sábado, 31 de agosto de 2024

Édouard Schuré - El interior de la tierra y el problema del mal

 

En vez de comentar la Iniciación Rosacruz, en la que se revela el alma del Cristianismo y que nos transporta a los mundos invisibles, es preferible insistir en la 16ª Conferencia, de una novedad no menos apasionante. El pensador-vidente, el Dr. Rudolf Steiner, nos da allí un ejemplo notable de su manera de contemplar la naturaleza visible para penetrar en la esencia de la misma. Se tiene la sensación de ver cómo la materia se vuelve translucida, revelándose, súbitamente, el espíritu que en ella se encierra. El título eminentemente sugestivo de esta conferencia es: «Los Volcanes, los Terremotos y la Voluntad Humana». Es una cuestión tanto más importante como que aquí, aparece como ligada a la raíz de la naturaleza humana.

El misterio del interior de la Tierra, base y teatro de la evolución humana es uno de los numerosos problemas que la ciencia materialista no ha podido resolver jamás, a pesar de todas sus investigaciones. Muchos sabios se la figuran como una masa ígnea que trata de romper la costra; otros creen que es una masa compacta y mineral, lo cual no explica ni los volcanes ni los terremotos. Ahora bien, como todos los planetas y soles, la Tierra es un ser viviente, dotado de un organismo interno, indispensable para sus funciones y para desempeñar el papel que tiene asignado en el Cosmos, Rudolf Steiner ha visto la Tierra bajo la forma de nueve capas superpuestas o, mejor dicho, de nueve esferas unas dentro de otras. Las ocho capas internas que se encuentran por debajo de la corteza, representan, en alguna forma, los órganos fisiológicos de nuestro planeta, órganos de los cuales emana y depende toda la vida. La sustancia de las ocho esferas internas no se parece a la materia mineral que forma su caparazón exterior o sea, en cierto sentido, su piel. Los elementos que componen estas capas internas son semilíquidos y semigaseosos. Es la cuarta, a contar del centro, y la sexta, a contar desde la corteza mineral externa. El fuego interior comunica con esta por conductos que son verdaderos respiradores. De allí surgen las erupciones volcánicas.

Si se abarca desde un golpe de vista esta constitución interior de la Tierra, llama la atención sobre todo un hecho notable; su plan es una representación gráfica de las fuerzas concentradas en el planeta, que han ayudado a su formación durante sus metamorfosis sucesivas, desde la nebulosa saturnina, a través del período solar y lunar, hasta llegar a la formación actual; fuerzas que han trabajado igualmente en la formación del hombre y que se encuentran más activas que nunca en la humanidad actual.

El Egoísmo y la Magia Negra forman el centro opaco de la Tierra, porque el egoísmo, el amor de sí mismo por sí, del cual la magia negra no es más que la exasperación o el exceso, es indispensable para el desenvolvimiento de la individualidad humana. El egoísmo produce fatalmente el odio y la lucha representados por las dos capas sucesivas:
La División y
El Prisma, en la que las individualidades se multiplican y diversifican para combatirse entre sí. Este primer temario representa lo que fue el núcleo de la tierra en la nebulosa primitiva. Esta base es indispensable a toda evolución posterior. Es el trampolín desde el cual la individualidad podrá lanzarse hacia las esferas superiores, a condición de que el egoísmo, es decir, el principio del Mal, sea vencido y transformado por las fuerzas superiores que vienen del Sol y del Firmamento, fuerzas de las cuales Dios es la fuente, mientras que la libertad humana es el artesano. El período en el que la Tierra estaba todavía unida a la Luna está señalado en su constitución interna por la conjunción de tres otras esferas elementales:
El Principio Igneo que contiene los impulsos voluntarios produce las erupciones volcánicas, cuando logra abrirse camino a través de la corteza mineral de la Tierra.
La Vida Vegetal que se encuentra encima de aquél y
El Torbellino de fuerzas animales, donde germinan y se gastan en un laboratorio siempre en actividad, todos los embriones etéricos del mundo de los vivos, destinos a arrastrarse, a caminar o a volar sobre la superficie del globo. Este segundo temario de la constitución interior de la Tierra es un resto del período en que ésta estaba todavía unida a la Luna. Su superficie estaba entonces formada por una especie de turba de la que surgían seres híbridos, semivegetales, semimoluscoides, con tentáculos gigantescos, en tanto que los gérmenes de toda la flora y la fauna, terrestre flotaban en la atmósfera semilíquida y semivaporosa. El Génesis de Moisés caracteriza este período con estas palabras admirables: «La tinieblas estaban sobre la faz del Abismo y el Espíritu de Dios se movía sobre las aguas». El tercer temario de los órganos internos de la tierra corresponde a su forma actual. Su última metamorfosis ocurrió al separarse de la luna. Este acontecimiento ha quedado marcado en su constitución por dos nuevos elementos que son como la reproducción humana de su centro:
La Conciencia Invertida, en la que todo se cambia en su opuesto o contrario.
La Vida Negativa o la Muerte en cuyo estrato perecería todo ser que en él se hundiera. Es la Estigia de los griegos, maldita por los dioses de la Vida y de la Belleza.
Encima de todo se extiende la caparazón sólida o Estrato Mineral de la Tierra, teatro de la Humanidad. Es necesario reconocer que este cuadro extraordinario del interior de nuestro planeta no puede ser controlado por ninguno de los medios de observación de la ciencia natural.

Sólo un vidente del mismo poder que el Dr. Steiner podría contradecirlo o confirmarlo pero por otro lado también es innegable que este esquema de la constitución terrestre abre perspectivas inesperadas con respecto a toda la evolución humana. Esta visión lleva en sí misma un poder de persuasión extraordinario y singular. Su verdad se demuestra en cierta manera, por los efectos que produce en nosotros. El paralelismo entre el Fuego cósmico y las pasiones humanas, su parentesco íntimo, su acción recíproca y sus reacciones formidables, arrojan un rayo de luz sobre el origen del Mal.

Muchos historiadores han constatado que las grandes crisis de la historia -guerras, revoluciones, catástrofes sociales- suelen ir acompañadas casi siempre de cataclismos terrestres- terremotos, erupciones volcánicas. Las pasiones humanas obran magnéticamente sobre el fuego interior de la tierra y éste, alimenta las pasiones del hombre. Así es como el fuego, destinado a producir la vida, da origen al mal, bajo el impulso de la voluntad humana.

Por lo tanto, esta Tierra, que tiene por corazón el egoísmo, indispensable para el desenvolvimiento de la individualidad, no es por ello menos sólida como base e inquebrantable trampolín para que el Alma que allí se apoya pueda saltar hacia los Mundos Espirituales que la incuban y la forman mediante el Verbo solar, atrayéndola hacia el firmamento del Mundo Espiritual. El Mal se torna así como un fermento de la Evolución, a condición de ser finalmente vencido por el Bien. El hombre liberado, desde el día en que puede elegir libremente entre el mal y el bien, sostiene la balanza entre el Destino y la Providencia. Su deseo de lo divino crea el entusiasmo. Por su propio esfuerzo puede lanzarse hacia la verdad sublime que domina todo el Universo.

Y así es como Satán-Ahrimán, el demonio de la Negación y del Odio, queda arrasado por el genio del Amor Infinito que irradia del Verbo de Cristo. Del otro lado, Lucifer, el genio de la Inteligencia y de la Belleza, redimido de su caída en el mundo inferior de la materia, está a punto de volver a tomar su antorcha y recuperar sus alas para seguir a su estrella. Pero su terrible compañero Ahrimán, encadenado por el Cristo, trata de romper sus ligaduras para impedírselo.

Tal es, expresado simbólicamente, el estado de las fuerzas espirituales que se agitan actualmente detrás de nuestro mundo y del cual tenemos que soportar los contragolpes. La Antroposofía es la tentativa más notable de los tiempos actuales para restablecer la armonía entre el mundo material y el mundo espiritual, y, por consiguiente, entre la Ciencia y la Religión, como así también en el dominio social.

En verdad, la hora es grave, nunca ha estado la humanidad frente a un peligro mayor. Las fuerzas del mal están organizadas, en tanto que las del bien no lo están. Esto queda bien demostrado por los estragos del bolcheviquismo y del fascismo, que son la aplicación estricta del materialismo destructor. La unión de todas las fuerzas espirituales de que dispone la humanidad no será demasiado para combatir esta calamidad. Pero esta unión exige un ideal elevadísimo y amplísimo, porque el hombre quiere saber hacia dónde va en este mundo y en el otro. Le es necesario un objetivo sublime en el más allá y un principio de realización inmediata aquí mismo. «No se puede vencer al Mal, -dice el Dr. Steiner-, mas que mediante un elevado ideal. Un hombre sin ideales es un hombre sin fuerza. El ideal desempeña el mismo papel en la vida del hombre que el vapor en la locomotora: es su fuerza motriz».

La ciencia que adquirió el Dr. Steiner en el curso de su vida y durante su apostolado de más de un cuarto de siglo, está desparramada en todos sus escritos, en numeros ciclos de conferencias, la mayor parte de las cuales fueron taquigrafiadas. El interés particular de las conferencias que van a leer, reside en que nos muestran el genio de este pensador-vidente, desde los comienzos de su carrera en el apogeo de su inspiración en el momento en que su pensamiento sintético surgía ya armado de su cerebro. Los que lean atentamente estas notas encontrarán quizás, aquí y allá, algo de esta potencia evocadora que tenía la palabra viviente del maestro.

Yo tuve personalmente un ejemplo emocionante durante las conferencias que dio sobre «La Evolución Planetaria» y «Las Jerarquías Espirituales», al oírle pronunciar estas frases: «los pensamientos de los dioses son algo muy distinto de los pensamientos de los hombres. Los pensamientos de los hombres son imágenes; los pensamientos de los dioses son seres vivientes».

Tales visiones irradian su luz sobre el Infinito. Se percibe en ellas un eco lejano del Verbo Creador, invocado por San Juan en el comienzo de su Evangelio. Su vibración nos atraviesa como el son primordial cuyas armonías despiertan mundos enteros de donde brota la luz.