sábado, 31 de agosto de 2024

Édouard Schuré - Dios, el Hombre, la Naturaleza

 

TERCERA LECCIÓN
Uno de los principios más profundos del Ocultismo, fundado en la gran ley de las analogías, es que la Naturaleza nos revela lo que pasa en nosotros. Para dar un ejemplo resaltante y típico, aunque completamente ignorado por la ciencia oficial, de esta ley, mencionaremos el de la piedra filosofal. Los Rosacruces la conocían muy bien. Ya en un diario alemán de fines del siglo XVIII, se hace cuestión acerca de esta piedra. Se habla de ella como una cosa real y se dice: «Cada uno la toca a menudo sin saberlo,» y esto es absolutamente verdad al pie de la letra.

Todo el mundo sabe que el hombre aspira oxígeno y exhala ácido carbónico, lo que, para la ciencia del Yoga tiene un sentido físico y espiritual. El hombre no puede aspirar ácido carbónico para alimentarse, porque moriría en seguida. Sin embargo, las plantas viven con él. Las plantas renuevan el aire y lo tornan respirable y retributivamente el hombre y los animales suministran a las plantas el ácido carbónico con el que ellas se nutren. ¿Qué hace la planta con el ácido carbónico que absorbe? Construye su propio cuerpo. Ahora bien, sabemos perfectamente que el cadáver de la planta es hulla, el carbón de piedra. La hulla no es más que el ácido carbónico cristalizado.

La sangre roja, al fijar el ácido carbónico, se convierte en sangre azul, que necesita ser renovada por el oxígeno; porque no puede servirse del ácido carbónico para construir el cuerpo. Los ejercicios del Yoga son un ejercitamiento especial que hace al hombre capaz de convertir la sangre roja en constructora del cuerpo. Y es así como el Yoga fabrica su cuerpo con la sangre de la misma manera que la planta fabrica el suyo con el ácido carbónico. Vemos, pues, que el poder de transmutación que existe en la Naturaleza está representado por la hulla que es una planta cristalizada. Y la piedra filosofal, en su sentido más general, significa precisamente ese poder de transmutación.

La ley de la Regresión es cierta y verdadera para todos los seres, lo mismo que la ley de la Ascensión. Los minerales son plantas degeneradas; las plantas son antiguos animales, y el hombre (física y corpóreamente considerados) y los animales tienen un antecesor común. El hombre ha subido, el animal ha descendido. En cuanto a la parte espiritual del hombre, éste proviene de los Dioses. En este sentido el hombre es un Dios degenerado y el verso de Lamartine es cierto literalmente: «L’Homme est un Dieu déchu qui se souvient des cieux». (El hombre es un Dios caído que se acuerda del cielo).

Hubo una época en que todo vivía en la Tierra en una vida semivegetal y semianimal. La Tierra misma era un conjunto viviente y constituía algo así como un gran animal. Todo su suelo estaba formado como por una sustancia análoga a la turba, de donde brotaban bosques gigantescos, que más tarde se convirtieron en hulla. En esa época la Tierra y la Luna no formaban más que un solo astro. La Luna representaba el elemento femenino de la Tierra.

Hay seres que se han quedado retrasados en el camino, que han permanecido en una etapa inferior de la evolución. El muérdago, por ejemplo, es un testigo de dicha época, un sobreviviente del género de plantas parásitas que vivían entonces sobre la tierra, como ahora viven sobre otros vegetales, de ahí sus virtudes ocultas especiales, que los Druidas conocían, por cuyo motivo la convirtieron en su planta sagrada. El muérdago parásito es un sobreviviente de la época lunar del Globo Terrestre, es parásito, porque no ha aprendido, como las demás plantas, a vivir directamente sobre el reino mineral.

La enfermedad es algo análoga. Es causada por una regresión de los elementos parasitarios del organismo. Los Druidas conocían esas relaciones entre el muérdago y el hombre, de lo cual pueden notarse ciertas referencias en la leyenda de Baldour. El muérdago da muerte a Baldour, porque esta planta es un elemento hostil de la época precedente que no forma cuerpo ya con el hombre. En cambio, las otras plantas, adaptadas en la época, le habían jurado amistad. Cuando esta tierra vegetal se convirtió en mineral, adquirió por los metales una nueva propiedad, la de reflejar la luz. Un astro no se torna visible en el cielo hasta que se ha vuelto mineral. En el cielo existen multitud de mundos que nuestro ojo físico no puede percibir y que sólo son visibles para los clarividentes.

Tanto la tierra como el cuerpo físico del hombre se han mineralizado, pero la característica del hombre es que existe en él un doble movimiento, y mientras el hombre físico ha descendido, el hombre espiritual ha ascendido. San Pablo ha explicado esta verdad, declarando que hay una ley para el cuerpo y otra para el espíritu. Así como el hombre aparece a la vez como un fin y como un principio.

El punto vital, el punto de intersección y de retorno en la ascensión humana, fue el tiempo de la separación de los sexos. Hubo un tiempo en que ambos sexos estaban reunidos en el ser humano. El mismo Darwin ha reconocido la posibilidad de esta hipótesis. Al separarse los sexos surgió un elemento nuevo, trascendental e inmenso: el amor. La atracción del amor es tan poderosa y misteriosa, que las mariposas tropicales, de sexos diferentes, traídas a Europa, aclimatadas a doscientas leguas las unas de las otras, al ser puestas en libertad en el aire, volaron hasta reunirse a mitad del camino.

Algo semejante ocurre entre el mundo humano y el mundo divino, así como entre el Reino Humano y el Reino Animal. El oxígeno y el ácido carbónico son la aspiración y la expiración del hombre. Y así como el Reino Vegetal exhala el oxígeno, así también la humanidad exhala amor, después de la separación de los sexos, y de los efluvios de ese amor viven los dioses. ¿Por qué tanto el animal como el hombre exhalan el amor?

El ocultista ve en el hombre actual un ser en plena evolución. El hombre es a la vez un dios caído y un dios en potencia o en desarrollo. El Reino de los Cielos se nutre con los efluvios del amor humano. La antigua Grecia trató de expresar esta realidad con el mito del néctar y de la ambrosía. Sin embargo, los dioses están por encima del hombre y su tendencia natural sería más bien la de comprimirlo. Pero hay algo entre el hombre y los dioses, un ser intermediario, como el muérdago entre la planta y el animal. Este es Lucifer y el elemento luciférico. Los dioses no tienen otro interés que el amor de los hombres. Cuando Lucifer, bajo en la forma de serpiente, quiso inducir al hombre a buscar la ciencia, Jehová se negó. Pero Lucifer es un dios caído que no podrá elevarse de nuevo sino por intermedio del hombre, insuflándole el deseo de un conocimiento personal. Es él quien se opone a la voluntad de Dios, que había creado el hombre «a su imagen».

Los Rosacruces explican el papel de Lucifer en el mundo. Este punto lo trataremos más adelante. Por el momento bastará con que recordemos aquí esta sentencia fundamental de nuestra Orden: «Oh, Hombre debes saber que a través de ti pasa una corriente que sube y otra que baja».