sábado, 31 de agosto de 2024

Édouard Schuré - El Devacán o el cielo

 

Lo que por hábito se llama en sánscrito Devakán, es ese largo espacio de tiempo que transcurre entre la muerte de un hombre y un nuevo nacimiento. Después de la muerte, el alma empieza, en el plano astral, a perder los instintos ligados a su cuerpo. Pasa en seguida al Devakán, donde vive una larga vida entre dos encarnaciones. Como el mundo astral, el mundo devakánico no es un medio ni un lugar, sino un estado. Nos rodea hasta en esta vida, aunque no percibamos nada de él. Para comprender por analogía el estado devakánico, así como las funciones del Devakán en la vida terrestre y en la vida universal, lo mejor será partir, una vez más, del estado de sueño.

 El sueño es, para la inmensa mayoría de los hombres, un estado enigmático. En el sueño, el cuerpo etérico del hombre permanece ligado al cuerpo dormido y continúa su trabajo vegetativo y reparador; pero el cuerpo astral y el yo del individuo se separan de ese cuerpo dormido para vivir una vida independiente. Durante el día, toda nuestra vida consciente, consume, quema, el cuerpo físico. De la mañana a la noche el hombre gasta su fuerza; el cuerpo astral transmite al cuerpo físico sensaciones que lo gastan y lo debilitan. En la noche, por el contrario, el cuerpo astral trabaja en forma totalmente contraria. No transmite ya sensaciones venidas de fuera, elabora esas sensaciones y pone orden y armonía allí donde la vida había puesto desorden y discordancia por el caos de las percepciones.

Durante el día, el cuerpo astral cumple un trabajo pasivo, es receptor y transmisor. Durante la noche desempeña un plan activo de orden y de construcción que repara las fuerzas gastadas. La particularidad del hombre en su estado astral, es que su cuerpo astral no puede hacer al mismo tiempo ese trabajo nocturno de reparación y percibir lo que pasa alrededor de él en el mundo astral. ¿Cómo llegar a descargar al cuerpo astral de su trabajo, a fin de liberarlo para la vida en el mundo astral?

El procedimiento del adepto para liberar su cuerpo astral es cultivar las sensaciones y los pensamientos que poseen ya por sí mismos un cierto ritmo comunicable al cuerpo físico, y, por otra parte, evitar todos aquellos que arrojan sobre él el desorden y la confusión. Proscribe al abandono desordenado, a las alegrías extremas; así como a los extremos dolores, y predica la igualdad de alma.

Una ley soberana rige la naturaleza y es que todo debe llegar a ser rítmico. Cuando el hombre ha desarrollado la flor de loto de doce pétalos que constituye su órgano de percepción, y de radiación astral y espiritual, puede actuar sobre su cuerpo y darle un ritmo nuevo que repare sus fatigas. Gracias a ese ritmo y a ese restablecimiento de la armonía, el cuerpo astral no tiene ya necesidad de cumplir, mientras el cuerpo duerme, su trabajo de reparación, sin el cual el cuerpo físico caería en ruinas.

Toda la vida del día no es más que devastación del cuerpo físico. Todas las enfermedades provienen de excesos del cuerpo astral. El que come con exceso provoca en su cuerpo astral goces que reaccionan sobre su cuerpo físico, perturbándolo. Arruina el cuerpo para procurarse goces caóticos. Es por esta razón que ciertas religiones imponen el ayuno. Por el ayuno, el cuerpo astral, menos ocupado y más encalmado, se separa parcialmente del cuerpo físico, sus vibraciones se apaciguan y comunican al cuerpo etérico un ritmo regular. El ayuno vuelve, pues, al cuerpo etérico su ritmo; pone en armonía la vida, (cuerpo etérico) y la forma (cuerpo físico), es decir, el universo en armonía con el hombre.

Acabamos de ver qué papel desempeña el cuerpo astral durante el sueño. ¿Dónde se encuentra durante el sueño el Yo del hombre? Precisamente en el Devakán. Pero nuestro sueño no tiene conciencia de él. Es necesario distinguir el sueño lleno de ensueños, del sueño profundo. El sueño profundo, sin ensueños, el que viene después de los primeros ensueños, responde al estado devakánico. No lo recordamos porque este estado no es consciente para el cerebro físico, ordinario. Sólo la iniciación superior puede dar la conciencia de las percepciones del sueño profundo. El iniciado posee la continuidad de la conciencia a través del estado de vigilia, de sueño con ensueños y de sueño sin ensueños. El reúne esos tres estados en la totalidad de su ser.

Estudiemos ahora la situación del hombre en el Devakán, después de su muerte. Al cabo de cierto tiempo, el cuerpo etérico se dispersa en las fuerzas del éter viviente. ¿Cuál es entonces la tarea del cuerpo astral y de la conciencia? Se trata de que el Yo y el cuerpo astral vuelvan a construírse un nuevo cuerpo etérico para la existencia que va a seguir. La morada en el Devakán está en parte consagrada a la adquisición de estas cualidades.

En efecto, la sustancia del cuerpo etérico, como la del cuerpo físico, cambia constantemente, al punto de ser renovada en siete años, enteramente. Igualmente la sustancia etérica se renueva aunque su forma y su estructura permanecen idénticas bajo la acción del Yo Superior. A la muerte, esta sustancia vuelve enteramente al medio etérico y tampoco del cuerpo físico queda nada de una encarnación a otra. Las encarnaciones sucesivas se cumplen, pues, con cuerpos etéricos enteramente renovados, y es por eso que la fisonomía y la forma del cuerpo cambian totalmente de una encarnación a otra. Ella depende, no de la voluntad del individuo, sino de su Karma, de sus pasiones y de sus acciones involuntarias.

Esto es completamente diferente para el Discípulo que pasa por una iniciación. El desarrolla desde aquí abajo su cuerpo etérico de manera que lo conserva y lo hace capaz de entrar en el Devakán después de la muerte. El ha llegado a despertar sobre la tierra, en el seno de las fuerzas etéricas, un espíritu de vida que constituye una de las tres partes desde entonces imperecederas de su ser. Este cuerpo etérico es adorado en espíritu de vida, se llama en sánscrito Buddhi. Cuando el discípulo ha conquistado este espíritu de vida, no tiene ya necesidad de reformar enteramente su cuerpo etérico entre dos encarnaciones. Pasa, pues, un tiempo mucho más corto en el Devakán. Por eso lleva de una a otra encarnación las mismas disposiciones, el mismo temperamento, el mismo carácter.

Cuando el maestro en ocultismo llega a dirigir conscientemente, no sólo su cuerpo etérico, sino también su cuerpo físico, de éste resulta también un principio espiritual que se llama en sánscrito: Atma, es decir, hombre-espíritu. Llegado a este grado, el iniciado conserva los rasgos de su cuerpo físico cada vez que reencarna sobre la tierra. Conserva su conciencia total al pasar de la vida celeste a la de la tierra y de una encarnación a otra. Ahí está el origen de las leyendas de Apis en Egipto o de Mitra en Persia. Es decir, que para ellos no hay kamaloca ni devakán, sino continuidad persistente de la conciencia más allá de las muertes y los nacimientos.

A veces se hace a la reencarnación la objeción siguiente: Cuando el hombre ha cumplido su misión sobre la tierra, él la conoce, ¿por qué debe volver nuevamente? La objeción sería justa, si el hombre volviera a la misma tierra. Pero como generalmente no vuelve sino al cabo de dos mil años, encuentra una naturaleza, una tierra y una humanidad nuevas; porque ellas han evolucionado a su vez y así él puede hacer un nuevo aprendizaje y cumplir una nueva misión.

Esos períodos de renovación de la tierra, que determinan los tiempos de las reencarnaciones, están determinados por la marcha del sol a través de los signos del Zodíaco. Ocho siglos antes de Jesucristo, el sol tenía su punto vernal en el signo de Aries.

Vemos un reflejo de ello en la leyenda del Toisón de oro y el nombre de Cordero de Dios que se da al Cristo. Dos mil ciento sesenta años más tarde, el punto vernal del sol se encontraba en el signo de Taurus, el que influencia los cultos, como el del Buey Apis en Egipto o el de Mitra en Persia. Dos mil ciento sesenta más tarde, en Géminis, se encontraba el punto vernal y encontramos una imagen de ello en la cosmogonía de la antigua Persia y en las dos figuras de Ormuzd y Ahriman. Cuando se hundió la civilización atlántica y preludiaron los tiempos védicos, el Sol tenía su punto vernal en Cáncer, que marca el fin de un período y el principio de otro.

Los pueblos han tenido conciencia siempre de la importancia de las relaciones que los unen con las constelaciones. De modo que los grandes períodos de la humanidad, sufren la influencia de las revoluciones celestes, y marcha la tierra en relación con el sol y las estrellas.

Este hecho explica la diferencia entre las épocas y da a las encarnaciones que se producen en cada una de ellas un sentido nuevo, porque dos mil ciento sesenta años forman el tiempo necesario para una encarnación masculina y una femenina, es decir, a los dos aspectos bajo los cuales el hombre recoge toda la experiencia de una época. ¿Qué es lo que produce sobre la tierra una nueva flora y una nueva fauna? Son los Devas y las formas del Devakán. Darwin trata de explicar la evolución terrestre por la lucha por la existencia, lo que no explica nada. Para el ocultista, las formas actuantes del Devakán son las que modifican la flora y la fauna. Y cuanto más avanzado es el hombre, más puede participar de este trabajo. La actividad del hombre es tanto más constructiva sobre las formas de la naturaleza, cuanto que ha desarrollado su conciencia.

El iniciado, dice el Devakán, puede trabajar en el mundo donde nacen las plantas nuevas. Porque el Devakán es el mundo donde toma forma la vegetación. En el kamaloca astral, el hombre trabaja en la construcción del reino animal.El kamaloca está en la esfera lunar en tanto que el Devakán depende del sol.

El hombre está así ligado a todos los reinos de la naturaleza. Platón habla del símbolo de la Cruz diciendo que el alma del mundo está ligada al cuerpo del mundo como sobre una cruz. ¿Qué significa esta cruz? Es el alma que pasa por todos los reinos de la naturaleza. En efecto, al contrario del hombre, la planta tiene su raíz, o si se prefiere su cabeza, portadora de sus sentidos nutricios, abajo, y vuelve, al contrario, castamente a lo alto, al sol, sus órganos de generación. El animal es un intermediario, en su posición comunmente horizontal. El hombre y la planta se erigen verticalmente y forman una cruz, la cruz del mundo, con el animal puesto de través.

La participación del hombre, después de la muerte, en los planos superiores, para la construcción de los reinos inferiores, llegará a ser consciente en los tiempos futuros. La conciencia regirá las relaciones que hacen que a una nueva flora, corresponda siempre una nueva cultura humana. La misión divina del espíritu es trabajar en forjar el porvenir. No habrá más milagro ni azar. La flora y la fauna serán la expresión voluntaria del alma humana transfigurada.

Este trabajo que se cumple sobre la tierra es realizado por dos lados: por los Devas (los Dioses) y por el hombre. Si construimos una catedral, trabajamos el mineral. Las montañas de los dos lados del Nilo son la obra de los Devas; los Templos en sus riberas son la obra del hombre. Y los dos tienen el mismo fin: la transfiguración de la tierra. Más tarde el hombre aprenderá a formar todos los reinos de la naturaleza con la misma conciencia con que forma hoy los minerales; moldeará los seres vivientes y tomará sobre sí el trabajo de los dioses. Así, él transformará la tierra en Devakán.

El Devakán o morada de los Dioses, corresponde al Cielo de los Cristianos, al Mundo Espiritual de los Ocultistas. Está de más decir que describiendo estas regiones, que no son extraterrestres más que en apariencia, puesto que están en relación viviente con nuestro mundo, pero que están fuera del alcance de nuestros sentidos físicos, no se puede hablar más que por símbolos y alegorías, porque nuestra lengua no está hecha más que para el mundo de los sentidos.

El Devakán presenta siete grados o siete regiones distintas, que se escalonan en orden ascendente. No son etapas o lugares precisos, sino estados del alma o del espíritu. El Devakán está en todas partes, nos rodea, como el mundo astral. Solamente que no la vemos. El iniciado adquiere sucesivamente, por ejercicios, las facultades necesarias para verlo. Vamos a estudiar cómo él se abre gradualmente a quien adquiere posibilidades de percepciones nuevas.

Con la primera forma de la clarividencia, los sueños se hacen más regulares y producen la aparición de figuras notables, palabras llenas de sentido, ellos se cargan de más en más de un sentido que no se puede descifrar y que se relaciona con la vida real. Se sueña, por ejemplo, que la casa de un amigo se incendia, y uno se entera en seguida que acaba de caer enfermo. Esas primeras aberturas del Devakán lo hacen asemejar a un cielo atravesado por nubes que se agrupan, y revisten poco a poco formas vivientes.

Con la segunda forma de la clarividencia, los sueños toman contornos más precisos. Son las figuras geométricas y simbólicas de las más elevadas religiones, los signos sagrados de todos los tiempos, que son, hablando propiamente el idioma del Verbo Creador, los jeroglíficos vivientes de la lengua universal: la Cruz, el signo de la Vida; el pentagrama o estrella de cinco puntas, signo del verbo; el hexagrama, signo del Macrocosmos en líneas abstractas, aparecen aquí coloreados, vivientes y fulgurantes sobre un fondo de luz. No son, sin embargo, la vestidura de seres vivientes, pero designan, por así decirlo, las normas y las leyes de la creación. Con ellos han sido formadas las figuras animales que los primeros iniciados eligieron para representar las revoluciones del Sol en las constelaciones del Zodíaco.

Los iniciados han traducido sus visiones en estos signos, por ejemplo, en el de Cáncer, que figura un torbellino hecho en los dos sentidos contrarios. Los más antiguos caracteres escritos, sánscritos, egipcios, griegos, rúnicos, de los cuales cada letra tiene siempre un sentido ideográfico, han sido todos, en su origen, figuras celestes. En este grado de su visión, el discípulo no está más que en el umbral del Devakán; se trata de penetrar allí y de encontrar el pasaje que conduce del mundo astral al primer grado del mundo devakánico.

Todas las escuelas secretas han conocido este camino y aun el cristianismo en los primeros siglos, aunque no recurría a los antiguos modos de iniciación, poseyó no obstante una enseñanza esotérica de la cual se encuentran aún trazas. Así por ejemplo, los «Actos» de los Apóstoles, menciona Denys, que fué un discípulo de San Pablo, y que enseñó un cristianismo esotérico. Más tarde, Juan Scot Eiregene, en la corte de Carlos el Calvo, en el siglo IX fundó un cristianismo esotérico. Después de esto, poco a poco, es recubierto por el dogma: sin embargo, cuando se penetra en el Devakán, se ve confirmar la descripción que de él ha hecho Denys.

La respiración rítmica que prescribe el sistema del Yoga, es uno de los medios practicados para penetrar en el mundo del Devakán. El signo cierto de que esta entrada ha tenido lugar, es que la conciencia atraviesa por una experiencia que es designada en la filosofía védica por estas palabras: «tat-twam-así» (aquí estás tú).

El hombre ve, en sueño, su propia forma corporal, desde fuera. Ve su cuerpo extendido sobre el lecho, pero como una envoltura vacía; alrededor de ella, el cuerpo astral que irradia como un nimbo ovoide; aparece después como un aura de la cual se hubiera retirado el cuerpo, en tanto que el cuerpo aparece como un molde hueco y vacío. Es una visión en que las relaciones están invertidas, como en una imagen fotográfica negativa.

Uno se habitúa a esta visión respecto a todas las cosas. Se ve en cierto modo, el alma de los cristales, de las plantas, de los animales, bajo forma de radiaciones, en tanto que la sustancia física aparece como un hueco, un vacío. Pero sólo las cosas naturales pueden verse así, nada de lo que está hecho por la mano del hombre. En este primer grado del Devakán, se contempla, pues, la faz astral del mundo físico; es la que se llama los continentes del Devakán, la forma negativa de los valles, de las montañas, los continentes, etc, físicos. Entrenándose en meditar, mientras se retiene el aliento, se llega al segundo grado del Devakán.

Los huecos que forma la sustancia física, se llenan de un sistema de corrientes espirituales, que son las de la vida universal que atraviesan todas las cosas: es el océano del Devakán. Aquí el iniciado se sumerge en la fuente surtidora de toda vida. El ve esta vida como una red de ríos inmensos cuyos canales lo irrigan todo. Al mismo tiempo, una sensación extraña y ligeramente nueva lo penetra. Comienza a sentirse vivir en los metales. Reichembach, autor del libro sobre el Od, había constatado este fenómeno en los sujetos sensitivos a los cuales hacía adivinar los metales envueltos en trozos de papel. Las entidades que uno encuentra en esta región son las que Dionisio, el Areopagita, llama los arcángeles o animadores de los metales, corresponden al segundo grado de la clarividencia.

Se llega al tercer grado del Devakán cuando libera su pensamiento de todo vínculo en el mundo físico, cuando uno puede sentirse en la vida del pensamiento sin contenido de pensamientos. El Maestro dice a su discípulo: «Vive de manera que poseas la función del intelecto sin su contenido». Un nuevo mundo se abre entonces. Después de haber visto los continentes y los ríos del Devakán (es decir el alma astral de las cosas y las corrientes de vida) se percibe el aire, la atmósfera devakánica. Esta atmósfera es completamente diferente de la nuestra, su sustancia es sonora, viviente, sensible como un sentimiento. Responde a cada uno de nuestros gestos, de nuestros actos, de nuestros pensamientos, por ondulación, resplandores y sonidos.

Todo lo que pasa sobre la tierra repercute allí como formas de colores, de luces, de sonidos. Sea que se viva allí durante el sueño, sea después de la muerte, se puede seguir allí el eco de la tierra. Se puede, por ejemplo, prestar oídos a una batalla; no se ve la batalla misma, ni sus peripecias, no se oyen los gritos de los combatientes, ni los cañonazos. Pero luchas y pasiones aparecen bajo formas de relámpagos y truenos. Así pues, el Devakán no nos separa de la tierra, nos la muestra como es desde fuera. No se siente el dolor y la alegría de uno. Se las mira objetivamente como un espectáculo. Es un nuevo aprendizaje de la compasión y de la piedad. El devakán es una escuela donde se observa desde un punto más elevado los dolores y los goces de este mundo, donde uno se esfuerza por transmutar las penas en alegrías, las caídas en nuevos ímpetus, la muerte en resurrección.

Esto no tiene nada de común con la contemplación pasiva y la felicidad más o menos egoísta del cielo, tal como se lo figuran ciertos autores religiosos que piensan que los sufrimientos de los condenados hacen parte de la felicidad de los elegidos. Es un cielo viviente, donde el deseo infinito de simpatía y de acción que mora en el alma humana se abre en campos de actividad sin límites y con perspectivas infinitas.

En el cuarto grado de la penetración en el Devakán, las cosas aparecen bajo la forma de sus Arquetipos. Ya no es el aspecto negativo sino su forma original que aparece. Es el laboratorio del mundo que encierra todas las formas de las cuales ha salido la creación; son las “ideas” de Platón, “el reino de las madres” de que habla Goethe y del cual retira el fantasma de Elena. Lo que aparece en ese estado del Devakán es lo que la India llama crónica del Akasha.

En nuestro lenguaje moderno lo llamaríamos el cliché astral de todos los acontecimientos del mundo. Todo lo que ha pasado por el cuerpo astral de los hombres, se fija allí en una sustancia infinitamente sutil que es una materia negativa. Para comprender la posibilidad de estas imágenes que flotan en el mundo astral de la tierra, es necesario servirse de comparaciones y de analogías. La voz humana pronuncia palabras que forman ondas sonoras, penetrando por medio de otros oídos en otros cerebros, para producir allí imágenes y pensamientos. Cada una de estas palabras es una ola sonora de una forma muy particular que si pudiéramos verla se distinguiría de cualquiera otra. Figurémonos que esas palabras pudieran ser fijadas o congeladas como lo sería una ola de agua por un frío intenso y súbito. En ese caso las palabras caerían atierra bajo forma de aire congelado y se podría reconocer a cada una de ellas por su forma. Serían palabras cristalizadas.

Y ahora, en lugar del proceso de densificación, representémonos el inverso, sabemos que cada cuerpo puede pasar del estado más sólido al más inmaterial: sólido, líquido, gaseoso. La sutilización de la materia puede alcanzar un límite que se franquea para terminar en una materia negativa, la que se llama Akasha. Todos los acontecimientos se imprimen en ella de una manera definitiva y se puede volver a encontrarlos a todos, aun los del pasado más remoto. Estos cuadros del Akasha no son inmóviles, se desenvuelven constantemente como imágenes vivientes en que las cosas y los personajes se mueven y hasta a veces hablan. Si se evoca la forma astral del Dante, hablará allí en su estilo, conforme a su medio.

Estas imágenes casi siempre son las que se aparecen en las sesiones espiritistas y pasan por el espíritu del muerto. Es necesario aprender a descifrar las hojas de este libro de imágenes vivientes y a desenrrollar los innumerables rollos de la crónica del universo. No se llega a ello sino distinguiendo la apariencia de la realidad, el esquema, del alma viviente, lo que requiere un ejercicio cotidiano y un largo entrenamiento, a fin de evitarlos errores de interpretación. Porque podría suceder, frente a la forma del Dante por ejemplo, que se recibieran formas exactas, pero que ellas no emanarán de la individualidad del Dante que continúa evolucionando, sino del antiguo Dante fijado en el medio etérico de su tiempo.

El quinto grado es la esfera de la armonía celeste. Las regiones celestes del Devakán se distinguen por este hecho: todos los sonidos se tornan allí más nítidos, más luminosos, más sonoros. Se percibe allí en una gran armonía, la voz de todos los seres, lo que Pitágoras llamaba la música de las esferas. Es la palabra interior, el verbo viviente del universo. Cada ser adquiere ahora, para el clarividente, que ha llegado a ser clariaudiente, una sonoridad particular, como un aura sonora. Entonces, cada ser dice al ocultista su nombre. En el génesis, Jehovah toma a Adam por la mano y Adam nombra a todos los seres. En la tierra, el individuo está perdido en la multitud de todos los seres. Allí en cambio cada uno tiene su sonoridad particular y, sin embargo, al mismo tiempo se sumerge en todos los seres, llega a ser uno con todo lo que le rodea.

El discípulo en este grado es llamado El Cisne, oye los sonidos por medio de los cuales habla el Maestro y los trasciende al mundo. El cisne melodioso de Apolonio hace oír las sonoridades del más allá. Se dice que viene del país de los Hiperbóreos, es decir, del mundo de donde se pone el sol, del cielo. Ha llegado el momento en que se pasa al otro lado del mundo estelar. Se lee la crónica del Akasha, no ya del lado de la tierra sino del cielo, que viene a ser la escritura oculta de las estrellas. Se ve el interior de las estrellas, de las esferas, y se siente la fuente original del Universo, del Logos.

Encontramos en los mitos recuerdos de este grado del Cisne, notablemente en la Edad Media, por los relatos del Grial, que son reflejos de las experiencias del mundo Devakánico. Todas las proezas que se describen ahí son cumplidas por los caballeros del Grial, que representan los grandes impulsos, que por los Maestros atraviesan por la humanidad. El tiempo en que fue compuesta la leyenda del Grial bajo el impulso de los grandes Iniciados, es el del comienzo del reino de la burguesía, y en esa época se desarrolla el movimiento de las grandes ciudades libres, que viene de Escocia en Inglaterra y de allí va a Francia y a Alemania. El hombre liberado aspira inconscientemente a la verdad y a la vida divina.

En la leyenda de Lohengrin, Elsa representa el Alma humana, el Alma de la Edad Media que tiende a desenvolverse, la cual en ocultismo se representa siempre bajo una forma femenina. El caballero Lohengrin, que viene de un modo desconocido, del Castillo del Santo Grial, para liberarla, representa al Maestro que trae la verdad. Es el mensajero del Iniciado llevado por el cisne simbólico. El mensajero de los grandes iniciados se llama «Un Cisne», no se debe preguntar su origen ni su verdadero nombre, no se debe dudar de sus verdaderos títulos de nobleza. Se le debe de creer bajo su palabra y reconocer en su faz los rayos de la verdad. El que no tiene esa fe no es capaz de comprenderlo ni es digno de oírlo. De ahí que Lohengrin prohiba a Elsa que le pregunte su origen y su nombre. El cisne es el Chela que conduce al Maestro. El mensajero del Maestro en el plano físico es el discípulo iniciado que se ha elevado al quinto grado y que el Maestro envía al mundo. Así es como esta leyenda expresa lo que pasa en los mundos superiores. El Logos, el Verbo Solar y planetario proyecta su luz sobre los mitos y leyendas.