sábado, 31 de agosto de 2024

Édouard Schuré - La evolución de los planetas y la Tierra

 

Para poder dar una idea de esta evolución, nos es necesario recurrir, no a meras abstracciones sino a imágenes, porque la imagen tiene una virtud vivificante y creadora, de que carece la idea pura. Siendo simbólica en un mundo, corresponde a una realidad en un mundo superior.

Sabemos que nuestra tierra, antes de llegar al estado que se encuentra actualmente, atravesó por una fase denominada Período Lunar o Luna. Pero esta antigua Luna, que fue una etapa precedente de nuestra Tierra actual, se refiere a algo muy distinto de nuestro satélite contemporáneo y tampoco tiene nada que ver con cualquier otro planeta que la Astronomía pudiera descubrir. Los cuerpos celestes que el hombre puede ver actualmente son aquellos que se han mineralizado. Nuestros ojos no pueden ver más que los objetos que contienen minerales y que reflejan la luz, es decir, que posean cuerpo físico. Cuando el Ocultista habla del Reino Mineral, no se refiere a las piedras. sino al medio en el cual se desenvuelve la conciencia del hombre actual. Muchos sabios consideran el ser viviente como una simple máquina y rechazan toda idea de una fuerza vital. Esta actitud mental es debida a que nuestro organismo no puede contemplar la vida directamente. Por este motivo el Ocultista dice que el hombre vive en el Mundo Mineral.

Estudiemos el ojo. Es un aparato complicado, una especie de cámara oscura, cuya ventana es la pupila y cuyo lente es el cristalino. El cuerpo entero está así formado por una serie de aparatos físicos muy complicados y delicados. El oído es como un laúd, cuyas fibras ocupan el lugar de las cuerdas, y sucede otro tanto con cada órgano sensible.

La conciencia del hombre moderno no está despierta más que en relación con su cuerpo físico o mineral. Pero esto no significa que no deba irse despertando paulatinamente en relación con todos los demás principios constituyentes del ser humano, en el dominio constituido por las fuerzas vitales (naturaleza vegetal del hombre), y finalmente en la naturaleza humana propiamente dicha.

Actualmente el hombre no conoce más que lo que es mineral en el Universo. El instinto y la sensibilidad del animal, el crecimiento de las plantas, no lo conoce según sus leyes propias, sino solamente de acuerdo con su expresión física. Si nos imaginamos que una planta subsiste en un ser suprasensible, perdiendo toda sustancia mineral, tendremos que se nos vuelve invisible.

El hombre conoce por ahora solamente el mineral y lo tiene en su poder lo trabaja, modela, funde, combina. Esculpe de nuevo toda la superficie de la tierra. Todavía no es capaz de trabajar esta faz más que por medios puramente mecánicos. Si nos remontamos a los tiempos prehistóricos, en que ningún ser humano había aún tocado la Tierra, la encontramos tal como había salido de manos de los dioses. Pero después que el hombre tomó posesión del Reino Mineral, comenzó a cambiar y puede ya preverse un tiempo en que toda su faz habrá recibido la impresión de la mano del hombre, después de haber recibido la de los dioses.

En el principio los Dioses habían prescrito una forma determinada para cada cosa. Este poder de formar, paso de los dioses al hombre, en relación con el Reino Mineral. De acuerdo con las antiguas tradiciones vemos que este trabajo de metamorfosear la tierra lo debía ejecutar el hombre con el triple objetivo de realizar la Belleza, la Sabiduría y la Virtud.

Sobre este triple fundamento debe elevar el hombre sobre la tierra, su Templo. Entonces, otros seres que aparecerán en la Evolución más tarde que el hombre contemplarán esta obra humana como nosotros contemplamos el Mundo Mineral surgido de la mano de los Dioses. Las catedrales y las máquinas no habrán sido construidas en vano. El cristal que hoy extraemos de la tierra fue formado por los Dioses en la misma forma que nosotros construimos nuestros monumentos o fabricamos nuestras máquinas. Fue así como, en el pasado, de una masa caótica formaron el mundo mineral, de la misma manera que nuestras catedrales, nuestras invenciones todas, incluyendo hasta nuestras instituciones, son los gérmenes de los que surgirá el mundo del futuro.

Después de haber transformado el Mundo Mineral, el hombre aprenderá a transformar el de las plantas, el Reino Vegetal. Es un grado de poder superior. Así como el hombre hoy construye edificios, mañana podrá crear y modelar plantas obrando sobre la sustancia vegetal. Luego el hombre avanzará un paso más, y adquirirá el poder de formar seres vivientes, y más tarde aun seres conscientes y su poder se ejercerá sobre el Reino Animal. Cuando esté en condiciones de reproducirse por el sólo poder de su voluntad consciente, entonces alcanzará un estadio superior al que se encuentra ahora en el mundo Mineral y Sensible.

El germen de este poder de reproducirse a sí mismo, desprovisto de toda sensualidad, es el verbo, la palabra. La primera conciencia le llevó al hombre con el primer soplo que aspiró. La conciencia llegará a su perfección cuando sea capaz de infundir en su palabra el mismo poder creador de que hoy está dotado su pensamiento. Actualmente el hombre sólo confía al aire sus palabras, pero cuando se haya elevado a una conciencia creadora superior, entonces podrá transmitir al aire sus imágenes. La palabra será entonces una “imaginación” o “imagen” completamente viviente. Al dar cuerpo a estas imágenes, dará cuerpo a la palabra portadora de la imagen misma.

Cuando no encarnemos más simplemente nuestros pensamientos en los objetos, como en la fabricación de un reloj, por ejemplo, entonces daremos “cuerpo” a las imágenes y éstas se volverán vivientes. El reloj,  por ejemplo, viviría como una planta.

En cuanto el hombre sepa cómo conferir la vida a lo que constituye lo más elevado que hay en él. Estas imágenes gozarán de una existencia propia, real, comparable a la existencia animal. Entonces recién es cuando el hombre podrá reproducirse a sí mismo.

Al terminar la transformación terrestre, la atmósfera entera resonará con la fuerza del verbo. Es así como el hombre debe evolucionar hasta ser capaz de modelar su medioambiente a la imagen de su ser interior. El Iniciado no hace más que precederlo en esta vía. Es evidente que actualmente la piedra misma no puede todavía producir cuerpos humanos como los que habrá al final de la Evolución. En ese tiempo los cuerpos estarán en condiciones de servir de expresión a ese ser a quien llamamos el Logos. El único que ha manifestado en su cuerpo humano semejante al nuestro ese poder del Logos, el Logos mismo hecho carne, fue el Cristo. Y El intervino a mitad de nuestra Evolución para indicarnos la meta.

Nos preguntaremos ahora en qué forma vivía el espíritu humano antes de haber entrado en nosotros por medio de la respiración. La Tierra misma es la reencarnación de un planeta precedente que el Ocultismo llama la Luna. En esa Luna, el Mineral puro no existía todavía: estaba formada por una sustancia análoga a la madera, intermedia entre lo mineral y lo vegetal. Su superficie carecía de la dureza mineral y a lo sumo podríamos compararla a la turba. Sobre ella vivían unos seres mitad plantas y mitad moluscos y también un tercer reino intermediario entre el hombre y el animal actual.

Estos seres eran precisamente aquellos que estaban dotados de una conciencia de ensueño, imaginativa. Podemos representarnos la materia de que estaban compuestos comparándola con la masa que compone los ganglios nerviosos. Y en realidad la densificación de esta materia es la que ha darlo lugar a la sustancia cerebral actual. Pero si bien entonces podía vivir en la Luna en estado gelatinoso, en la Tierra ha sido necesario que se revistiera de una capa ósea protectora, tal como el cráneo o la caparazón de los crustáceos. Así es como todas las sustancias que nos constituyen han sido extraídas del macrocosmos y esta preparación universal fue necesaria para que el yo pudiera descender al hombre.

Ya hemos visto que el hombre no estuvo en estado de recibir el germen de su yo hasta que una vez en la Tierra, pudo respirar el aire ambiente. ¿Qué respiraba en la Luna?.

Cuando más nos remontamos retrospectivamente en la Evolución, tanto más se eleva la temperatura. En la Atlántida, todo estaba bañado por vapores calientes. El aire, en estados anteriores, era puramente calor, y antes aun, Fuego. Observando detenidamente estos estados precedentes, vemos que el Fuego ocupaba el lugar del aire. Los Lemures llegaron a respirar Fuego. Y es por este motivo que los escritos Ocultos hablan de que los primeros hombres habían sido instruidos por los espíritus del Fuego. Cuando el hombre físico hizo pie en la Tierra, el aire se convirtió en su elemento vital. Pero este aire es alterado y transformado por el hombre que lo convierte en ácido carbónico por el proceso respiratorio a fin de hacer descender un grado aún la materialización de nuestro globo. La acción de las plantas establece el equilibrio.

De todas maneras, es evidente que en razón de que el cuerpo tiene necesidad de asimilarse el oxígeno del aire, el ácido carbónico va aumentando en la superficie del globo, motivo por el cual el cuerpo humano se va anemiando. Un tiempo llegará en que el cuerpo físico habrá desaparecido y en que tanto el hombre como la tierra serán de naturaleza astral, porque la naturaleza física se destruye por sí misma. Pero antes de que se realice esta metamorfosis se interpondrá una Noche Cósmica, análoga a la que marcó el pasaje de la Antigua Luna a nuestra Tierra actual.

La atmósfera de la Luna contenía ázoe (nitrógeno), en la misma forma en que la atmósfera terrestre actual contiene oxígeno, y fue precisamente el predominio del ázoe lo que produjo el fin del período Lunar y el comienzo de la Noche Cósmica. Lo que en la Tierra recuerda las condiciones existentes en el período Lunar son precisamente las combinaciones azoadas, los cianuros. De ahí que su acción en la tierra sea destructiva, porque estos compuestos de ázoe no están en su lugar; son recuerdos deletéreos de las condiciones de vida que existían en otra edad. La combinación, en la Luna, del carbono con el ázoe  tenían poco más o menos el mismo efecto que sobre la Tierra las del carbono con el oxígeno.

El hombre animal que vivía en la Luna era, pues, el antecesor del hombre físico terrestre, así como los espíritus del fuego de esa época lunar, fueron los generadores del espíritu humano actual. Aquello que en la Luna estaba encarnado en el fuego, en la Tierra se encarna en el aire. Pero, ¿dónde podremos encontrar en el hombre actual algún recuerdo de la acción de esos espíritus del fuego? En la Luna los seres vivientes no tenían sangre caliente. ¿Qué es lo que ha causado el calor de la sangre y, por consiguiente, la vida de las pasiones?. Es el fuego que los seres respiraban en la Luna y que revivió luego en su sangre sobre la Tierra. Y el espíritu del aire rodea hoy de un ligero vestido sensible ese cuerpo que encierra la herencia de la fase lunar: el calor de la sangre, el cerebro, la médula espinal y los nervios. Estos ejemplos nos muestran que es necesario estudiar muy de cerca la transformación de las sustancias, para comprender una metamorfosis como la que se ha ido cumpliendo en el curso de las fases anteriores de la tierra. Si nos remontamos más allá, veríamos que nuestro planeta había tenido precedentemente un cuerpo puramente gaseoso, y más anteriormente aun, un cuerpo de sustancia sonora. En ese sonido que es el Verbo Universal, es donde tiene su punto departida el desenvolvimiento humano, siguiendo en seguida hacia la luz, el fuego y el aire. En este cuarto estado es donde el Espíritu Humano se torna consciente. A partir de este punto, la orientación que le había dado el Verbo surge de su interior y su concienciase convierte en su propio guía. Su ser primordial se realiza en el «yo». La aparición consciente del «yo» es la realización en el hombre del principio de Cristo.

Si nos remontamos a la primera forma elemental, nos veríamos absorbidos por el «Verbo», el sonido fluyente. Con la segunda forma elemental nos veríamos atravesados por la luz irradiante. La tercera forma elemental compenetraría de calor. En fin, con la cuarta forma elemental y la atmósfera terrestre veríamos aparecer la conciencia, que permite al hombre decir «yo».