sábado, 31 de agosto de 2024

Édouard Schuré - Tratado de Cosmogonía

 

En el mes de mayo de 1906 el Dr. Steiner vino a París con algunos discípulos para dar una serie de conferencias privadas, reducidas a un círculo íntimo. Nunca lo había visto; apenas si sabía que existía. Pero a propósito de uno de mis libros, (el drama «Les Enfants de Lucifer»), había estado en correspondencia con su distinguida amiga, Mlle. de Sivers, que más tarde se convirtió en su esposa y en su colaboradora más inteligente y eficaz. Y fue ella la que, un buen día, trajo al maestro a mi gabinete de trabajo.

Nunca jamás olvidaré la impresión extraordinaria que me hizo este hombre al entrar en mi despacho. Al ver su rostro enflaquecido, pero de una serenidad poderosa y abrumadora, sus ojos negros y misteriosos, donde brillaba una luz maravillosa que surgía de insondables profundidades, tuve, por primera vez en mi vida, la convicción de encontrarme frente a uno de esos videntes sublimes, que tienen la percepción directa del más allá. Yo había descrito intuitiva y poéticamente hombres parecidos en mi obra «Los Grandes Iniciados», pero jamás había esperado encontrar a alguno de ellos en este mundo. La sensación fue instantánea e irresistible. Era a la vez lo inesperado y lo ya visto. Antes de que él hubiera abierto la boca la voz interior me decía: «He aquí a un verdadero maestro, que desempeñará un gran papel en tu vida».

Nuestras siguientes relaciones me demostraron que esta primera impresión no había sido una ilusión. La serie de sus conferencias que se siguieron día tras día y cuyo programa no había sido anunciado por el orador, exitaron mi mayor interés. Este programa comprendía todo el conjunto de su filosofía, pero sólo desenvolvía los puntos más salientes. Se diría que el maestro sólo quería mostrarnos el plan general, contemplado desde la más alta cumbre. Su elocuencia cálida y persuasiva, iluminada por un pensamiento siempre claro, me cautivó completamente por dos facultades de un género imprevisto.

En primer lugar, se destacaba su poder plástico y evocador. Cuando hablaba de los fenómenos y de las entidades del mundo invisible, tenía el aire de andar como en su propio hogar. Relataba las cosas que pasaban en esos dominios desconocidos en términos familiares, con detalles precisos, como los hechos más ordinarios. No describía «sino que veía y hacía ver» los objetos y las escenas, cuyos aspectos cósmicos tenían la nitidez de las cosas reales. Al escucharlo, era imposible dudar de la fuerza de su visión astral, tan límpida y precisa como la mejor visión física.

Y había otra particularidad notable: En este filósofo místico, en este pensador vidente, todas las experiencias psíquicas eran puestas en relación con las leyes inmutables de la Naturaleza física. Estas leyes servían para explicar y clasificar los fenómenos psíquicos que se presentan al principio al vidente en toda su prodigiosa variedad, en un florecimiento turbador. Luego, por un contragolpe maravilloso, estos fenómenos sutiles y fluidos, convertidos en potencias cósmicas, desplegados en una magnífica jerarquía, aclaraban e iluminaban todo el edificio de la naturaleza material con una luz completamente nueva. Reunían las diversas partes y las atravesaban de parte a parte, de arriba a abajo y de abajo a arriba. Permitían así, percibir la arquitectura grandiosa del Universo «por dentro», donde todo lo visible emana de lo invisible, en un nacimiento incesante.

Yo no había tomado nota alguna de la primera conferencia del doctor Steiner, pero ella me había afectado en tal forma, que, al regresar a mi casa, sentí la imperiosa necesidad de reproducirla y escribirla, sin olvidar un solo eslabón de esos pensamientos luminosos. La asimilación había sido tan completa, que no encontré ninguna dificultad en mi trabajo, pero por una trasmutación involuntaria e inmediata, el texto alemán que se había grabado en mi memoria se reproducía automáticamente en francés. La misma operación se repitió en las dieciocho conferencias, las cuales formaron un cuaderno que conservé como raro y rico tesoro. Estas conferencias, que nunca fueron taquigrafiadas, ni corregidas por su autor, no se encuentran en la colección de conferencias publicadas por él o dactilografiada por los miembros de la Sociedad Antroposófica. Son por lo tanto, absolutamente inéditas. Algunos miembros del grupo francés de esta sociedad expresaron su deseo de hacerlas aparecer en un volumen, a lo cual accedí tanto más gustosamente, cuanto que estas conferencias preciosas marcan un momento capital en el pensamiento del doctor Steiner: la concepción espontánea y genial y su primera cristalización. En fin, me siento feliz de poder rendir este homenaje al maestro incomparable, a quien debo una de las más grandes revelaciones de mi vida.