sábado, 31 de agosto de 2024

Édouard Schuré - Jesucristo, eje de la evolución humana – La iniciación Rosacruz

 

He aquí el peligro extremo que requirió la encarnación del Verbo que era desde el principio; del Verbo divino en figura humana. De ahí la misión de Jesucristo predicha desde las más remotas edades, bajo diversos nombres y en distintos santuarios de la India, Persia, Caldea, y especialmente anunciada en la visión de Osiris resucitado, llamado el Sol de Medianoche en las criptas del Egipto. La humanidad había llegado a un punto de materialización, tal que no podía ser salvada a menos que el Espíritu Divino se manifestara sobre el mundo físico. Y es por esto que la LUZ que hasta entonces no había hecho más que planear sobre el mundo, esa LUZ llena de Gracia y de Verdad, descendió a las tinieblas del infierno terrestre para encarnarse en la persona de Jesús de Nazareth, convirtiéndose en el eje de la Evolución Humana.

Este fue el hecho prodigioso, una revolución interior de un alcance incalculable, que debía cambiar la faz del mundo entero. De ahí resultó una transformación de la mentalidad humana, cuyos dos polos fueron en cierta medida invertidos.

Hubo como una escisión, una solución de continuidad entre las dos grandes facultades humanas: la Sensibilidad y la Inteligencia, la Intuición y la Razón. Hasta entonces la intuición había dominado por la videncia, y la razón no había desempeñado más que un papel secundario: la Ciencia no era más que la dosis, hija de la Religión. La Sabiduría primordial era una continuación armoniosa de ambas. Ahora la conquista, el dominio del mundo material, se convertía en el objeto principal de la humanidad. La razón fue así predominando sobre el sentimiento, el cual, desde entonces, tuvo que vivir su vida aparte. De un lado, la razón triunfaba con el silogismo de Aristóteles, del otro, el sentimiento celebraba su más sublime victoria con la vida, la muerte y la resurrección de Jesús. La Ciencia y Religión se convertían en dos potencias separadas, que pronto se hicieron rivales y más tarde mortales enemigas. En Religión, bastaba con creer en el Cristo para lograr la salvación. Por el otro lado, la Ciencia no tardó en proclamar que todo lo que no hubiera pasado por el tamiz de la observación física y el silogismo no tenía realidad alguna. De ahí ese dualismo que desde hace dos mil años divide y desgarra a la conciencia humana. Puede encontrársele una ventaja en el hecho de que ha contribuido a desarrollar hasta el extremo máximo ambos polos del alma, las dos facultades dueñas de la inteligencia. Pero actualmente, la razón exclusiva ha arrasado la intuición de la ciencia y la ciencia de la educación y nuestra civilización materialista ha llegado así a un grado tal de anarquía que está otra vez amenazada en su existencia misma.

Ahora bien, el objetivo esencial del esoterismo cristiano fue, desde sus mismos comienzos, remediar este dualismo y preparar conceptos y disciplinas capaces de reconciliar a las dos potencias enemigas: la Religión y la Ciencia, la Intuición y la Razón, cuyo entendimiento y acción combinadas son las únicas capaces de alcanzar la verdad y asegurar el desenvolvimiento normal de la humanidad.

Dos ideas especiales han caracterizado en todo tiempo la tradición esotérica. En primer lugar la de la pluralidad de las existencias ascendentes del Alma; luego, la concepción particular del origen del mal y el medio mediante el cual el hombre puede convertirse en dueño y señor de todo. Por este mismo motivo, todos los grandes maestros del esoterismo han recomendado siempre a sus discípulos practicar simultáneamente, para llegar con seguridad a la Verdad, las dos vías iniciáticas: La Senda del Misticismo, o sea la contemplación extática del Mundo Espiritual y la Senda Racional o sea la contemplación sintética del Universo visible y de las ideas madres, que provienen de las jerarquías espirituales, pero que la inteligencia humana puede alcanzar por la intuición misma, aunque no posea la clarividencia propiamente dicha. Se leerá, con gran curiosidad, la octava conferencia del Dr. Steiner, en que éste nos dice cómo los Rosacruces llegaban a identificarse con el Cristo, meditando sobre los catorce primeros versículos del Evangelio de San Juan. En visiones sucesivas revivían enseguida las siete etapas del Calvario, después la flagelación y la coronación de espinas, pasando luego por el transportamiento de la cruz, hasta la muerte mística y la resurrección inefable, en la que, en un océano de amor indescriptible, sentían vibrar el Verbo, el Verbo que era en el principio, el son primordial de donde surgía la Luz espiritual que creaba las almas y compenetraba el mundo entero. La interpretación cósmica que acompaña e ilumina estas estaciones de la cruz, es particularmente emotiva y sugestiva.