sábado, 31 de agosto de 2024

Édouard Schuré - El Apocalipsis

 

Hemos repetido muchas veces, en el curso de estas conferencias, que el Cristianismo señala el punto capital y decisivo de la Evolución Humana. Todas las religiones tienen su razón de ser y han sido otras tantas manifestaciones parciales del Logos, pero ninguna logró cambiar la faz del mundo como el Cristianismo. Puede presentirse esta influencia en las palabras del Evangelio que dicen así: «Felices aquellos que no vieron y sin embargo creyeron». Los que no han visto son aquellos que no han conocido los Misterios. Gracias al Cristianismo, una parte fundamental de los antiguos misterios, tales como los preceptos esenciales de la moral, de la inmortalidad del alma por la resurrección o segundo nacimiento, etc., se tornó una creencia popular.

Antes del Cristianismo se podía ver la verdad suprasensible en las revelaciones, los ritos, las representaciones dramáticas de los misterios. Después, fue necesario creer a través de la persona divina del Cristo. Pero siempre ha habido, en todas las épocas, una diferencia entre la verdad esotérica conocida de los iniciados, y su forma exotérica o externa, adaptada a las masas, que se expresaba mediante las distintas religiones. Y ocurre otro tanto con el Cristianismo. Lo que está escrito en los Evangelios es el mensaje, la buena nueva anunciada al Universo entero. Pero también existió una enseñanza más profunda, la cual está contenida en el Apocalipsis, bajo la forma de símbolos.

Hay una manera de leer el Apocalipsis que sólo puede hacerse conocer públicamente en nuestra época. Pero ya fue practicada en la Edad Media en las escuelas ocultas rosacruces. Se descuidaba el lado histórico del libro, es decir, la manera en que estaba escrito, su autor y todos los demás detalles que constituyen hoy l única preocupación de los teólogos que no tratan de encontrar en éste más que las circunstancias históricas externas. La teología crística de nuestros días sólo conoce la corteza de este libro e ignora completamente su verdadero núcleo. Los rosacruces sólo daban importancia a su lado profético, a su verdad eterna.

El ocultismo en general no se ocupa de la historia de un solo siglo o de un único período, sino de la historia interna de la evolución de la humanidad en conjunto. Si se sumerge en las primeras manifestaciones de nuestro sistema planetario, si se remonta hasta el aspecto vegetal o animal del hombre, su mirada abarca millones de años y alcanza hasta una humanidad futura divinizada. Ahora bien: la Tierra misma habrá cambiado de sustancia y de forma. ¿Es posible la profecía? ¿Cómo es posible adivinar el lejano porvenir? Es posible, porque todo cuanto debe suceder físicamente ya existe germinalmente, en el seno de los Arquetipos, cuyos pensamientos constituyen el plan de nuestra Evolución. Nada sucede en el Mundo Físico que no haya sido antes previsto y formado en sus líneas generales en el Mundo Devachánico.

Nada ocurre aquí abajo que no haya ocurrido arriba. El «como» de su realización es lo que depende de la libertad y de la iniciativa individual.

El Cristianismo Esotérico no reposa sobre un idealismo vago y sentimental, sino sobre un ideal preciso, proveniente del conocimiento de los mundos superiores. Este conocimiento era el que tenía el autor del Apocalipsis, el gran visionario de Patmos, que expuso el futuro de la humanidad según la perspectiva cristiana.

Trataremos ahora de entrever este futuro de acuerdo con los principios cosmogónicos que hemos mencionado precedentemente. Los rosacruces revelaban primeramente a sus discípulos algunas visiones del pasado y también del porvenir. Luego se lo remitía, para que interpretara esas visiones, al Apocalipsis. Hagamos otro tanto y consideremos cómo el hombre se ha ido convirtiendo poco a poco en lo que es y será en el futuro que se abre ante él.

Hemos hablado, por ejemplo, del Continente Atlántico y de los atlantes, cuyo cuerpo etérico estaba mucho más desarrollado que el cuerpo físico y que no lograron una primera conciencia del yo más que hacia el final de su civilización. Los períodos postatlánticos que siguieron fueron los siguientes:

1º La civilización Prevédica del Sur de Asia, de la India; este fue el principio de la civilización aria.

2º La época De Zoroastro, que comprende la civilización de la antigua Persia.

3º La civilización Egipcia, la época de Hermes, a la cual están unidas las culturas caldeas y semíticas. Las primeras simientes del cristianismo fueron depositadas en esta época en el seno del pueblo hebreo.

4º La civilización Greco-Latina que vio nacer el Cristianismo.

5º Una nueva época comenzó en el tiempo de las migraciones de los pueblos y de las invasiones. La herencia de la civilización Greco-Latina fue recogida por las razas del norte: los Celtas, los Germanos, los Eslavos. En esta época vivimos todavía. Es una transformación lenta del aporte Greco-Latino mediante el elemento vigoroso de los pueblos nuevos, bajo el poderoso impulso del Cristianismo, al cual se ha mezclado la levadura del Oriente, traída a Europa por los árabes. El objetivo esencial de esta época de civilización es la de adaptar completamente al hombre al mundo físico, desarrollando en él la razón, el sentido práctico, sumergiendo su inteligencia en la materia física para que pueda comprenderla y dominarla. Y en esta tarea penosa y dura, en esta conquista prodigiosa que ha llegado hoy en día a su término, el hombre ha olvidado momentáneamente los mundos superiores de donde venía.

Comparando nuestra intelectualidad con la de los Caldeos, por ejemplo, es bien fácil ver qué es lo que hemos adquirido y qué es lo que hemos perdido. Cuando un mago caldeo contemplaba el cielo, que para nosotros no representa más que un problema de mecánica celeste, aquél tenía un concepto muy distinto, un sentimiento diferente, hasta una sensación por completo distinta a la nuestra. En lo que el astrónomo moderno no ve más que una máquina sin alma, el mago sentía la profunda armonía del cielo como la de un Ser Divino y Viviente. Cuando contemplaba Mercurio, Venus, la Luna o el Sol, veía no solamente la luz física de estos cuerpos celestes, sino que también percibía sus almas como la de seres y sentía la suya propia en comunicación con esas grandes del firmamento. Veía sus influencias de atracción o repulsión, como un concierto maravilloso de voluntades, y la sinfonía del Macrocosmos se reproducía en él, en los ecos armoniosos del Microcosmos humano. Así, esa como la música de las esferas, era una realidad que unía el hombre al cielo. La superioridad el sabio moderno reside en su conocimiento del mundo físico, de la materia mineral. La ciencia espiritual ha descendido al mundo físico: éste es el que conocemos bien. Pero en adelante tendremos que recuperar el conocimiento del Mundo astral y del Espiritual por medio de la clarividencia.

Este descenso en la materialidad era necesario para que la quinta época pudiera cumplir con su misión. Era necesario que la clarividencia astral y espiritual quedaran veladas, para que el intelecto pudiera desenvolverse en el plano de la razón sensible, mediante la observación precisa, minuciosa, matemática, del Mundo Físico. Pero tenemos que completar la ciencia física con la ciencia espiritual. He aquí un ejemplo:

Generalmente se opone la teoría celeste de Ptolomeo a la de Copérnico, tachando a la primera de errónea. Esto es falso. Ambas son igualmente verdaderas. Sólo que la teoría de Ptolomeo se refiere al Plano Astral, en cuyo plano la Tierra se encuentra en el centro de los planetas, siendo el Sol mismo un planeta. La teoría de Copérnico se refiere al Plano Físico, en el que el Sol se encuentra en el Centro. Todas las verdades son relativas según el tiempo y lugar. En una época próxima el sistema de Ptolomeo será debidamente rehabilitado. Después de nuestra quinta época habrá otra, la sexta, que se relaciona con la nuestra como el alma espiritual con el alma racional. Esta época desenvolverá la genialidad, la clarividencia, el espíritu creador. ¿Cómo será el Cristianismo en esa sexta época? Para los antiguos sacerdotes, antes de Cristo, existía una armonía completa entre la ciencia y la fe. La Ciencia y la Religión no eran más que una sola y misma cosa. Al contemplar el firmamento, el sacerdote sabía y sentía que el alma era como una gota de agua caída del océano y llevada a la tierra por los inmensos ríos de vida que atraviesan el espacio. Ahora que la mirada ha descendido al plano físico, la fe tiene necesidad de un asilo, de una religión. De ahí viene la separación de la Ciencia y de la Fe. La devoción a la personalidad de Cristo, del hombre dios sobre la Tierra, ha reemplazado durante un tiempo a la Ciencia Oculta y los Misterios de la Antigüedad. Pero en la Sexta Época ambas corrientes se refundirán. La ciencia mecánica del mundo físico se remontará hacia el plano de la productividad espiritual.

Entonces, tendremos la Gnosis, o sea el conocimiento espiritual. Esta sexta época, radicalmente diferente de la nuestra, será precedida por grandes cataclismos. Porque esa época será tan espiritual como la nuestra ha sido material. Pero esta transformación no puede producirse más que por medio de grandes convulsiones físicas. Todo lo que se producirá en e1 curso de la Sexta Época aportará la posibilidad de una Séptima Época que será el término de las civilizaciones post-atlánticas y conocerá condiciones y estados de vida terrestres distintos de los que conocemos nosotros. Esta Séptima Época terminará con una revolución de los elementos análoga a la que puso fin al Continente Atlántico, y el estado que aparecerá en seguida será un estado en el que la espiritualidad habrá sido preparada por los dos últimos períodos post-atlánticos.

El conjunto de estas civilizaciones arias cuenta, pues, con siete grandes épocas. Y así vemos desprenderse lentamente las leyes de la evolución. El hombre tiene, siempre en él mismo, primero todo lo que luego verá en torno suyo. Todo lo que actualmente nos circunda ha salido de nosotros en una evolución precedente, cuando nuestro ser se encontraba todavía mezclado a la Tierra, la Luna y el Sol. Este Ser Cósmico, de donde han surgido a la vez el hombre actual y todos los reinos de la Naturaleza, se llama en la Cábala, Adam-Kadmon. En este hombre-tipo están contenidos todos los aspectos múltiples del hombre que representan los pueblos y las razas actuales.

Lo que el hombre posee hoy en el interior de su alma, sus pensamientos, sentimientos e impulsos, se exteriorizarán de la misma manera y a su tiempo constituirán su medio circundante. El porvenir reposa en el seno del hombre. A él le toca elegir: crear un porvenir de bien o de mal. Y de la misma manera en que el hombre dejó detrás de sí lo que hoy constituye el mundo animal, lo que hoy existe de malo en él formará una especie de humanidad degenerada. Actualmente podemos ocultar más o menos bien el bien o el mal que existen en nosotros, pero negará un día en que no podremos ocultarlo, un día en que el bien y el mal estarán escritos, en una forma indeleble, en nuestra propia frente, en todo nuestro cuerpo y hasta en la faz de la tierra misma Entonces la humanidad se dividirá en dos razas. Así como hoy encontramos rocas y animales, luego encontraremos seres de puro mal y de pura fealdad. En nuestros días sólo el clarividente es capaz de ver en los seres la belleza o la fealdad moral, pero cuando las facciones del hombre sean la expresión de su karma, los hombres se dividirán por sí mismos, según la corriente a la que pertenezcan, según la naturaleza inferior en ellos sea la que ha vencido o no al espíritu. Y esta distinción comienza ya a manifestarse.

Cuando uno trata realmente de comprender en el pasado el futuro y trata de trabajar para realizar el ideal de ese futuro, ve en seguida formarse las líneas del mismo. Una nueva raza se formará que constituirá el eslabón entre el hombre actual y los hombres espirituales del futuro. Es necesario distinguir entre la evolución de las razas y la de las almas. Cada alma está en libertad de desenvolverse hasta llegar a la forma exterior de una raza que recibirá su carácter del bien que ella encarne. Se pertenecerá a esa raza libremente y por el esfuerzo del alma individual en ese sentido. Esa raza no será compulsiva para cada alma, sino solamente el principio de su elevación.

El sentido de la doctrina maniquea es que las almas ya se están preparando desde ahora para transmutar en bien el mal que aparecerá en plena fuerza en la Sexta Epoca. Y en efecto, será necesario que las almas humanas sean lo bastante poderosas coma para hacer surgir el bien, mediante la alquimia espiritual, del Mal que entonces se manifestará.

Cuando la evolución del planeta terrestre repase, en sentido inverso, por las fases anteriores de su involución, se producirá primeramente una reunión de la Tierra con la Luna, y después de este globo mismo con el Sol. Ahora bien, la reunión con la Luna marcará el punto culminante del Mal sobre la Tierra, y la unión de este globo con el Sol señalará, por el contrario, el advenimiento de la felicidad, el reino de los elegidos.

El hombre llevará sobre sí el signo de las siete grandes fases terrestres. El libro de los siete sellos quedará entonces abierto, ese libro de que habla el Apocalipsis. La Mujer vestida de Sol, y que tiene la Luna a sus pies, se refiere al tiempo en que la Tierra se encontrará de nuevo unida a la Luna y al Sol.

Las trompetas del Juicio resonarán, porque la Tierra habrá pasado al estado devachánico donde reina, no ya la luz, sino el sonido. El fin de la existencia terrestre será marcado por el hecho de que el principio de Cristo penetrará entonces a toda la humanidad.

Convertidos en seres similares al Cristo, los hombres se reunirán en torno de El como las muchedumbres en torno del Cordero, y la cosecha total de esta evolución constituirá así la nueva Jerusalén, que es la coronación del mundo.

NOTAS

(1) La Fraternidad de los Maniqueos reside en Sudamérica, en la región conocida por la Puna de Atacama, en los límites de Chile, Bolivia y Perú. Está formada por 12 Maestros y su influencia se extiende por todos los países sudamericanos, en los cuales actúan algunos de sus principales discípulos.

(2) En alemán. arcángel se dice Erzengel, y Erz significa metal.