado en sí mismos, tiene un significado eterno más allá de la muerte. Todo el drama resuena grandilocuente, con la certeza de que el espíritu debe triunfar sobre la materia.

Así como aquí la muerte es la vencedora sobre la vida, solo se la puede representar si se conoce algo de la vida verdadera y real del espíritu y se sabe que la muerte es solo algo aparente. Quien no sepa que todo lo muerto es algo aparente debe decirse a sí mismo, si la muerte fuera algo real para la noble pareja que obtuvo la libertad debido a que fue expulsada y echada por la esclavizada Dionysia, lo que ambos llevaban consigo perecería con ellos. Pues todos los que se quedaron en Dionysia son esclavos de una época humana que agoniza. Aparentemente, no queda nada. Si esta apariencia fuera la realidad, ya no podríamos creer de ninguna manera en el hecho de que tiene un significado si alguien ha pagado una vida superior con la muerte. Porque entonces este drama se cerraría sin nada. Sólo la creencia y el conocimiento de que el espíritu es real lleva este drama, y que de la muerte de la pareja liberada brota una verdadera flor espiritual que luego trabaja y vive en la humanidad que ha quedado, que se planta en todo el desarrollo humano espiritual. De la muerte de Kleonis y Phosphorus crece una flor humana espiritual que luego está ahí.

Lo que el ser humano experimenta por la luz y lo que reconoce perdura. Schuré debe esta certeza al hecho de que el antiguo mundo griego había surgido en él gracias a Marguerita Albana. Al cristianismo le debe que no sólo era un artista externo, sino que puede tener una mirada profunda sobre el desarrollo espiritual de la humanidad. Esta mirada la ha mostrado en su libro Los grandes iniciados. Allí ha desplegado el cuadro histórico de la humanidad desde Rama (séptima encarnación de Vishnu), Krishna, Hermes, Platón y otros iniciados hasta Cristo Jesús. Ha mostrado este cuadro humano, este desarrollo espiritual.

Con ello, ha entregado una consideración histórica que es teosófica en el sentido más eminente y que ha llevado a innumerables personas en Europa a la cosmovisión teosófica. Del espíritu de su consideración creó Los hijos de Lucifer, esta pequeña y maravillosa obra dramática en la que en cada línea y en cada escena vive el espíritu teosófico. Así, la cosmovisión teosófica se convierte en vida; el arte se convierte en la expresión del espíritu teosófico si la verdad del espíritu se nos refleja como belleza.

Los seres humanos pueden crear tres cosas al principio, dice Édouard Schuré. Al principio, nos ocupamos de la ontología. Ésta nos lleva a los grandes principios del mundo, pero ahora los miramos -si profundizamos teosóficamente- no como algo muerto, sino como pensamientos divinos abstractos. Luego nos ocupamos del misticismo que nos lleva a los dioses y a los seres superiores que reconocemos como nuestros hermanos mayores. Luego nos ocupamos del simbolismo que nos muestra al dios en la imagen sensual externa y como un reflejo sombrío en el arte. Por ello, Édouard Schuré es un verdadero teósofo y un verdadero artista y muestra más que toda la dogmática teosófica en qué consiste una tarea teosófica mundial.

Es típico que bajo el título de Lucifer haya aparecido la primera revista teosófica que hemos renovado en nuestra revista alemana Lucifer-Gnosis donde se ha expresado claramente toda la forma de pensar, la tarea futura de la cosmovisión teosófica, como vive artísticamente en el drama con el título Los hijos de Lucifer. Sólo aquellos que consideran el arte como algo externo juzgan mal que en esta obra de arte vive algo en el más alto grado que no ha perdido la fuerza creadora por su profundidad. Si este drama satisface completamente al artista, algo de ese ímpetu fluye de este drama hacia el dios desconocido que obra en todos nosotros y cuyo nombre acaba de llevar la teosofía. Así, este drama es la expresión de esa actitud teosófica que toma en serio la verdadera profundización y la libertad humana.

Nadie que no encuentre lo divino en sí mismo, que no sea un asociado, un hermano del ser divino, puede ser libre en el sentido más elevado de la palabra. Si el ser humano se convierte en esto, él mismo se convierte en una parte de esa fuerza que es portadora de la luz que es Lucifer. Entonces se convierte en un hijo de Lucifer. Aquellos que entienden algo de la fuerza misteriosa que trabaja en el universo y que no se puede ver sólo con los ojos y percibir con instrumentos, de aquellas fuerzas que fluyen a través de la vida moral y religiosa y actúan en todo nuestro universo. Los que saben un poco de esto hablan de las fuerzas que se denominan la luz astral.

Los expertos la describen de tal manera que fluye a través del espacio como otras fuerzas, como la gravedad, y actúa sobre los seres. La luz astral fluye a través de todos los seres; vive en los animales superiores y en el ser humano en general. Si el ser humano hace algo y dice, actúo, o me siento impulsado instintivamente - es en verdad la luz astral la que actúa y vive en él. Puede dedicarse a esta luz astral, inconscientemente, con poca conciencia. Esto siempre ocurre cuando las pasiones y los instintos presionan al ser humano. Sin embargo, esto no sucede si él se convierte en el portador de la propia luz si se conecta con la fuerza de Lucifer. Entonces él cambia esta luz astral, esta fuerza creativa en el mundo en una fuerza consciente y creativa en sí mismo. Entonces él se convierte en un ciudadano en los mundos espirituales superiores. Si se abandona a la luz astral con una conciencia difusa, puede decir, efectivamente, los dioses viven y fluyen a través de mí, pero estoy destinado a salir de la inconsciencia, a dejar que la luz aparezca como algo libre, a iluminar mis acciones independientemente con fuerzas divinas.

Todo lo que se origina en la penumbra de la conciencia, todo lo que el portador de la luz no provoca, obstaculiza nuestro desarrollo. Lo que conduce a la meta y al verdadero ideal humano es lo que proviene de la luz, del conocimiento real. Por lo tanto, el ser humano sólo puede lanzarse realmente a la corriente de la vida cuando haya captado al dios en sí mismo, si el dios es su líder. La actitud teosófica significa despertar la conciencia divina en uno mismo y volverse mortal con la ayuda de las fuerzas que están en el propio pecho. Marguerita Albana, a quien Édouard Schuré llama su líder, lo expresa en un breve dicho que podría considerarse como un lema de la actitud teosófica y que también debería cerrar nuestras consideraciones de hoy:

Confía en el dios que hay en tu pecho, y luego deja todo lo que hay en ti a la corriente de la vida

(Crois au Divin qui est en toi, et puis prête l'oreille au fleuve de la vie).

Édouard Schuré

 

Édouard Schuré (Estrasburgo, 21 de enero de 1841-París, 7 de abril de 1929) fue un escritor, esoterista y musicólogo francés, autor de novelas, piezas de teatro, escritos históricos, poéticos y filosóficos. Su obra más importante es Los grandes iniciados: Un estudio de la historia secreta de las religiones (1889).

Nació en una familia protestante. Huérfano de madre a la edad de 5 años y de padre a la edad de 14 años, vivió a continuación con su profesor de Historia del instituto Jean Sturm hasta la edad de 20 años. Tras su bachillerato, Édouard Schuré se inscribe en la Facultad de Derecho para contentar a su abuelo materno que era el decano; pero esta disciplina lo aburre considerablemente, por lo que pasa la mayoría de las tardes en la Facultad de Letras con jóvenes estudiantes y artistas enamorados como él de la literatura y el arte. Entre ellos su amigo músico Victor Nessler y el historiador Rudolf Reuss. Tras terminar sus estudios de derecho, decide dedicarse a la poesía. En 1861, obtuvo sin embargo su licencia en derecho.

Estudió a los filósofos con gran interés, particularmente Descartes, Spinoza, Kant, Hegel, Schelling, Fichte, Schopenhauer y Nietzsche. Intuitivamente atraído por los misterios antiguos, leyó con gran intérés un libro que contiene una descripción detallada de los Misterios de Eleusis, lo que le causó una gran impresión. A la muerte de su abuelo, heredó lo suficiente para vivir de sus posesiones e ingresos. Abandonó rápidamente el derecho y se trasladó a Alemania con el fin de escribir una historia de Lied que ya había emprendido bajo la dirección de uno sus profesores del instituto, Albert Grün, un refugiado político alemán que lo inició en la literatura alemana y en la filosofía de Hegel.

Alsaciano, Edouard Schuré posee una doble cultura lo que le da un espíritu abierto e incluso universal que se ampliará aún más a raíz de su encuentro con Margarita Albana. En 1866, Schuré está aún en Berlín, frecuenta asiduamente los salones literarios que a ella le apasionan. El 18 de octubre de 1866, se casa con Mathilde Nessler (1866-1922) y el matrimonio se establece en París. Publica su Historia de Lied, lo que lo introduce en los círculos literarios. Se le recibe en los salones de la condesa de Agoult, donde conoce a Renan, Michelet, Taine y Jules Ferry. Dirá de sí mismo, como lo destaca G. Jeanclaude en su obra sobre Schuré: "Tres grandes personalidades actuaron de una manera soberana sobre mi vida: Richard Wagner, Margarita Albana y Rudolf Steiner.1​ Si pudiera investigar el misterio de estas tres personalidades y hacer la síntesis, habría solucionado el problema de mi vida."(En su Diario en 1910).

Obras

Historia del drama musical
Ricardo Wagner: sus obras y sus ideas
Los grandes iniciados: Un estudio de la historia secreta de las religiones (1889)
Jesús: el último gran iniciado
Rama y Moisés: el ciclo ario y la misión de Israel
Los hijos de Lucifer
La Atlántida: Lemuria / Evolución planetaria / Origen del hombre
La Evolución Divina y los grandes iniciados