sábado, 31 de agosto de 2024

Édouard Schuré - Yoga oriental y Yoga occidental

 

QUINTA LECCIÓN 
Es necesario darse cuenta, antes de abordar este tema, que desde que el Ocultismo comenzó a popularizarse, es decir, desde hará unos quince o veinte años, cierta literatura teosófica ha estado difundiendo ideas erróneas sobre los fines que persigue el Ocultismo. Se ha pretendido que el objetivo que se perseguía era la aniquilación del cuerpo por el ascetismo. También se ha difundido la idea de que la realidad era una ilusión que debía ser vencida, y se le daba el nombre indostánico de Maya. Todo esto es muy exagerado, aún más es un verdadero error teórico, contradicho por la ciencia y la práctica del Ocultismo.

¡Cuánto más justa no resulta la imagen griega que compara el Alma a una abeja! De la misma manera que la abeja sale de la colmena para libar el jugo de las flores y destilar con él la miel, así también el Alma emanada del Espíritu Supremo penetra en la realidad, recoge el néctar y lo vuelve a llevar al espíritu. En el Ocultismo no se trata, absolutamente, de menospreciar la realidad, sino de comprenderla y utilizarla. El cuerpo no es el vestido sino el instrumento del espíritu. La Ciencia Oculta no es la ciencia que suprime el cuerpo, sino la ciencia que enseña a servirse del mismo para fines superiores.

¿Comprenderíamos la naturaleza del imán si nos limitáramos a describirlo simplemente como una herradura? La comprenderemos mucho mejor si decimos: «es un trozo de hierro que encierra en sí el poder de atraer otros pedacitos de hierro». La realidad visible se encuentra totalmente saturada de una realidad más profunda que el alma trata de penetrar para dominarla. La sabiduría superior, ha sido guardada profundamente durante miles y miles de años en las fraternidades ocultas. Era necesario pertenecer a ella para poder conocer aunque más no fuera que los elementos de la ciencia oculta. Y para poder entrar había que someterse a muchas pruebas y prestar solemnes juramentos de no abusar de las verdades reveladas.

Pero las condiciones de la humanidad, de la inteligencia humana en particular, han cambiado muchísimo desde el siglo XVI y sobre todo en los últimos cien años, merced a los continuos descubrimientos científicos. Gracias a la ciencia son actualmente del dominio público muchas verdades pertenecientes al mundo natural y sensible, que anteriormente solo conocían los iniciados. Lo que sabe hoy la ciencia, antes era un misterio. Los iniciados han sabido siempre lo que con el tiempo sabrán todos los hombres, y es por eso que se los ha llamado profetas. Agréguese a todo esto que el Cristianismo introdujo un gran cambio en la iniciación. La iniciación, después de Jesucristo, no fue ya la misma que anteriormente. No podemos comprenderlo sino teniendo en cuenta la naturaleza humana en su constitución y recordando aquí sus siete principios. Los siete principios que constituyen el hombre son los siguientes:

El cuerpo físico. Es el hombre visible al ojo material, el hombre natural: el único que la ciencia actual conoce bien. El hombre puramente físico corresponde al Reino Mineral, y es un compuesto de todas las fuerzas físicas del Universo
El cuerpo etérico. ¿Cómo percibirlo? Sabemos que la hipnosis despierta otra conciencia, no solamente en el sujeto hipnotizado, sino también en el hipnotizador que sugiere al sujeto todo lo que quiere. Puede hacerle tomar una silla por un caballo y lo mismo puede sugerirle que la silla ha desaparecido y que no hay nadie en una habitación llena de gente. El iniciado puede ejercer este poder sobre sí mismo y hacer abstracción del cuerpo físico de la persona que tiene ante sí. Entonces, en vez del cuerpo físico percibe, no un vacío, sino el cuerpo etérico. Este cuerpo es muy parecido al físico, aunque presenta ciertas diferencias. Tiene la misma forma aunque algo más grande. Es más o menos luminoso y fluídico y sus órganos están reemplazados por corrientes fuidicas de diversos colores, en tanto que el corazón está presentado por un verdadero nudo o vórtice de corrientes. El cuerpo etérico es así el verdadero doble etéreo del cuerpo material. Este cuerpo lo tiene el hombre en común con las plantas. No es, absolutamente, el producto del cuerpo físico como los naturalistas podrían creer, sino que, por el contrario, es el constructor de todo organismo viviente. Para la planta lo mismo que para el hombre, es la fuerza del crecimiento, del ritmo y de la reproducción.
El cuerpo astral. Este no tiene ni la forma del cuerpo etérico ni la del físico. Afecta una forma ovoidea y radia como una nube en torno del cuerpo o como un aura, coloreándose como todos los colores, según las pasiones que lo animen. Cada pasión tiene su color astral. Por lo demás, el cuerpo astral es, desde cierto punto de vista, una síntesis del cuerpo físico y del cuerpo etérico. Y he aquí como el cuerpo etérico tiene siempre el sexo opuesto al del cuerpo. El cuerpo etérico de un hombre es de sexo femenino, mientras que el cuerpo etérico de una mujer es del sexo masculino. El cuerpo astral, tanto en el hombre como en la mujer, es bisexual, siendo así la síntesis de los otros cuerpos.
El Yo, o Manas, en sánscrito; Joph (Yoph) en hebreo. Es el alma inteligente y consciente; es la individualidad humana indestructible que puede aprender a construir otros cuerpos; es el Inefable, el yo humano y divino a la vez.
Estos cuatro elementos juntos, es lo que Pitágoras reverenciaba en el signo del Tetragrama.


La evolución humana consiste en la transformación de los cuerpos inferiores con la ayuda del yo, en cuerpos espiritualizados. El cuerpo físico es el más antiguo y por lo tanto el más perfeccionado del hombre actual. La etapa actual de la evolución humana tiene por objeto la transformación del cuerpo astral. En el hombre civilizado, el cuerpo astral se divide en dos partes; la inferior y la superior. La primera está todavía en estado caótico y oscuro; y la superior es luminosa y está ya compenetrada por las fuerzas de Manas, estando ordenada y regularizada. Cuando el iniciado ha purificado su cuerpo astral de todas las pasiones animales, cuando se ha vuelto totalmente luminoso, que es la primera fase de su iniciación, se llega a la katharsis o purificación. Solamente entonces, puede operar sobre el cuerpo etérico, poniendo así su sello sobre el cuerpo físico. Es necesario que su acción pase por el cuerpo etérico.

El deber del discípulo es el de llegar a la transformación del cuerpo astral y del etérico y, por este proceso, al poder y dominio completo del cuerpo físico. Así es como se transforma en Maestro y Señor, y transforma los tres principios inferiores de su Naturaleza en tres superiores: 5º Manas; 6º Budhi; 7º Atma. Tocamos aquí una ley maravillosa de la naturaleza humana, que demuestra que el Yo y el Manas son el centro del desenvolvimiento humano. La dominación que el Manas o Mente ejerce en lo inferior sobre el cuerpo astral y el etérico se traduce en lo superior y elevado, es decir, sobre las formas del hombre superior y divino, por la adquisición de facultades nuevas.

Es así como, por ejemplo, la operación de Manas sobre el cuerpo etérico se transforma en luz y fuerza para su ser espiritual (Budhi). Y la presión que ejerce sobre su cuerpo físico se transforma en luz y en fuerza para su espíritu divino (Atma). Es así como toda evolución humana se resume, pues, en la transformación de los cuerpos inferiores por la acción del Yo superior. Nuestra etapa actual consiste en la transformación del cuerpo astral, que corre parejas con la dominación y subyugamiento de las sensaciones y su purificación.

El cuerpo astral del hombre actual, es oscuro en su parte inferior, y claro y bien coloreado en su parte superior. La parte inferior no ha sido aún transformada por el yo. La superior ya ha sido penetrada y organizada por él. Cuando el hombre ha elaborado totalmente su cuerpo astral, se dice que lo ha transformado en Manas. Sólo entonces comienza el trabajo sobre el cuerpo etérico. Y hay una buena razón para que sea así.

Todo cuanto ocurre en el cuerpo astral es de naturaleza efímera, mientras que la que ocurre en el cuerpo etérico deja una huella indeleble, que se imprime como un sello definitivo en el cuerpo físico. La iniciación superior consiste en dominar todos los fenómenos del cuerpo físico, controlándolos completamente y haciéndolos obedecer rígidamente a la voluntad. En la medida en que el iniciado la logre poseerá Atma, es decir, que se convierte en mago y adquiere poderes sobre la naturaleza.

La diferencia entre la iniciación Oriental y la Occidental consiste en el método por el cual el Maestro conduce al discípulo a trabajar sobre su cuerpo etérico. Para podernos dar cuenta de la cuestión es necesario que tengamos en cuenta la diferencia que existe entre el estado de sueño y el de vigilia. Durante el sueño el cuerpo astral se desprende parcialmente del cuerpo mental y permanece hasta cierto punto en inactividad, mientras que el cuerpo etérico continúa su trabajo vegetativo.

Al producirse la muerte, el cuerpo etérico se desprende completamente, conjuntamente con el astral, del cuerpo físico. En este cuerpo etérico, portador de la memoria, reside el recuerdo de la vida, y precisamente en el momento mismo en que se desprende ve el moribundo toda su vida como en un solo cuadro. En cuanto el cuerpo etérico sale del cuerpo físico se torna muchísimo más impresionable, ya que entonces no está oprimido por su contenido físico.

Ahora bien, la Iniciación Oriental consistía en hacer salir artificialmente el cuerpo etérico y el astral del discípulo, durante el letargo que debía durar ritualmente tres días. Durante este tiempo el Hierofante dirigía el cuerpo etérico del discípulo, trasmitiéndole impulsos, sugiriéndole la sabiduría, la que quedaba depositada en él como una impresión poderosa e imborrable. El iniciado, al despertar, encontraba en sí mismo toda esa sabiduría, porque el cuerpo etérico encierra la memoria del hombre, y conservaba esta sabiduría, que era la de la Doctrina Oculta, pero que llevaba consigo el sello indeleble y personal del Hierofante. Después de haber sufrido esta iniciación, se decía, del que había sido iniciado, que había nacido dos veces. Se procedía así porque hubiera sido muy difícil de otra manera comunicar las verdades superiores. Sin embargo, las cosas ocurren muy diferentemente en la Iniciación Occidental.

Difiere de la Iniciación Oriental en que ésta se realiza durante el sueño, mientras que la Occidental se realiza durante la plena vigilia, evitando la separación entre el cuerpo etérico y el físico. Durante la iniciación occidental el iniciado permanece siempre independiente y el Maestro no es más que quien lo despierta. El Maestro occidental no quiere ni dominar ni convertir: solamente cuenta lo que ha visto. ¿Cómo hay que escuchar? Hay tres maneras de escuchar: Escuchar sometiéndose a la palabra como a una autoridad infalible; escuchar con sentido crítico, rebelándose contra lo que se oye; escuchar sencillamente, sin fe servil y ciega y sin oposición sistemática, dejando obrar a las ideas y observando sus efectos.

Así debe ser, en la iniciación occidental, la actitud del discípulo con respecto a su Maestro. En cuanto al iniciador sabe perfectamente que para ser Maestro es necesario convertirse en servidor. Para él se trata no de modelar el alma de su discípulo a su imagen y semejanza, sino de adivinar su enigma y resolverlo. Lo que El enseña no es un dogma, o si es dogma no tiene valor más que como principio de evolución. Toda verdad que a la vez no sea una fuerza vital, es una verdad estéril. Por eso es necesario que todo pensamiento llegue al alma, y ningún pensamiento llega al alma si no está impregnado por el sentimiento. Entonces es un pensamiento que ya ha nacido muerto: es un aborto.

Lo que conviene establecer antes de seguir más adelante, es que el Yoga o iniciación no es un acontecimiento tumultuoso, sino un desenvolvimiento lento, un cambio de los más íntimos. Por lo general uno se figura que se trata de una serie de manipulaciones externas o prácticas ascéticas, pero no hay nada de eso. Todo debe ocurrir en las profundidades del alma. Hablaremos de las reglas prácticas de este desenvolvimiento. Se dice que el principio de la iniciación era peligroso y que el que lo emprendía se exponía a serios peligros. En esto sí hay algo de cierto, y trataremos de explicarlo científicamente.

La iniciación yoga, es una especie de alumbramiento del Alma superior que existe latente en todo ser humano, y esta iniciación presenta para el alma inferior, o más exactamente, para el cuerpo astral, peligros análogos a los del alumbramiento físico, con este parecido, además, que el Alma Divina sale dolorosamente del alma pasional, como el niño del seno de su madre, y esta diferencia, que el alumbramiento espiritual dura muchísimo más tiempo.

Empleamos aún otra comparación. El Alma Superior está estrechamente ligada al alma animal. Su fusión es lo que atempera las pasiones. Las espiritualiza y las domina, según el grado de inteligencia y de voluntad. Esta fusión tiene una ventaja para el hombre. Pero esta ventaja se obtiene al precio de la clarividencia que se pierde. Imaginémonos un líquido verde, compuesto químicamente de azul y amarillo. Si podemos disociar el líquido químicamente, el líquido amarillo se irá al fondo, mientras que el azul pasará a la superficie. Y otro tanto ocurre en el hombre cuando el Yoga separa el alma animal del Alma Espiritual. El Alma Espiritual obtiene la clarividencia, por el alma animal, que queda sola, y si no ha sido todavía purificada por el yo, se entrega sin control al exceso de sus pasiones. Y este es el hecho que puede comprobarse frecuentemente en los médiums. Contra este peligro terrible se previene a veces a los iniciados con estas palabras: el Guardián del Umbral.

Por eso, como primer requisito, se exige que el iniciado sea de un carácter firme y un hombre completamente dueño de sus pasiones. El Yoga debe, pues, ir precedido de una disciplina severa y de ciertas condiciones, la primera de las cuales es la calma y la soledad. La moral ordinaria no es suficiente, porque no se refiere más que a la conducta del hombre en el mundo externo mientras que el Yoga se refiere al hombre interno. Si se nos dijera: la piedad basta, contestaríamos: la piedad es una hermosa virtud, una virtud necesaria, pero nada tiene que hacer con el desenvolvimiento oculto. La piedad sin la sabiduría es impotente. Para el Ocultista, para el verdadero Iniciado, se trata de cambiar la dirección de la corriente de su vida. El hombre actual está determinado e impulsado en todos sus actos por las sensaciones, es decir, por el mundo exterior. Todo lo que está determinado por el lugar o el tiempo nada significa. Hay que sobrepasarlos. ¿Qué medios se emplean para lograr tal fin?

1º Fijar el pensamiento en un solo objeto y sujetarlo allí. Esto se llama adquirir el dominio del pensamiento.

2º Operar de la misma manera en todos los actos, grandes y chicos: dominándolos, regulándolos y colocándolos bajo el dominio de la voluntad. Todos los actos deben ser el resultado de una iniciativa interior. Esto es el dominio de las acciones.

3º Equilibrio de ánimo. Es necesario lograr la moderación en el dolor y en el placer. Goethe dice que el alma que ama tan pronto está alegre, tan pronto triste, hasta la muerte. El ocultista debe soportar con la misma ecuanimidad el dolor más grande o la alegría más intensa.

4º Optimismo. El estado de ánimo que consiste en tratar de ver siempre el lado bueno de las cosas. En todas partes, hasta en el crimen y en lo absurdo, hay algo de bueno. Una leyenda persa relata que al pasar el Cristo frente al cadáver de un perro sus discípulos se echaron atrás con horror, mientras que el Cristo mismo, después de haber contemplado este repugnante espectáculo, dijo simplemente: ¡Qué lindos dientes!

5º La confianza. La apertura del espíritu ante todo nuevo fenómeno, el no dejarse determinar por el pasado en sus juicios.

6º El equilibrio interior, que resulta de todos estos medios preparatorios. Entonces se encuentra uno maduro para el ejercitamiento interior del alma. Ya está pronto para emprender el sendero.

7º La meditación. Es necesario volverse ciego y sordo con respecto al mundo externo y sus recuerdos, hasta el punto de que un cañonazo no logre perturbarnos. Cuando uno ha logrado hacer el vacío entonces puede recibir en sí mismo lo que viene del interior. Entonces hay que despertar al alma profunda mediante ciertas ideas que la harán remontar hacia su fuente.

En el libro «Luz en el Sendero» se encuentran cuatro sentencias propias para ser empleadas como temas de meditación, de concentración interior. Son sentencias antiquísimas, que han sido empleadas por los iniciados durante siglos enteros y cuyo sentido es profundo y múltiple.

«Antes de que los ojos puedan ver, deben ser incapaces de llorar.
«Antes de que el oído pueda oír, debe haber perdido la auditividad.
«Antes de que la voz pueda hablar en presencia de los Maestros, debe haber perdido el poder de herir.
«Antes de que el alma pueda erguirse en presencia de los Maestros, es necesario que lave sus pies en la sangre del corazón».
Estas cuatro sentencias tienen un poder mágico. Pero, para sentirlo, es necesario dejarlas vivir dentro de sí mismo, sin cansarse, como una madre que ama a su hijo.Este primer ejercitamiento tiene el poder de desarrollar el cuerpo etérico y muy particularmente su parte superior, que corresponde a la cabeza.

Después de haber tratado así la parte superior del cuerpo etérico, es necesario desenvolver una parte más profunda del ser: el sistema sanguíneo y respiratorio, el corazón y los pulmones. Antiguamente, en lejanas épocas de desenvolvimiento terrestre, el hombre vivía en el agua y respiraba por branquias, como los peces de la actualidad. Los libros sagrados de la antigüedad señalan el momento en que el hombre comenzó a respirar aire diciendo, como en el Génesis: «Dios dio su aliento al hombre». El discípulo tiene entonces que cambiar su sistema de respiración y purificarlo. Todo desenvolvimiento va del caos a la armonía, de la aritmia a la euritmia. El hombre tiene que hacer que sus instintos sean rítmicos.

En la antigüedad los diversos grados de iniciación eran designados por nombres particulares.

Primer grado: El cuervo, el que está en el umbral. El cuervo es un ave que aparece en todas las mitologías. En la «Edda» murmura en el oído de Votan lo que ve a lo lejos.

Segundo grado: Estudiante secreto u ocultista.

Tercer grado: El Guerrero, la lucha, el combate.

Cuarto grado: El león (la fuerza).

Quinto grado: El Iniciado lleva el nombre del pueblo al que pertenece: Persa, Griego, Israelita, etc, porque su alma se ha expandido hasta comprender la de todo su pueblo, país o nación.

Sexto grado: El Héroe Solar, el Heraldo o Corredor del Sol, porque su marcha se ha tornado tan armoniosa y rítmica como la del sol. El sol representaba el movimiento o el ritmo vivificador del sistema planetario. La leyenda de Icaro se refiere a la Iniciación. Icaro trató de alcanzar el sol demasiado pronto, sin preparación suficiente, y por eso cayó.

Séptimo grado: El Padre, porque ya es capaz de crear discípulos y convertirse en protector de todos los hombres, siendo a la vez el padre del nuevo hombre, dos veces nacido en el alma resucitada.

En el curso de la meditación, el pensamiento purifica el aire; podría hasta comprobarse químicamente y demostrar que entonces se expele ácido carbónico en mucha menor cantidad. El nuevo ritmo de la respiración produce un cambio en la sangre. El hombre se purifica hasta el punto de poder reconstruir su propia sangre sin el auxilio de las plantas. La prolongada actitud meditativa cambia la naturaleza de la sangre. El hombre exhala entonces menos cantidad de carbono, ya que lo retiene en sí mismo y lo utiliza en su estructura corporal. Ya no exhala más que aire puro. El hombre se vuelve así capaz de vivir en su propio aliento. Y en esta forma se realiza la transmutación alquímica.

¿Cuáles son las etapas superiores del Yoga?

Primera etapa: El iniciado encuentra la calma en su alma. Entonces surge en él la visión astral, donde todo es simbólicamente la imagen de la realidad. Esta visión astral, percibida durante el sueño, es todavía incompleta.

Segunda etapa: Los sueños dejan de ser caóticos y se vuelven regulares. Entonces comienza a comprenderse la verdadera relación entre el simbolismo de los sueños y la realidad: se vuelve uno señor de lo astral. Entonces la Luz Astral, que brota del interior, se despierta en el alma que aprende a ver a las otras almas como realidades.

Tercera etapa: La continuidad de la conciencia va estableciéndose entre el estado de vigilia y el estado de sueño. Antes la vida astral se reflejaba en los sueños durante el sueño liviano, pero ahora aparecen en el sueño profundo otras concepciones que son puramente auditivas y que se manifiestan en forma sonora. Entonces el alma comienza a sentir la voz (El Verbo) interior de todos los seres en forma de maravillosa armonía.

Esta armonía es la manifestación de la vida real. Platón y Pitágoras llamaron a esta armonía la música de las esferas. No era una metáfora poética, sino la vibración profunda del alma íntima bajo las ondas sonoras que emanaban del alma del mundo. Goethe, que fue iniciado en su juventud entre el período de Leipzig y de Strasburgo, conocía esta armonía de las esferas. Y, a principios del Fausto, la canta cuando pone en labios del ángel Rafael las siguientes palabras:

«El sol vibra en el cielo;

«Las esferas fraternales resuenan

«Y prosigue su curso infalible,

«Mientras su voz rueda como un trueno».

Durante el sueño profundo, el iniciado escucha estos sonidos como si fuera el sonido de trompetas o el rugido de los truenos.