sábado, 31 de agosto de 2024

Édouard Schuré - El plano Astral

 

¿Cómo concebir el plano astral, el otro mundo?. En ocultismo se distinguen tres mundos:

1º El mundo físico (aquel en que vivimos).

2º El mundo astral (que corresponde al purgatorio).

3º El mundo espiritual, o, según el término sánscrito, devakánico (que corresponde al cielo cristiano).

Hay, además, otros mundos más acá y más allá de éstos, pero no nos ocuparemos de ellos en estas lecciones. Ellos están, por otra parte, por encima de toda concepción humana. Sólo los más grandes iniciados pueden tener una lejana idea acerca de ellos. Aquí no nos ocuparemos más que de la evolución planetaria en el seno de nuestro sistema solar.

El plano físico nos encierra en este estrecho espacio de la existencia física que transcurre entre la vida y la muerte. Entre dos encarnaciones, nos movemos en el plano astral y en el plano devakánico. Pero el núcleo del hombre permanece inmutable. El se reencarna, pero no eternamente. Porque el ritmo de la encarnación y la reencarnación ha comenzado y debe terminar. El hombre viene de otra parte y a otra parte va. El mundo actual no es un lugar, sino un estado. Nos rodea y en él nos bañamos continuamente sobre esta tierra.Vivimos en él como ciegos de nacimiento que caminaran a tientas. Dadles la vista por una operación: estarán siempre en las mismas habitaciones, pero verán por primera vez las formas y los colores. Así se abre el mundo astral para la clarividencia. Es otro estado de conciencia.

En los trabajos científicos de Goethe se encuentra un pasaje notable sobre la esencia de la luz considerada como lenguaje de la naturaleza. «Tratamos en vano, -dice-, de expresar la esencia de un ser. Percibimos su efecto, y una historia completa de esos efectos comprendería tal vez la esencia de este ser. Nos esforzaríamos en vano en pintar el carácter de un hombre; pero reunamos sus acciones en un todo y se ofrecerá a nuestros ojos una imagen de su carácter.

«Los colores son acciones de la luz, acciones y pasiones. En ese sentido nos revelan la naturaleza de la luz. Los colores y la luz son fenómenos estrechamente unidos. Pero es necesario que nos los representemos como si formaran parte integrante de toda la naturaleza, porque toda la naturaleza quiere manifestarse al ojo, por la luz y los colores».

«La naturaleza se manifiesta de una manera análoga a otro sentido: Cerrad los ojos; prestad oídos. Del soplo más ligero al tumulto más ensordecedor, del sonido más simple a la armonía más complicada, del grito más violento y más apasionado hasta la palabra más dulce de la razón, es siempre la naturaleza la que habla, que revela su presencia, su fuerza, su vida, y sus relaciones, tanto como el ciego al cual le está velado el infinito visible, puede captar, en lo que es audible, un infinito viviente».

«Así, la naturaleza habla de alto a bajo, a sentidos con oídos, mal conocidos y desconocidos. Así, ella conversa consigo misma y con nosotros por mil fenómenos. Para el observador atento no está muerta ni muda; a la dura tierra ha agregado un confidente, un metal cuyas partículas más pequeñas nos permiten distinguir (observar) lo que pasa en su masa entera».

(Teoría de los colores. Prefacio)

Tratemos de descubrir el mundo astral. Allí es necesario habituarse a otra manera de ver. Al principio todo es allí confuso y caótico, la primera cosa de que uno se da cuenta es que el plano astral nos muestra todo lo que existe, como un espejo, y que allí todo está invertido. Si leéis la cifra 365, en la luz astral es necesario leerla al revés: 563. Si un acontecimiento se desarrolla ante nosotros, lo hace en sentido inverso de su dirección sobre la tierra. En el mundo astral la causa viene después del efecto, en tanto que en nuestro mundo, el efecto viene después de la causa. En el mundo astral el fin aparece como causa. Lo que prueba que el fin y la causa son cosas idénticas que actúan en sentido inverso según la esfera de vida en que nos colocamos. La clarividencia resuelve, pues, experimentalmente el problema teológico que ninguna metafísica ha podido resolver por el pensamiento abstracto.

Otra aplicación de este desdoblamiento inverso de las cosas en el mundo astral es que enseña al hombre a conocerse a sí mismo. Los pensamientos y las acciones se expresan en este plano por formas vegetales y animales. Cuando el hombre comienza a percibir sus pasiones en el plano astral, las ve bajo formas animales, pero esas formas que salen de él las ve en sentido inverso, como si vinieran a asaltarlo. Es que en el estado visionario, el ya está exteriorizado: de otro modo no podría verse. Así, ahí solamente, en el plano astral, el hombre aprende verdaderamente a conocerse a sí mismo contemplando las imágenes de sus pasiones, como imágenes de animales que se echan sobre él. Así es como un sentimiento de odio, hacia un ser exterior aparece como un demonio que se precipita sobre él.

Este conocimiento astral de sí, se produce de una manera anormal en aquellos que tienen enfermedades psíquicas que consisten en verse sin cesar perseguidos por animales, por seres gesticulantes. No se dan cuenta, que lo que ven, es el reflejo de sus pasiones y de sus emociones. La verdadera iniciación no produce ninguna turbación psíquica. Pero la irrupción prematura y súbita del mundo astral en el organismo humano puede producir la locura. Porque el hombre se separa del cuerpo físico en la clarividencia. De ahí pueden nacer los peligros para el espíritu y el cerebro de quien no esté entrenado y disciplinado en ese género de ejercicios.

Toda la iniciación rosacruz ha poseído una disciplina que tendía precisamente a hacer al hombre objetivo para sí mismo, a formar un yo objetivo. Es necesario comenzar por verse a sí mismo objetivamente. Esta representación de sí hace posible la salida del cuerpo astral fuera del cuerpo físico. ¿Qué pasa en el momento de la muerte?. Después de la muerte, el cuerpo etérico, el cuerpo astral y el yo del hombre se separan del cuerpo físico, no quedando en el mundo físico más que el cadáver. Poco después , el cuerpo etérico y el astral forman un todo. El cuerpo etérico imprime en el astral toda la memoria de la vida que encierra, después se disipa lentamente en su elemento y el cuerpo astral entra solo en el mundo astral.

El cuerpo astral encierra entonces todos los deseos engendrados por la vida, sin los medios de satisfacerlos, puesto que ya no tiene cuerpo físico. Eso le da el sentimiento de una sed devoradora. De ahí ha venido, en la mitología griega, la imaginación del suplicio de Tántalo. Se siente también la impresión de estar metido en un brasero. Y de ahí viene el Infierno, el Purgatorio. La idea del fuego, del Purgatorio, del que se burlan los materialistas, expresa verdaderamente el estado subjetivo del hombre después de la muerte.

Por el contrario, la sed de acción no satisfecha, da al alma la sensación de frío. El estado objetivo es expresado por el frío que exhala del alma. Este frío, nacido de la acción que no se ha realizado sobre la tierra, es el que sienten los espiritistas en las sesiones mediúmnicas. Es necesario que el alma legada a este cuerpo astral pierda el hábito de la existencia de sus órganos físicos y los adquiera de nuevo para aprender a vivir en el mundo astral. Para eso ella recomienza a desenvolver su vida al revés, comenzando por el fin hasta su infancia. Solamente entonces, una vez que llegó al punto de su nacimiento, después de haber vivido su vida en ese fuego purificador, está maduro para el mundo espiritual, el Devakán. Tal es el sentido de las palabras de Cristo diciendo a sus apóstoles: «en verdad os digo: hasta que no volváis a ser niños no entraréis en el Reino de los Cielos.»

Cuando el hombre desciende a encarnarse sobre la tierra, es empujado por el deseo; y no es sin fin que nace en el hombre el deseo de la tierra. Este fin es aprender. Aprendemos con todas nuestras experiencias y enriquecemos nuestro fondo de conocimientos. Pero para que el hombre pueda aprender sobre la tierra, es necesario que sea atraído hacia allí arrastrado por las posesiones (goces). Cuando llega al mundo astral después de la muerte, el alma revive su existencia al revés, el alma, al contrario, debe tratar de rechazar el goce, conservando la experiencia de su pasaje por el plano astral, es, pues, una purificación por la cual olvidó el gusto por las delicias físicas.

Tal es la purificación del Kamaloka de los hindúes, del fuego abrasador. Es necesario que el hombre pierda el hábito de tener un cuerpo. La muerte le produce al principio el efecto de un vacío inmenso. En la muerte suicida y violenta, estas impresiones de vacío, de sed y de quemadura son mucho más terribles. El cuerpo astral que no está preparado para vivir fuera del cuerpo físico, es arrancado de él con dolor, en tanto que en la muerte natural, el cuerpo astral se separa fácilmente. En la muerte violenta que no es causada por la voluntad del hombre, el desgarramiento es siempre menos doloroso que en el caso de suicidio.

Puede producirse también durante la vida una especie de muerte espiritual, causada por la separación prematura entre el espíritu y el cuerpo, por una confusión del plano astral con el físico, Nietzsche es un ejemplo de ello. En su libro: «Más allá del Bien y del Mal»,  Nietzsche ha transportado, sin saberlo, el plano astral sobre el plano físico. Resulta de ello un trastorno y una inversión de todas las nociones, y por fin el error, la locura, la muerte. La vida crepuscular de un gran número de mediums es un fenómeno análogo. El medium, infaliblemente pierde la orientación entre estos diversos mundos y no puede distinguir el verdadero del falso.

La mentira en el plano físico se convierte en destrucción en el plano astral. Este fenómeno es el origen de la magia negra. El mandamiento físico: ¡No matarás!, puede, pues, traducirse respecto al mundo astral: ¡No mentirás! En el plano físico la mentira no es más que una palabra, una imagen, pero no destruye nada. En el plano astral todos los sentimientos, todas las ideas son formas visibles, fuerzas vivientes. La mentira astral forma una colisión entre la forma falsa y la forma verdadera, que se matan recíprocamente.

El mago blanco quiere dar a las otras almas la vida espiritual que lleva en sí mismo. El mago negro tiene sed de matar, de crear el vacío alrededor de él en el mundo astral, porque ese vacío crea para él el campo en el cual puede desplegar sus pasiones egoístas. Para eso se necesita fuerza, es aquella de la cual se apodera tomando la fuerza vital de todo lo que vive, es decir, matándolo.

He aquí por qué la primera sentencia de la tabla de cálculos de la magia negra dice así: Es necesario vencer la Vida. He aquí por qué en ciertas escuelas de magia negra se enseña a los discípulos la horrible y cruel práctica de dar golpe de cuchillo a animales vivientes, con indicación precisa de la parte del cuerpo del animal que hace nacer tal o cual fuerza en el sacrificador. Del lado exterior se pueden constatar así puntos comunes entre la magia negra y la vivisección. La ciencia actual, consecuencia de su materialismo, tiene necesidad de la vivisección. El movimiento de opinión contra la vivisección se inspira en razones profundamente morales. Pero no se negará a abolir la vivisección en la ciencia hasta que no se haya dado la clarividencia a la medicina. Sólo porque perdió la clarividencia la medicina ha debido recurrir a la vivisección. Cuando hayamos conquistado de nuevo el mundo astral que se ha retirado de nosotros, la clarividencia permitirá al médico sumergirse y penetrar con el espíritu en el estado interno de los órganos enfermos y la vivisección será abandonada como inútil.

El conocimiento de la vida astral nos conduce a una conclusión capital que es: el mundo físico es el producto del mundo astral. Se puede citar un ejemplo entre mil, sacado de la penetración recíproca de los pecados humanos y de los acontecimientos del mundo astral, así como de la repercusión en el astral de los pecados cometidos en la vida terrestre: las epidemias que hicieron estragos, sobre todo, en la Edad Media. La lepra es el resultado del terror provocado por los hunos y de las hordas asiáticas sobre las poblaciones asiáticas. Los pueblos mongoles, en efecto, descendientes de los atlantes, eran portadores de degeneración. Su contacto produjo al principio la enfermedad moral del miedo en el plano astral del hombre; la sustancia del cuerpo astral se descompuso y este terreno de descomposición astral vino a ser una especie de terreno de cultivo donde se desarrollaron las bacterias que provocaron sobre la tierra enfermedades como la lepra.

Lo que arrojamos de nosotros hoy sobre el mundo astral reaparece mañana sobre el plano físico. Lo que sembramos aquí sobre el plano astral lo recogeremos sobre la tierra en los tiempos futuros. Recogemos, pues, hoy, los frutos de la estrecha mentalidad materialista que sembraron nuestros antepasados en el plano astral. De aquí se puede deducir la importancia esencial que tiene el nutrirse de las verdades ocultas. Si la ciencia aceptara, aunque no fuera sino como hipótesis, los datos del ocultismo, el mundo cambiaría. El materialismo ha sumergido al hombre en tales tinieblas, que es necesaria una concentración inmensa de las fuerzas para sacar a la humanidad de ella. El hombre cae bajo la influencia de enfermedades del sistema nervioso que son verdaderas epidemias psíquicas.

Lo que en la tierra llamamos «sentimientos» y que se encuentran en el plano astral, vuelven a la tierra bajo forma de realidad, de acontecimiento, de hecho. Del plano astral vienen los trastornos nerviosos que impulsan a los hombres. Es por esta razón que la fraternidad oculta ha decidido mostrarse ostensiblemente y revelar las verdades humanas ocultas. Porque la humanidad atraviesa por una crisis y es necesario ayudarla a reconquistar la salud, el equilibrio. Ahora bien, esa salud, ese equilibrio, no pueden volver más que por la espiritualidad.

El ocultista es un hombre que jamás sueña en imponer dogmas. Es un hombre que cuenta lo que ha visto, lo que ha experimentado en el plano Astral y en el Espiritual, o lo que Maestros dignos de confianza le han revelado. No pretende convertir, sino despertar en los otros el sentido despierto en él y hacerlos capaces de ver también. Se tratará aquí del hombre astral tal como aparece a la clarividencia. El hombre astral encierra todo el mundo de sensaciones, pasiones, emociones e impulsos del alma. Ellos traducen para el sentido interno en formas y en colores. El cuerpo astral en sí mismo es una nube de forma ovoide que baña y rodea el cuerpo. Podemos percibirlo desde dentro.

En el hombre físico es necesario considerar la sustancia y la forma. Esta sustancia se renueva en siete años; la forma permanece. Porque detrás de la sustancia está el espíritu constructor. Este constructor es el cuerpo etérico. Nosotros no lo vemos, no vemos más que su obra, el cuerpo. El ojo físico no ve en el organismo más que aquello que está terminado y no lo que está en estado de llegar a ser o devenir. Lo contrario tiene lugar cuando se posee la visión del cuerpo astral, es decir, de su propio cuerpo astral. Lo sentimos desde dentro por nuestras pasiones y los diversos movimientos de nuestra alma.

La capacidad del vidente consiste en aprender a ver desde fuera lo que en la vida habitual sentimos desde dentro. Entonces, sentimientos, pasiones y pensamientos se traducen en formas vivientes y visibles, lo que constituye el aura alrededor de la envoltura física, la aureola. Lo mismo que el cuerpo etérico construye el cuerpo físico, así las pasiones construyen el cuerpo astral.

Todo lo que vive en el aura allí se expresa. Cada aura humana posee sus tonalidades especiales, sus colores dominantes. Sobre este color fundamental se forman y combinan todos los otros. Por ejemplo, el temperamento melancólico tiene un tinte azul, pero en el aura se vierten desde fuera tantas impresiones diferentes que el observador puede equivocarse fácilmente, sobre todo si observa su propia aura. El clarividente ve su propia aura invertida, es decir, lo interior como exterior y lo exterior como interior, porque él ve desde afuera. ¿Qué ve, entonces?

Todos los fundadores de religiones han sido clarividentes cumplidos y guías espirituales de la humanidad, y sus sentencias morales fueron reglas de vida motivadas por verdades astrales y espirituales. Esto es lo que explica la similitud entre todas las religiones. Por ejemplo, la que existe entre los ocho senderos en el camino del Budha y las ocho beatitudes del Cristo. La misma verdad que está en el fondo es que cada vez que el hombre desarrolla una virtud, desarrolla también una nueva facultad de percepción.

Pero, ¿por qué hay ocho etapas? Porque el clarividente sabe que sus facultades capaces de llegar a ser órganos de percepción son ocho. Los órganos de percepción del cuerpo astral se llaman en ocultismo las flores del loto (ruedas sagradas, chacras); la rueda de diez y seis rayos, o la flor de loto de diez y seis pétalos, se encuentran en la región de la laringe. En tiempos muy antiguos, esta flor de loto giraba en un cierto sentido, según un movimiento inverso al de las agujas de un reloj, de derecha a izquierda.

En el hombre de hoy, la rueda se ha detenido; no gira más. Pero en el clarividente recomienza actualmente a moverse en sentido inverso, es decir, de izquierda a derecha. Ahora bien: ocho pétalos de los diez y seis eran otro tiempo visibles. Los pétalos intermediarios estaban ocultos. En el porvenir aparecerán todos. Porque los ocho primeros son debidos a la acción de la iniciación inconsciente y los ocho nuevos a la iniciación consciente que resulta del esfuerzo personal. Y son, precisamente, esos ocho nuevos pétalos que desarrollan las beatitudes del Cristo.

El hombre posee otra flor de loto, la cual posee doce pétalos. Está situada en la región del corazón. En otro tiempo eran visibles solamente seis pétalos. La adquisición de seis virtudes desarrollará los otros seis pétalos en el porvenir. Estas seis virtudes son: el control sobre el pensamiento, la fuerza de iniciativa, el equilibrio de las facultades, el optimismo que permite ver el lado positivo de todas las cosas, el espíritu libre de prejuicios, en fin, la armonía de la vida del alma.

Entonces los doce pétalos entrarán en movimiento. En ellos se expresa el carácter sagrado del número doce, que volvemos a encontrar en los doce Apóstoles, los doce compañeros de Arturo, y cada vez que se trata de creación, de acción. Y es así porque todas las cosas, en el mundo, se desarrollan a través de doce tonalidades distintas. En el poema de Goethe, titulado: «Los Misterios» (Die Geheimnisse) donde se expresa el ideal de los Rosacruces, encontramos un nuevo ejemplo de ello. Según una explicación de este poema, la Rosa-Cruz representa una confesión religiosa.

Se vuelven a encontrar estas verdades igualmente en los signos y los símbolos; porque los símbolos no son invenciones arbitrarias, sino realidades. Por ejemplo, el símbolo de la Cruz, como el de la Svástica, es la representación del chacra de cuatro pétalos del hombre.

Y la flor de doce pétalos en que entra su expresión es el símbolo de la Rosa-Cruz y de los doce compañeros. El décimo-tercero, entre ellos, el compañero invisible que los une a todos, es la verdad que une a todas las religiones entre sí. Todo comienzo, toda nueva revelación religiosa es un décimo-tercero que da una síntesis nueva de los doce matices de la verdad espiritual. De esta verdad brotan los ritos y las ceremonias de los cultos o religiones. En el fondo de todos los ritos y de todos los cultos establecidos por los clarividentes, está la sabiduría Divina que habla.

Y la flor de doce pétalos en que entra su expresión es el símbolo de la Rosa-Cruz y de los doce compañeros
El mundo astral se expresa mediante ellos en el mundo físico. El rito representa como un reflejo de lo que pasa en los mundos superiores. Este hecho se vuelve a encontrar en el ritual de los francmasones y en las religiones asiáticas. En el nacimiento de una nueva religión, un iniciado da las bases sobre las cuales se edifica el ritual del culto exterior. Con la evolución del rito, cuadro viviente del mundo espiritual, evoluciona hacia las esferas del mundo astral, y el rito se hace belleza. Es especialmente lo que pasó entiempo de la civilización griega. El arte es un acontecimiento astral cuya causa ha sido olvidada.

Precisamente encontramos un ejemplo de ello en los misterios y los dioses griegos. En los misterios el hierofante trabaja de nuevo el desarrollo humano en sus tres fases: el hombre-animal; el hombre-humano y el hombre-Dios (el verdadero superhombre y no el falso superhombre de Nietzsche). En esos tres él suministraba a los iniciados una imagen viviente proyectada en la luz astral. Simultáneamente esos tres tipos suprasensibles se expresaron en la poesía y la escultura por estos tres símbolos:

1º El tipo bestial – el Sátiro;

2º el tipo humano – Hermes o Mercurio;

3º el tipo divino -Zeus, Júpiter.

Cada uno de ellos con todo lo que los rodea representa un ciclo de humanidad. Así es como los discípulos de los misterios transportaron al arte lo que habían visto en la luz astral. El apogeo de la vida terrestre para el hombre se encuentra actualmente alrededor de los treinta y cinco años; por qué?; ¿por qué Dante comienza su viaje a los treinta y cinco años de edad, punto medio de la vida humana? Porque en ese momento el hombre, cuya actividad había estado concentrada en la elaboración del cuerpo físico, se remonta hacia las regiones espirituales y puede aplicar su actividad a conseguir la clarividencia. Así, Dante, llegó a ser vidente a los treinta y cinco años de edad. Cuando las fuerzas físicas cesan de acaparar el influjo espiritual, estas fuerzas liberadas del cuerpo pueden transformarse en clarividencia.

Tocamos aquí un misterio profundo: la ley de la transformación de los órganos. Todo en el hombre evoluciona por una transformación de los órganos. Lo que hay de más elevado en él, es el resultado de lo que era lo más bajo y que se ha transfigurado. Así es que los órganos sexuales deben transformarse. Con la separación de los sexos, el cuerpo astral se ha dividido produciendo una parte inferior, el organismo sexual físico, y una parte superior que engendra el pensamiento, la imaginación, la palabra. El órgano sexual, «la fuerza productiva», y órgano de la voz, la palabra «creadora», en otro tiempo formaban un todo.

Se comprende así el vínculo que une esos dos polos aparecidos allí donde no había más que un órgano. El polo negativo, animal, y el polo positivo, divino, estaban antaño reunidos y se han separado. El tercer Logos es el poder creador de la palabra, «así lo expresa el comienzo del Evangelio de San Juan, del cual es el reflejo la palabra humana. En los viejos mitos y leyendas, este hecho ha encontrado una expresión profunda bajo los rasgos de Vulcano, el cojo. Su misión consistía en conservar el fuego sagrado. El cojea, porque en la iniciación el hombre debe perder algo de su fuerza física inferior; lo bajo del cuerpo viene de un pasado que desapareció. La naturaleza humana inferior debe caer para elevarse en seguida a un grado más alto. En el curso de su evolución, el hombre también se ha dividido en inferior y superior. Sobre ciertos cuadros de la Edad Media se ve al hombre partido en dos por una línea, la parte superior izquierda y la cabeza están encima del trazo, la parte superior derecha y lo bajo del cuerpo, debajo del trazo. Esta línea es indicación dada sobre el pasado y el futuro del cuerpo humano.

La flor de loto de dos pétalos se encuentra bajo la frente, en la raíz misma de la nariz; es un órgano astral todavía no desarrollado, que se desarrollará un día en dos antenas o alas, se lo ve ya como un símbolo en los cuernos que figura en la cabeza de Moisés. Visto de alto a bajo, cabeza y órganos sexuales, el hombre es sintético o idéntico. Es el producto del pasado. De izquierda a derecha es simétrico, es el presente y el futuro; pero esas dos partes simétricas no tienen el mismo valor.

¿Por qué somos habitualmente diestros usamos la mano derecha?

La mano derecha, que de las dos trabaja más activamente, está destinada a atrofiarse más tarde. La mano izquierda es el órgano que sobrevivirá cuando las dos alas de la frente se desarrollen. El cerebro del pecho será el corazón, que será el órgano del conocimiento. Habrá tres órganos de locomoción.

Antes que el hombre se enderezara hubo un tiempo en que marchaba a cuatro patas. Tales el origen del enigma que ponía la Esfinge. Preguntaba: ¿Cuál es el ser que en su infancia marchaba en cuatro patas, en el medio de su vida marcha en dos y en su vejez marcha en tres? Edipo le respondió que es el hombre, que, en efecto, niño marcha en cuatro patas y viejo se apoya en un bastón. En realidad, enigma y respuesta se relacionan con la evolución entera de la humanidad, pasado, presente y futuro, tal como la conocían los antiguos misterios. Cuadrúpedo en una época anterior a la evolución, el hombre se tiene hoy sobre dos pies, en el porvenir él volará y se servirá en efecto de tres auxiliares: las dos alas que serán el desarrollo de «la flor de loto», de dos rayos, llegarán a ser el órgano de su voluntad motriz y, además, el aparato metamorfoseado del lado izquierdo del pecho y de la mano izquierda. Tales serán los órganos de locomoción futura. El lado derecho y la mano derecha, así como el órgano de la reproducción actuales se atrofiarán; y el hombre, como hemos visto más arriba, se reproducirá por la fuerza del VERBO; su palabra moldeará en el éter cuerpos semejantes a él mismo.

Édouard Schuré - El Misterio Cristiano

 

Desde los orígenes del Cristianismo y el tiempo de los Apóstoles, la iniciación cristiana ha existido siempre y ha permanecido siempre invariable durante la Edad Media y hasta nuestros días, en gran número de órdenes religiosas así como entre los Rosacruces. Esta iniciación está hecha de ejercicios espirituales que provocan síntomas idénticos e invariables. Las asociaciones que la practican en un profundo secreto son el verdadero hogar de toda la vida espiritual y de todos los progresos religiosos realizados por la humanidad.

La iniciación cristiana es, desde cierto punto de vista, más difícil que la iniciación antigua. Aquella contiene la esencia y la misión del Cristianismo que vino al mundo en el tiempo en que el hombre cumplía el descenso más profundo en la materia. Este descenso se debe conferir a una conciencia nueva; pero salir de esa profundidad, de esa densidad material, reclaman de él un esfuerzo más grande y hace la iniciación más difícil. Es por esto que el Maestro Cristiano exige de su discípulo un grado superior de humildad y devoción.

La iniciación cristiana ha consistido siempre en siete etapas, de las cuales cuatro responden a cuatro estaciones del Calvario. Son:
1º El lavatorio de los pies.
2º La flagelación.
3º La coronación de espinas.
4º Con la cruz a cuestas.
5º La muerte mística.
6º El entierro.
7º La resurrección.

El lavatorio de los pies: Es un ejercicio preparatorio, de naturaleza puramente moral, que se relaciona con la escena en que el Cristo lava los pies a los Apóstoles antes de la fiesta de Pascua. «En verdad os digo, el servidor no es más grande que su Maestro, ni el enviado más grande que aquél que lo enviara» (San Juan XIII). La teología da a este acto una interpretación puramente moral y no ve allí otra cosa que un ejemplo de profunda humildad y abnegación absoluta del Maestro a sus discípulos y a su obra. Los Rosacruces ven eso también ahí, pero con un sentido más profundo que se relaciona con la evolución de todos los seres de la naturaleza. Es una alusión a que la ley de lo Superior es el producto de lo Inferior.

La planta podría decir al mineral: Yo estoy por encima de ti, porque tengo la vida que tú no tienes, pero sin ti yo no podría existir, porque es de ti que saco los jugos que me nutren. Y el animal podría decir a la planta: Yo estoy por encima de ti, porque tengo una sensibilidad, pasiones, movimientos voluntarios que tú no tienes, pero sin el alimento que tú me das, sin tus hojas, tus hierbas y tus frutos no podría vivir. Y el hombre debería decir a las plantas: Estoy por encima de ti, pero te debo el oxígeno que respiro; debería decir a los animales: tengo un alma que no tenéis vosotros, pero somos hermanos y compañeros y nos adiestramos en la evolución universal. El sentido esotérico del lavatorio de los pies es, pues, que Jesucristo, el Mesías, el Hijo de Dios, no podría ser sin los Apóstoles.

El discípulo que ha meditado sobre ese tema durante meses y tal vez años, obtiene la visión del lavatorio de los pies en el plano astral durante el sueño.

Entonces puede pasar al segundo grado de la Iniciación Cristiana. La flagelación. Durante esta etapa, el hombre aprende a resistir el azote de la vida. Esta nos trae sufrimientos de toda clase: físicos, morales, intelectuales y espirituales. En esta fase, el discípulo siente la vida como una aterradora e incesante tortura. El debe soportar con una perfecta equidad de alma y un coraje estoico. Debe cesar de tener miedo tanto físico como moral. Cuando ha llegado a no temer, entonces ve en sueño la escena de la flagelación. En el curso de otra visión se ve asimismo como Cristo Flagelado.

Este acontecimiento es acompañado por ciertos síntomas de la vida física y se traduce por una hiperestesia de toda sensibilidad, una ampliación del sentido universal de la Vida y del Amor.

Un ejemplo de esta sensibilidad sobre-agudizada, transportada al mundo de la inteligencia, se encuentra en la vida de Goethe. Después de largos estudios osteológicos sobre el esqueleto del hombre y los de los animales, así como observaciones comparadas sobre los embriones, Goethe llegó a la conclusión de que un hueso intermaxilar debía existir en el hombre. Antes de él, se negaba que en la mandíbula superior del hombre se encontraba el hueso intermaxilar. El mismo cuenta que cuando hizo el descubrimiento de que ese hueso existía realmente en la mandíbula humana, visible todavía por una sutura, tuvo un sobresalto de alegría y una especie de éxtasis que él llama uno de los más maravillosos transportes de su vida.

Durante su viaje a Italia, Goethe tuvo el mismo sentimiento cuando frente a los restos de un cráneo de carnero le vino esa otra idea, más maravillosa todavía para la evolución humana, idea que se puede llamar a la vez esotérica y darwiniana, de que el cerebro humano, centro de la inteligencia, precedido por el cerebelo, centro de los movimientos voluntarios, es una floración y una expansión de la médula espinal, como la flor es una expansión y una síntesis de la raíz y el tallo. ¿Por qué hizo Goethe esos maravillosos descubrimientos que por sí solos le valdrían la inmortalidad?

Por su gran inteligencia, sin duda, pero también por su simpatía vibrante y profunda por todos los seres y toda la naturaleza. Esta sensibilidad es un refinamiento y una extensión de las fuerzas de la vida y de las del amor. Corresponde al segundo grado de la Iniciación Cristiana: es la recompensa de la prueba de la Flagelación. El hombre adquiere con ella un sentido del amor para todos los seres, que lo hace vivir dentro de la naturaleza.

La coronación de espinas. Aquí el hombre debe aprender a afrontar el mundo, moral e intelectualmente, a soportar el desprecio cuando se ataca lo que es más caro. Saber permanecer de pie cuando todo lo abruma, saber decir sí cuando todo el mundo dice no, he ahí lo que es necesario aprender antes de ir más lejos. Se produce entonces un síntoma nuevo: es la disociación, o mejor dicho, el poder de disociar momentáneamente tres fuerzas que en el hombre están siempre ligadas: la voluntad, la sensibilidad, la inteligencia. Es necesario aprender a separarlas o unirlas a voluntad. Por ejemplo, en tanto que un acontecimiento exterior espontáneamente nos colme de entusiasmo, no estamos maduros. Porque ese entusiasmo producido por un acontecimiento no viene de nosotros y hasta puede ejercer sobre nosotros una influencia devastadora de la cual no somos dueños. El entusiasmo del discípulo debe encontrar su solo origen en las profundidades de la vida mística. Es necesario, pues, poder permanecer impasible ante todo acontecimiento, cualquiera que sea. Así solamente se adquiere la libertad.

Esta separación entre la sensibilidad, la inteligencia y la voluntad produce en el cerebro un cambio caracterizado por el coronamiento de espinas. Para pasarlo sin peligro, es necesario que las fuerzas de la personalidad hayan sido suficientemente ejercitadas y perfectamente equilibradas. Si no sucede así, o el discípulo tiene un mal guía, este cambio puede engendrar la locura. Porque la locura no es otra cosa que esta disociación operada fuera de la voluntad y sin que la unidad pueda ser restablecida por una voluntad interna. Por el contrario, el discípulo se entrega para hacer cesar esta disociación cuando él lo quiere. Un relámpago de su voluntad restablece el vínculo entre los órganos y las actividades de su alma, entre tanto que en el loco, el desgarramiento puede llegar a ser irremediable y causar una lesión física en los centros nerviosos.

En el curso de la etapa llamada la corona de espinas en la Iniciación Cristiana, se produce un fenómeno formidable que lleva el nombre de Guardián del Umbral y que se puede llamar también la aparición del doble inferior del ser espiritual del hombre, hecho de sus voluntades, de sus deseos y de su inteligencia, aparece entonces al iniciado bajo una forma visible en sus sueños, y esta forma es a veces repugnante y terrible porque es un producto de sus pasiones buenas y malas y de su Karma. Ella es su personificación plástica sobre el plano astral. Es el mal piloto del libro de los muertos de los egipcios. El hombre debe vencerlo para encontrar su Yo Superior. El Guardián del Umbral que fue un fenómeno de visión astral hasta en los más antiguos tiempos, el origen primitivo de todos los mitos sobre la lucha del héroe con el monstruo de Perseo y de Hércules con la Hidra de San Jorge y de Sigfrido con el dragón. La irrupción prematura del astral y la súbita aparición del doble Guardián del Umbral, pueden conducir a la locura a aquel que no ha sido bien preparado y que no ha tomado todas las precauciones impuestas al discípulo.

 

La portación de la Cruz se relaciona también simbólicamente con una virtud al alma. Esta virtud, que consiste en cierto modo en llevar el mundo sobre su conciencia, como Atlas llevaba el cielo sobre su cabeza, podría llamarse el sentimiento de identificación con la tierra y todo lo que ella encierra. Se llama en la iniciación oriental el fin del sentimiento de separatividad. Los hombres se identifican en general, sobre todo el hombre moderno con su cuerpo (Spinoza, en su Etica, llama a la primera idea fundamental del hombre: la idea del cuerpo en acto), el discípulo debe cultivar esta idea de que en el conjunto de las cosas su cuerpo no es más importante para él que cualquier otro cuerpo, sea de él, de un animal, una tabla o un pedazo de mármol. El yo no acaba en la piel: se une al organismo universal como nuestra mano al conjunto de nuestro cuerpo. ¿Qué sería la mano sola?: un girón. ¿Qué haría el cuerpo de hombre sin la tierra sobre la cual se apoya, sin el aire que respira? Moriría, porque él no es más que un pequeño órgano de esta tierra y de esta atmósfera. He aquí por qué el discípulo debe sumergirse en cada ser e identificarse con el Espíritu de la tierra.

También es Goethe el que ha dado de esta etapa una grandiosa descripción en el principio de su Fausto, cuando el Espíritu de la Tierra, al que aspira Fausto, se le aparece y dice: En las ondas de la Vida, acción y tempestad.
Yo me elevo, yo desciendo.
Yo corro, yo vuelvo,
Nacimiento y muerte,
Un mar eterno,
Un torbellino cambiante,
Una llama de Vida;
Así trabajo en la trama de los tiempos,
Y tejo el vestido viviente de Dios.

Identificarse con todos los seres no quiere decir despreciar su cuerpo, sino llevarlo como una cosa exterior, como el Cristo llevaba la Cruz. Es necesario que el Espíritu tenga el cuerpo, como la mano tiene el martillo. El discípulo entonces se hace consciente de las fuerzas ocultas que existen en su propio ser. Puede, por ejemplo, en el curso de su meditación, producir los estigmas sobre su piel. Es el signo de que está preparado para la quinta etapa, en que se le revela en una repentina iluminación.

La Muerte Mística. Presa del más grande sufrimiento, el discípulo se dice: Reconozco que todo el mundo de los sentidos no es más que una ilusión. El tiene, verdaderamente, la sensación de morir y de descender en las tinieblas. Pero entonces se desgarran las tinieblas y aparece una nueva luz: brilla la luz astral. Es la ruptura del velo del Templo. Esta luz no tiene nada de común con la luz del sol. Brota de dentro de las cosas y del hombre. La sensación que ella produce no se parece en nada a la de la luz de fuera.

Para formarse una idea de ella, empleamos la comparación siguiente. Que uno se figure que, alejándose de una ciudad tumultuosa, penetra en una espesa floresta. Gradualmente los ruidos se apagan y el silencio se hace completo. Se llega hasta percibir lo que está más allá del silencio, a franquear ese punto cero donde ha caído todo ruido exterior. El sonido recomienza del otro lado de la vida para el oído interno. Tal es la experiencia vivida por el alma que penetra en el mundo astral. Ella está en contacto con la cualidad inversa de las cosas que conoce, lo mismo que debajo del cero o entre una orden creciente de números negativos.

Es necesario haberlo perdido todo para reconquistarlo todo, hasta la propia existencia. Pero en el momento en que se pierde todo, aparece que él es el que se mata a sí mismo y que es el autor de su nueva Vida. Es la Muerte Mística. Cuando se ha pasado por ella, ha venido el tiempo de: El enterramiento. El hombre se siente allí penetrado por el sentimiento de que extraño, ajeno a su propio cuerpo, no forma más que uno con el planeta. Está amalgamado o fundido con la tierra y se reconoce a sí mismo y vuelve en sí en la vida planetaria.

La Resurrección. Es un sentimiento inefable, imposible de describir más que entre los muros del Templo. Porque esta última etapa está por encima de toda palabra y falla toda comparación. Llegado a este punto se adquiere el poder de curar. Pero es necesario decir que aquel que posee tiene al mismo tiempo el poder inverso de producir la enfermedad. Porque lo negativo acompaña siempre a lo positivo. De ahí viene la gran responsabilidad legada a este poder que se puede caracterizar así: la palabra creadora sale del alma ardiente.

Édouard Schuré - El Evangelio de San Juan

 

El Cristianismo desempeña un papel único, incisivo y capital en la historia de la Humanidad. En cierta forma es el momento central, el punto de retorno o de vuelta entre la involución y la evolución. De ahí que su luz sea tan resplandeciente. En parte alguna se encuentra esta luz tan viva como en el Evangelio de San Juan y en verdad puede decirse que sólo en él aparece en toda su fuerza.

No es así, por cierto, como la teología contemporánea concibe este evangelio. Desde el punto de vista histórico, ella lo considera como inferior a los tres evangelios sinópticos y hasta suele sospechársele de apócrifo. El mero hecho de que su redacción haya sido atribuida al segundo siglo de Jesucristo, ha hecho que los teólogos y la escuela crítica lo consideren como una obra de poesía mística y de filosofía alejandrina. En cambio el Ocultismo, considera el Evangelio de San Juan muy diferentemente.

Durante la Edad Media hubo una serie de fraternidades que vieron en él su ideal y la fuente principal de la verdad cristiana. Estas fraternidades se llamaban los Hermanos de San Juan, Los Albingenses, los Cátaros, los Templarios, los Rosacruces. Todos eran ocultistas prácticos y hacían de este evangelio su Biblia, su breviario. Puede admitirse que la leyenda del Grial, de Parsifal y de Lohengrin, salió de esas fraternidades y fue como la expresión de sus doctrinas secretas. Todos estos hermanos de diversas órdenes se consideraban como los precursores de un cristianismo individual, del cual poseían el secreto y cuyo pleno desenvolvimiento y floración estaba reservado al futuro. Y este secreto sólo lo encontraban única y absolutamente en el Evangelio de San Juan.

Allí encontraban una verdad eterna aplicable a todos los tiempos, una verdad que regenera el Alma totalmente, si la vive en las propias profundidades de su ser. No se leía entonces el Evangelio de San Juan, como si fuera un escrito literario, sino que servía a modo de instrumento místico. Para podernos dar cuenta de ello tendremos que abstraernos por un momento de su valor histórico.

Los catorce primeros versículos de este Evangelio eran para los Rosacruces objeto de una meditación cotidiana y de un ejército espiritual. Se les atribuía un poder mágico, que realmente tienen para el ocultista. He aquí el efecto que producen por la constante repetición, sin cansarse: hecha siempre a la misma hora, todos los días, se logra obtener la visión de todos los acontecimientos que cuenta el Evangelio, pudiendo vivirlos interiormente.

Así es como, para los Rosacruces, la vida de Cristo significaba el Cristo resucitando en el fondo de cada Alma por la visión espiritual. Por lo demás creían, naturalmente, en la existencia real e histórica del Cristo, porque conocer el Cristo interior es reconocer igualmente el Cristo exterior.

Un espíritu materialista podría decir actualmente: Acaso el hecho de que los Rosacruces hayan tenido esas visiones, ¿prueba la existencia real del Cristo? A lo cual contestaría el Ocultista : Si no existiera el ojo para ver el sol, el sol no existiría, pero si no hubiera sol en el cielo, tampoco podría haber ojos para verlo.

Porque es el Sol quien ha formado el ojo en el curso de los tiempos y quien lo ha construido para que pudiera percibir la luz. Similarmente, el Rosacruz decía: El Evangelio de San Juan despierta el sentido interno, pero si no existiera un Cristo viviente, uno no podría hacerlo vivir en sí mismo.

La obra de Jesucristo no puede ser comprendida en toda su inmensa profundidad si no es estableciendo las diferencias entre los antiguos misterios y el Misterio Cristiano. Los Misterios antiguos se celebraban en Templos Escuelas. Los iniciados, personas que habían despertado, habían igualmente aprendido a obrar sobre su cuerpo etérico y por lo tanto eran «nacidos dos veces», porque sabían ver la verdad de dos maneras: directamente por el sueño y la visión astral, e indirectamente por la visión sensible y lógica. La iniciación por la que tenían que pasar se llamaba Vida, Muerte y Resurrección. El discípulo pasaba tres días en la tumba, en un sarcófago, dentro del Templo; su espíritu quedaba liberado del cuerpo, pero, al tercer día, respondiendo a la voz del hierofante, su espíritu volvía al cuerpo, arrancándose a los confines del Cosmos, donde había conocido la vida universal. Se había transformado y nacido dos veces. Los más grandes autores griegos han hablado con entusiasmo y sagrado respeto de estos misterios. Platón llega hasta decir que solamente el Iniciado merece el calificativo de hombre.

Pero esta iniciación encontró en el Cristo su verdadero coronamiento. El Cristo es la iniciación condensada en la vida sensible, así como el hielo es agua solidificada. Lo que se veía en los misterios antiguos se realizaba históricamente en el Cristo en el mundo físico. La muerte de los iniciados no era más que una muerte parcial en el Mundo Etérico. La muerte del Cristo fue una muerte completa en el Mundo Físico.

Puede considerarse la resurrección de Lázaro como un momento de transición, como un paso de la iniciación antigua a la iniciación cristiana. En el Evangelio de San Juan, Juan mismo no aparece hasta después de mencionarse la muerte de Lázaro. «El discípulo que Jesús amaba», era también el más iniciado de todos. Es aquel que ha pasado por la muerte y la resurrección y que ha resucitado a la voz del Cristo mismo. Juan es Lázaro salido de la tumba después de su iniciación. San Juan ha vivido la muerte del Cristo. Tal es la mística vía que revelan las profundidades del Cristianismo.

Las bodas de Canaán, cuya descripción se lee igualmente en este evangelio, encierran uno de los más profundos misterios de la historia espiritual de la humanidad. Se refiere a las siguientes palabras de Hermes: «Lo que está arriba es como lo que está abajo». En las bodas de Canaán, el agua se transforman en vino. A este hecho se le da un sentido simbólico universal, que es el siguiente: en el culto religioso el sacrificio del agua va a ser reemplazado, por un tiempo, por el sacrificio del vino.

Hubo un tiempo, en la historia de la humanidad, en que no se conocía el vino. En los tiempos védicos apenas si se le conocía. Ahora bien, mientras el hombre no bebía líquidos alcohólicos, la idea de las existencias precedentes y de la pluralidad de vida era una creencia universal, de la que nadie dudaba. Desde que la humanidad comenzó a beber vino, la idea de la reencarnación se fue oscureciendo rápidamente y acabó por desaparecer del todo a la conciencia popular. Y sólo la conservaron los Iniciados que se abstenían de beber vino.

El alcohol ejerce sobre el organismo una acción particular, especialmente sobre el cuerpo etérico donde se elabora la memoria. El alcohol vela esta memoria, la oscurece en sus profundidades íntimas. El vino procura el olvido, se dice, pero no es solamente un olvido superficial y momentáneo, sino un olvido profundo y duradero, una oscuración verdadera de la fuerza de la memoria en el cuerpo etérico. Por este motivo, cuando los hombres se pusieron a beber vino, perdieron poco a poco su sentimiento espontáneo de la reencarnación.

Ahora bien, la creencia en la reencarnación y en la ley del Karma, tenía una influencia poderosa, no solamente sobre los individuos, sino sobre su sentimiento social. Esta creencia le hacía aceptar la desigualdad de las condiciones humanas y sociales. Cuando el desgraciado obrero trabajaba en las Pirámides de Egipto, cuando el hindú de la última casta esculpía los templos gigantescos en el corazón de las montañas, se decía que otra existencia lo recompensaría de un trabajo soportado valerosamente, que su amo había ya pasado por pruebas similares si era bueno o que pasaría más tarde por otras mucho más penosas si era injusto y malo.

Al aproximarse el Cristianismo la humanidad tenía que atravesar una época de concentración sobre la obra terrestre: le era necesario trabajar por el mejoramiento de esta vida, por el desenvolvimiento del intelecto, del conocimiento razonado y científico de la Naturaleza. El sentimiento de la reencarnación debía, pues, perderse durante dos mil años. Y lo que se empleó para lograr ese fin fue el vino. Tal es la causa profunda del culto de Baco, dios del vino, de la embriaguez (forma popular del Dionisio de los Antiguos Misterios que, sin embargo, tiene otro sentido).

Tal es también el sentido simbólico de las bodas de Canán. El agua servía para los antiguos sacrificios y el vino para los nuevos. Las palabras de Cristo: «Felices aquellos que no vieron y, sin embargo creyeron», se aplican a la nueva era en que el hombre, entregado por completo a su obra terrestre, no tendría ni el recuerdo de sus anteriores encarnaciones, ni la visión directa del Mundo Divino.

El Cristo nos dejó un testamento en la escena del Monte Tabor, en la Transfiguración que tuvo lugar delante de Pedro, Santiago y Juan. Los discípulos lo vieron entre Elías y Moisés. Elías representa el camino de la verdad; Moisés la Verdad misma y el Cristo la vida que resume a ambas. Por eso sólo EL podía decir: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida».

Así todo se resume y se concentra, todo se aclara y se intensifica, todo se transfigura en el Cristo. Remonta el pasado del alma humana hasta su misma fuente y prevé su futuro hasta su confluencia con Dios mismo. Porque el Cristianismo no es solamente una fuerza del pasado, sino una fuerza del futuro. Con los Rosacruces, el nuevo ocultismo enseña el Cristo Interior en cada hombre y el Cristo futuro en toda la humanidad.

Édouard Schuré - Yoga oriental y Yoga occidental

 

QUINTA LECCIÓN 
Es necesario darse cuenta, antes de abordar este tema, que desde que el Ocultismo comenzó a popularizarse, es decir, desde hará unos quince o veinte años, cierta literatura teosófica ha estado difundiendo ideas erróneas sobre los fines que persigue el Ocultismo. Se ha pretendido que el objetivo que se perseguía era la aniquilación del cuerpo por el ascetismo. También se ha difundido la idea de que la realidad era una ilusión que debía ser vencida, y se le daba el nombre indostánico de Maya. Todo esto es muy exagerado, aún más es un verdadero error teórico, contradicho por la ciencia y la práctica del Ocultismo.

¡Cuánto más justa no resulta la imagen griega que compara el Alma a una abeja! De la misma manera que la abeja sale de la colmena para libar el jugo de las flores y destilar con él la miel, así también el Alma emanada del Espíritu Supremo penetra en la realidad, recoge el néctar y lo vuelve a llevar al espíritu. En el Ocultismo no se trata, absolutamente, de menospreciar la realidad, sino de comprenderla y utilizarla. El cuerpo no es el vestido sino el instrumento del espíritu. La Ciencia Oculta no es la ciencia que suprime el cuerpo, sino la ciencia que enseña a servirse del mismo para fines superiores.

¿Comprenderíamos la naturaleza del imán si nos limitáramos a describirlo simplemente como una herradura? La comprenderemos mucho mejor si decimos: «es un trozo de hierro que encierra en sí el poder de atraer otros pedacitos de hierro». La realidad visible se encuentra totalmente saturada de una realidad más profunda que el alma trata de penetrar para dominarla. La sabiduría superior, ha sido guardada profundamente durante miles y miles de años en las fraternidades ocultas. Era necesario pertenecer a ella para poder conocer aunque más no fuera que los elementos de la ciencia oculta. Y para poder entrar había que someterse a muchas pruebas y prestar solemnes juramentos de no abusar de las verdades reveladas.

Pero las condiciones de la humanidad, de la inteligencia humana en particular, han cambiado muchísimo desde el siglo XVI y sobre todo en los últimos cien años, merced a los continuos descubrimientos científicos. Gracias a la ciencia son actualmente del dominio público muchas verdades pertenecientes al mundo natural y sensible, que anteriormente solo conocían los iniciados. Lo que sabe hoy la ciencia, antes era un misterio. Los iniciados han sabido siempre lo que con el tiempo sabrán todos los hombres, y es por eso que se los ha llamado profetas. Agréguese a todo esto que el Cristianismo introdujo un gran cambio en la iniciación. La iniciación, después de Jesucristo, no fue ya la misma que anteriormente. No podemos comprenderlo sino teniendo en cuenta la naturaleza humana en su constitución y recordando aquí sus siete principios. Los siete principios que constituyen el hombre son los siguientes:

El cuerpo físico. Es el hombre visible al ojo material, el hombre natural: el único que la ciencia actual conoce bien. El hombre puramente físico corresponde al Reino Mineral, y es un compuesto de todas las fuerzas físicas del Universo
El cuerpo etérico. ¿Cómo percibirlo? Sabemos que la hipnosis despierta otra conciencia, no solamente en el sujeto hipnotizado, sino también en el hipnotizador que sugiere al sujeto todo lo que quiere. Puede hacerle tomar una silla por un caballo y lo mismo puede sugerirle que la silla ha desaparecido y que no hay nadie en una habitación llena de gente. El iniciado puede ejercer este poder sobre sí mismo y hacer abstracción del cuerpo físico de la persona que tiene ante sí. Entonces, en vez del cuerpo físico percibe, no un vacío, sino el cuerpo etérico. Este cuerpo es muy parecido al físico, aunque presenta ciertas diferencias. Tiene la misma forma aunque algo más grande. Es más o menos luminoso y fluídico y sus órganos están reemplazados por corrientes fuidicas de diversos colores, en tanto que el corazón está presentado por un verdadero nudo o vórtice de corrientes. El cuerpo etérico es así el verdadero doble etéreo del cuerpo material. Este cuerpo lo tiene el hombre en común con las plantas. No es, absolutamente, el producto del cuerpo físico como los naturalistas podrían creer, sino que, por el contrario, es el constructor de todo organismo viviente. Para la planta lo mismo que para el hombre, es la fuerza del crecimiento, del ritmo y de la reproducción.
El cuerpo astral. Este no tiene ni la forma del cuerpo etérico ni la del físico. Afecta una forma ovoidea y radia como una nube en torno del cuerpo o como un aura, coloreándose como todos los colores, según las pasiones que lo animen. Cada pasión tiene su color astral. Por lo demás, el cuerpo astral es, desde cierto punto de vista, una síntesis del cuerpo físico y del cuerpo etérico. Y he aquí como el cuerpo etérico tiene siempre el sexo opuesto al del cuerpo. El cuerpo etérico de un hombre es de sexo femenino, mientras que el cuerpo etérico de una mujer es del sexo masculino. El cuerpo astral, tanto en el hombre como en la mujer, es bisexual, siendo así la síntesis de los otros cuerpos.
El Yo, o Manas, en sánscrito; Joph (Yoph) en hebreo. Es el alma inteligente y consciente; es la individualidad humana indestructible que puede aprender a construir otros cuerpos; es el Inefable, el yo humano y divino a la vez.
Estos cuatro elementos juntos, es lo que Pitágoras reverenciaba en el signo del Tetragrama.


La evolución humana consiste en la transformación de los cuerpos inferiores con la ayuda del yo, en cuerpos espiritualizados. El cuerpo físico es el más antiguo y por lo tanto el más perfeccionado del hombre actual. La etapa actual de la evolución humana tiene por objeto la transformación del cuerpo astral. En el hombre civilizado, el cuerpo astral se divide en dos partes; la inferior y la superior. La primera está todavía en estado caótico y oscuro; y la superior es luminosa y está ya compenetrada por las fuerzas de Manas, estando ordenada y regularizada. Cuando el iniciado ha purificado su cuerpo astral de todas las pasiones animales, cuando se ha vuelto totalmente luminoso, que es la primera fase de su iniciación, se llega a la katharsis o purificación. Solamente entonces, puede operar sobre el cuerpo etérico, poniendo así su sello sobre el cuerpo físico. Es necesario que su acción pase por el cuerpo etérico.

El deber del discípulo es el de llegar a la transformación del cuerpo astral y del etérico y, por este proceso, al poder y dominio completo del cuerpo físico. Así es como se transforma en Maestro y Señor, y transforma los tres principios inferiores de su Naturaleza en tres superiores: 5º Manas; 6º Budhi; 7º Atma. Tocamos aquí una ley maravillosa de la naturaleza humana, que demuestra que el Yo y el Manas son el centro del desenvolvimiento humano. La dominación que el Manas o Mente ejerce en lo inferior sobre el cuerpo astral y el etérico se traduce en lo superior y elevado, es decir, sobre las formas del hombre superior y divino, por la adquisición de facultades nuevas.

Es así como, por ejemplo, la operación de Manas sobre el cuerpo etérico se transforma en luz y fuerza para su ser espiritual (Budhi). Y la presión que ejerce sobre su cuerpo físico se transforma en luz y en fuerza para su espíritu divino (Atma). Es así como toda evolución humana se resume, pues, en la transformación de los cuerpos inferiores por la acción del Yo superior. Nuestra etapa actual consiste en la transformación del cuerpo astral, que corre parejas con la dominación y subyugamiento de las sensaciones y su purificación.

El cuerpo astral del hombre actual, es oscuro en su parte inferior, y claro y bien coloreado en su parte superior. La parte inferior no ha sido aún transformada por el yo. La superior ya ha sido penetrada y organizada por él. Cuando el hombre ha elaborado totalmente su cuerpo astral, se dice que lo ha transformado en Manas. Sólo entonces comienza el trabajo sobre el cuerpo etérico. Y hay una buena razón para que sea así.

Todo cuanto ocurre en el cuerpo astral es de naturaleza efímera, mientras que la que ocurre en el cuerpo etérico deja una huella indeleble, que se imprime como un sello definitivo en el cuerpo físico. La iniciación superior consiste en dominar todos los fenómenos del cuerpo físico, controlándolos completamente y haciéndolos obedecer rígidamente a la voluntad. En la medida en que el iniciado la logre poseerá Atma, es decir, que se convierte en mago y adquiere poderes sobre la naturaleza.

La diferencia entre la iniciación Oriental y la Occidental consiste en el método por el cual el Maestro conduce al discípulo a trabajar sobre su cuerpo etérico. Para podernos dar cuenta de la cuestión es necesario que tengamos en cuenta la diferencia que existe entre el estado de sueño y el de vigilia. Durante el sueño el cuerpo astral se desprende parcialmente del cuerpo mental y permanece hasta cierto punto en inactividad, mientras que el cuerpo etérico continúa su trabajo vegetativo.

Al producirse la muerte, el cuerpo etérico se desprende completamente, conjuntamente con el astral, del cuerpo físico. En este cuerpo etérico, portador de la memoria, reside el recuerdo de la vida, y precisamente en el momento mismo en que se desprende ve el moribundo toda su vida como en un solo cuadro. En cuanto el cuerpo etérico sale del cuerpo físico se torna muchísimo más impresionable, ya que entonces no está oprimido por su contenido físico.

Ahora bien, la Iniciación Oriental consistía en hacer salir artificialmente el cuerpo etérico y el astral del discípulo, durante el letargo que debía durar ritualmente tres días. Durante este tiempo el Hierofante dirigía el cuerpo etérico del discípulo, trasmitiéndole impulsos, sugiriéndole la sabiduría, la que quedaba depositada en él como una impresión poderosa e imborrable. El iniciado, al despertar, encontraba en sí mismo toda esa sabiduría, porque el cuerpo etérico encierra la memoria del hombre, y conservaba esta sabiduría, que era la de la Doctrina Oculta, pero que llevaba consigo el sello indeleble y personal del Hierofante. Después de haber sufrido esta iniciación, se decía, del que había sido iniciado, que había nacido dos veces. Se procedía así porque hubiera sido muy difícil de otra manera comunicar las verdades superiores. Sin embargo, las cosas ocurren muy diferentemente en la Iniciación Occidental.

Difiere de la Iniciación Oriental en que ésta se realiza durante el sueño, mientras que la Occidental se realiza durante la plena vigilia, evitando la separación entre el cuerpo etérico y el físico. Durante la iniciación occidental el iniciado permanece siempre independiente y el Maestro no es más que quien lo despierta. El Maestro occidental no quiere ni dominar ni convertir: solamente cuenta lo que ha visto. ¿Cómo hay que escuchar? Hay tres maneras de escuchar: Escuchar sometiéndose a la palabra como a una autoridad infalible; escuchar con sentido crítico, rebelándose contra lo que se oye; escuchar sencillamente, sin fe servil y ciega y sin oposición sistemática, dejando obrar a las ideas y observando sus efectos.

Así debe ser, en la iniciación occidental, la actitud del discípulo con respecto a su Maestro. En cuanto al iniciador sabe perfectamente que para ser Maestro es necesario convertirse en servidor. Para él se trata no de modelar el alma de su discípulo a su imagen y semejanza, sino de adivinar su enigma y resolverlo. Lo que El enseña no es un dogma, o si es dogma no tiene valor más que como principio de evolución. Toda verdad que a la vez no sea una fuerza vital, es una verdad estéril. Por eso es necesario que todo pensamiento llegue al alma, y ningún pensamiento llega al alma si no está impregnado por el sentimiento. Entonces es un pensamiento que ya ha nacido muerto: es un aborto.

Lo que conviene establecer antes de seguir más adelante, es que el Yoga o iniciación no es un acontecimiento tumultuoso, sino un desenvolvimiento lento, un cambio de los más íntimos. Por lo general uno se figura que se trata de una serie de manipulaciones externas o prácticas ascéticas, pero no hay nada de eso. Todo debe ocurrir en las profundidades del alma. Hablaremos de las reglas prácticas de este desenvolvimiento. Se dice que el principio de la iniciación era peligroso y que el que lo emprendía se exponía a serios peligros. En esto sí hay algo de cierto, y trataremos de explicarlo científicamente.

La iniciación yoga, es una especie de alumbramiento del Alma superior que existe latente en todo ser humano, y esta iniciación presenta para el alma inferior, o más exactamente, para el cuerpo astral, peligros análogos a los del alumbramiento físico, con este parecido, además, que el Alma Divina sale dolorosamente del alma pasional, como el niño del seno de su madre, y esta diferencia, que el alumbramiento espiritual dura muchísimo más tiempo.

Empleamos aún otra comparación. El Alma Superior está estrechamente ligada al alma animal. Su fusión es lo que atempera las pasiones. Las espiritualiza y las domina, según el grado de inteligencia y de voluntad. Esta fusión tiene una ventaja para el hombre. Pero esta ventaja se obtiene al precio de la clarividencia que se pierde. Imaginémonos un líquido verde, compuesto químicamente de azul y amarillo. Si podemos disociar el líquido químicamente, el líquido amarillo se irá al fondo, mientras que el azul pasará a la superficie. Y otro tanto ocurre en el hombre cuando el Yoga separa el alma animal del Alma Espiritual. El Alma Espiritual obtiene la clarividencia, por el alma animal, que queda sola, y si no ha sido todavía purificada por el yo, se entrega sin control al exceso de sus pasiones. Y este es el hecho que puede comprobarse frecuentemente en los médiums. Contra este peligro terrible se previene a veces a los iniciados con estas palabras: el Guardián del Umbral.

Por eso, como primer requisito, se exige que el iniciado sea de un carácter firme y un hombre completamente dueño de sus pasiones. El Yoga debe, pues, ir precedido de una disciplina severa y de ciertas condiciones, la primera de las cuales es la calma y la soledad. La moral ordinaria no es suficiente, porque no se refiere más que a la conducta del hombre en el mundo externo mientras que el Yoga se refiere al hombre interno. Si se nos dijera: la piedad basta, contestaríamos: la piedad es una hermosa virtud, una virtud necesaria, pero nada tiene que hacer con el desenvolvimiento oculto. La piedad sin la sabiduría es impotente. Para el Ocultista, para el verdadero Iniciado, se trata de cambiar la dirección de la corriente de su vida. El hombre actual está determinado e impulsado en todos sus actos por las sensaciones, es decir, por el mundo exterior. Todo lo que está determinado por el lugar o el tiempo nada significa. Hay que sobrepasarlos. ¿Qué medios se emplean para lograr tal fin?

1º Fijar el pensamiento en un solo objeto y sujetarlo allí. Esto se llama adquirir el dominio del pensamiento.

2º Operar de la misma manera en todos los actos, grandes y chicos: dominándolos, regulándolos y colocándolos bajo el dominio de la voluntad. Todos los actos deben ser el resultado de una iniciativa interior. Esto es el dominio de las acciones.

3º Equilibrio de ánimo. Es necesario lograr la moderación en el dolor y en el placer. Goethe dice que el alma que ama tan pronto está alegre, tan pronto triste, hasta la muerte. El ocultista debe soportar con la misma ecuanimidad el dolor más grande o la alegría más intensa.

4º Optimismo. El estado de ánimo que consiste en tratar de ver siempre el lado bueno de las cosas. En todas partes, hasta en el crimen y en lo absurdo, hay algo de bueno. Una leyenda persa relata que al pasar el Cristo frente al cadáver de un perro sus discípulos se echaron atrás con horror, mientras que el Cristo mismo, después de haber contemplado este repugnante espectáculo, dijo simplemente: ¡Qué lindos dientes!

5º La confianza. La apertura del espíritu ante todo nuevo fenómeno, el no dejarse determinar por el pasado en sus juicios.

6º El equilibrio interior, que resulta de todos estos medios preparatorios. Entonces se encuentra uno maduro para el ejercitamiento interior del alma. Ya está pronto para emprender el sendero.

7º La meditación. Es necesario volverse ciego y sordo con respecto al mundo externo y sus recuerdos, hasta el punto de que un cañonazo no logre perturbarnos. Cuando uno ha logrado hacer el vacío entonces puede recibir en sí mismo lo que viene del interior. Entonces hay que despertar al alma profunda mediante ciertas ideas que la harán remontar hacia su fuente.

En el libro «Luz en el Sendero» se encuentran cuatro sentencias propias para ser empleadas como temas de meditación, de concentración interior. Son sentencias antiquísimas, que han sido empleadas por los iniciados durante siglos enteros y cuyo sentido es profundo y múltiple.

«Antes de que los ojos puedan ver, deben ser incapaces de llorar.
«Antes de que el oído pueda oír, debe haber perdido la auditividad.
«Antes de que la voz pueda hablar en presencia de los Maestros, debe haber perdido el poder de herir.
«Antes de que el alma pueda erguirse en presencia de los Maestros, es necesario que lave sus pies en la sangre del corazón».
Estas cuatro sentencias tienen un poder mágico. Pero, para sentirlo, es necesario dejarlas vivir dentro de sí mismo, sin cansarse, como una madre que ama a su hijo.Este primer ejercitamiento tiene el poder de desarrollar el cuerpo etérico y muy particularmente su parte superior, que corresponde a la cabeza.

Después de haber tratado así la parte superior del cuerpo etérico, es necesario desenvolver una parte más profunda del ser: el sistema sanguíneo y respiratorio, el corazón y los pulmones. Antiguamente, en lejanas épocas de desenvolvimiento terrestre, el hombre vivía en el agua y respiraba por branquias, como los peces de la actualidad. Los libros sagrados de la antigüedad señalan el momento en que el hombre comenzó a respirar aire diciendo, como en el Génesis: «Dios dio su aliento al hombre». El discípulo tiene entonces que cambiar su sistema de respiración y purificarlo. Todo desenvolvimiento va del caos a la armonía, de la aritmia a la euritmia. El hombre tiene que hacer que sus instintos sean rítmicos.

En la antigüedad los diversos grados de iniciación eran designados por nombres particulares.

Primer grado: El cuervo, el que está en el umbral. El cuervo es un ave que aparece en todas las mitologías. En la «Edda» murmura en el oído de Votan lo que ve a lo lejos.

Segundo grado: Estudiante secreto u ocultista.

Tercer grado: El Guerrero, la lucha, el combate.

Cuarto grado: El león (la fuerza).

Quinto grado: El Iniciado lleva el nombre del pueblo al que pertenece: Persa, Griego, Israelita, etc, porque su alma se ha expandido hasta comprender la de todo su pueblo, país o nación.

Sexto grado: El Héroe Solar, el Heraldo o Corredor del Sol, porque su marcha se ha tornado tan armoniosa y rítmica como la del sol. El sol representaba el movimiento o el ritmo vivificador del sistema planetario. La leyenda de Icaro se refiere a la Iniciación. Icaro trató de alcanzar el sol demasiado pronto, sin preparación suficiente, y por eso cayó.

Séptimo grado: El Padre, porque ya es capaz de crear discípulos y convertirse en protector de todos los hombres, siendo a la vez el padre del nuevo hombre, dos veces nacido en el alma resucitada.

En el curso de la meditación, el pensamiento purifica el aire; podría hasta comprobarse químicamente y demostrar que entonces se expele ácido carbónico en mucha menor cantidad. El nuevo ritmo de la respiración produce un cambio en la sangre. El hombre se purifica hasta el punto de poder reconstruir su propia sangre sin el auxilio de las plantas. La prolongada actitud meditativa cambia la naturaleza de la sangre. El hombre exhala entonces menos cantidad de carbono, ya que lo retiene en sí mismo y lo utiliza en su estructura corporal. Ya no exhala más que aire puro. El hombre se vuelve así capaz de vivir en su propio aliento. Y en esta forma se realiza la transmutación alquímica.

¿Cuáles son las etapas superiores del Yoga?

Primera etapa: El iniciado encuentra la calma en su alma. Entonces surge en él la visión astral, donde todo es simbólicamente la imagen de la realidad. Esta visión astral, percibida durante el sueño, es todavía incompleta.

Segunda etapa: Los sueños dejan de ser caóticos y se vuelven regulares. Entonces comienza a comprenderse la verdadera relación entre el simbolismo de los sueños y la realidad: se vuelve uno señor de lo astral. Entonces la Luz Astral, que brota del interior, se despierta en el alma que aprende a ver a las otras almas como realidades.

Tercera etapa: La continuidad de la conciencia va estableciéndose entre el estado de vigilia y el estado de sueño. Antes la vida astral se reflejaba en los sueños durante el sueño liviano, pero ahora aparecen en el sueño profundo otras concepciones que son puramente auditivas y que se manifiestan en forma sonora. Entonces el alma comienza a sentir la voz (El Verbo) interior de todos los seres en forma de maravillosa armonía.

Esta armonía es la manifestación de la vida real. Platón y Pitágoras llamaron a esta armonía la música de las esferas. No era una metáfora poética, sino la vibración profunda del alma íntima bajo las ondas sonoras que emanaban del alma del mundo. Goethe, que fue iniciado en su juventud entre el período de Leipzig y de Strasburgo, conocía esta armonía de las esferas. Y, a principios del Fausto, la canta cuando pone en labios del ángel Rafael las siguientes palabras:

«El sol vibra en el cielo;

«Las esferas fraternales resuenan

«Y prosigue su curso infalible,

«Mientras su voz rueda como un trueno».

Durante el sueño profundo, el iniciado escucha estos sonidos como si fuera el sonido de trompetas o el rugido de los truenos.

Édouard Schuré - Involución y Evolución

 

CUARTA LECCIÓN 
Existe un fenómeno de la vida física que nadie ha explicado exotéricamente: esa vida caótica ligada al estado de sueño, que nosotros llamamos «ensueños». ¿Qué es el ensueño? La supervivencia de una actividad que remonta a un período prehistórico. Para comprenderlo por analogía, consideraremos ciertos fenómenos que ya no pertenecen a la vida física, o sea, ciertos órganos que no sirven para nada; organismos rudimentarios con los cuales el naturalista no sabe qué hacer.

Así son, por ejemplo, los órganos motores de la oreja, que hoy ya no sirven, el apéndice, y particularmente la glándula pineal que se encuentra en el cerebro y que tiene la forma de una minúscula yema de pino. Los naturalistas tratan de explicarla como una degeneración o una vegetación parasitaria del cerebro. Es inexacto. En las producciones duraderas de la Naturaleza no hay nada inútil. Y la glándula pineal es la que queda de un órgano que en el hombre primitivo tenía la mayor importancia: un órgano de percepción, una especie de cerebro externo, que servía a la vez de antena, de ojo y de oreja. Este órgano ha existido en el hombre en su período rudimentario, en la edad en que la tierra semilíquida y semivaporosa, estaba todavía unida a la Luna. En este elemento que en parte era líquido y en parte gaseoso, el hombre nadaba como un pez y se dirigía merced a dicho órgano. Sus percepciones tenían un carácter visionario, alegórico. Las corrientes cálidas evocaban en él la impresión de un rojo brillante y de una sonoridad fortísima. Las corrientes frías, por el contrario, evocaban en él colores verdes y azules y sonoridades argentinas fluidas.

La glándula pineal, que estaba muy desarrollada en el hombre primitivo, tenía un papel capital. Pero con la mineralización de la Tierra fueron apareciendo otros órganos sensibles y en la actualidad dicha glándula no parece tener ningún objeto aparente. Comparemos con este órgano el fenómeno del sueño. El sueño es una función rudimentaria de nuestra vida, aparentemente sin utilidad y sin objeto. Pero en realidad es una función atrofiada, función que nos llevaba a contemplar el mundo en forma muy distinta a la en que lo hacemos.

Antes de que la Tierra se metalizara, no podía ser percibida sino astralmente. Toda percepción no es más que relativa y simbólica. La verdad central es perceptible para el hombre divino e inefable. Se refiere a aquello que Goethe expresara maravillosamente en estas palabras: «Todo lo que pasa no es más que un símbolo». Y la visión astral, que es la del sueño de nuestros días, es igualmente una alegoría y un símbolo. Tomemos como ejemplo los sueños provocados por causas físicas y corporales. Un estudiante sueña que un camarada le ha dado un golpe a la entrada del curso, de lo cual resulta un duelo en el cual es traspasado. Entones se despierta y comprueba que la causa del sueño fue una silla que se cayó. A esta clase de sueños pueden referirse, el sueño de Descartes referente a la pulga y el de la máquina infernal de Napoleón. Se siente en sueños el golpeteo de los cascos de un caballo que trota, lo que ha sido provocado por el tic-tac de un reloj. Una mujer sueña con un pastor que está predicando y que tiene alas: es un sueño provocarlo por un gallo que canta batiendo las alas.

Si hay en el sueño percepciones que vienen del cuerpo, hay también otras que vienen del mundo astral y del mundo espiritual y estas percepciones son generalmente el origen de los mitos. Los sabios atribuyen actualmente el origen de los mitos a la interpretación poética de los fenómenos naturales, pero cualquiera que se moleste en estudiar el origen de la aparición de estas leyendas, aun en nuestros días, podrá comprobar que no son creadas así. Los mitos y las leyendas no son otra cosa que visiones astrales que luego la tradición ha revestido, transformado y desarrollado.

He aquí un ejemplo: La leyenda eslava de la Mujer del Mediodía. Cuando los campesinos que trabajan en la cosecha bajo el pesado calor veraniego, no entran en sus casas a mediodía, sino que se quedan durmiendo en la tierra afuera, entonces se les aparece una mujer que les propone una serie de enigmas. Si el o la durmiente puede resolverlos, entonces se despiertan libres, pero si no la mujer los mata, los corta en dos pedazos con una guadaña. Agrega que este fantasma puede ser conjurado recitando un padre nuestro al revés. El Ocultismo, por su lado, nos enseña que esta mujer del Mediodía no es más que una forma astral, una especie de íncubo que se aparece durante el sueño y oprime al hombre.

El padre nuestro invertido no es otra cosa que una traducción de lo que ocurre en el mundo astral, esto es, que todo se refleja en orden invertido, como en un espejo. Ludwig Lestener, en su obra «Das Ratsel des Sphinx» hace la observación de que el origen de la leyenda de la esfinge se encuentra en todos los pueblos. Y demuestra además que todas estas leyendas provienen de un estado o sueño superior, en el cual se perciben estas realidades y que la esfinge es un verdadero demonio. Los mitos no son otra cosa que el mundo astral contemplado en visiones simbólicas.

Históricamente la creación mítica desaparece cuando se desarrolla la vida lógica e intelectual. Pero es una ley oculta que en cada nuevo peldaño de la evolución vuelva a encontrarse un elemento del pasado. Las antiguas facultades, atrofiadas en el ser humano, supervivencias de períodos pasados, desempeñan en nuestra vida el papel de fragmentos conservados con el fin de producir desenvolvimientos ulteriores, como la levadura opera en la masa del pan. Y es así como la facultad de soñar de la humanidad actual engendrará una fuerza de percepción nueva, de percepción astral y espiritual.

El hombre actual no vive sino por los sentidos y la inteligencia que elabora las sensaciones de esos sentidos. El hombre futuro vivirá por el intelecto despertado a la plena conciencia que abarcará simultáneamente el mundo astral. El trance del sujeto hipnotizado y del médium no es más que un fenómeno atávico, ligado a la declinación de la conciencia. El clarividente, el iniciado, no es un desequilibrado ni un visionario. Posee ya el grado de conciencia que tendrán los hombres del futuro; está también sólidamente anclado a la tierra como el hombre más positivista y su razón es igualmente clara y segura. Pero su mirada penetra en ambos mundos. Es una ley de la evolución que ciertos órganos se atrofian para tomar en seguida una nueva importancia.

La glándula pineal está, fisiológicamente en cierta relación con el sistema linfático. Esta glándula era el órgano de percepción externo, y todavía puede verse en el recién nacido, en la bóveda del cráneo, un punto blando que recuerda la constitución del hombre en el tiempo de dicha percepción. El sueño desempeña en nuestra vida intelectual un papel semejante al que desempeñaba la glándula pineal en la fisiología del cuerpo humano.

Édouard Schuré - Dios, el Hombre, la Naturaleza

 

TERCERA LECCIÓN
Uno de los principios más profundos del Ocultismo, fundado en la gran ley de las analogías, es que la Naturaleza nos revela lo que pasa en nosotros. Para dar un ejemplo resaltante y típico, aunque completamente ignorado por la ciencia oficial, de esta ley, mencionaremos el de la piedra filosofal. Los Rosacruces la conocían muy bien. Ya en un diario alemán de fines del siglo XVIII, se hace cuestión acerca de esta piedra. Se habla de ella como una cosa real y se dice: «Cada uno la toca a menudo sin saberlo,» y esto es absolutamente verdad al pie de la letra.

Todo el mundo sabe que el hombre aspira oxígeno y exhala ácido carbónico, lo que, para la ciencia del Yoga tiene un sentido físico y espiritual. El hombre no puede aspirar ácido carbónico para alimentarse, porque moriría en seguida. Sin embargo, las plantas viven con él. Las plantas renuevan el aire y lo tornan respirable y retributivamente el hombre y los animales suministran a las plantas el ácido carbónico con el que ellas se nutren. ¿Qué hace la planta con el ácido carbónico que absorbe? Construye su propio cuerpo. Ahora bien, sabemos perfectamente que el cadáver de la planta es hulla, el carbón de piedra. La hulla no es más que el ácido carbónico cristalizado.

La sangre roja, al fijar el ácido carbónico, se convierte en sangre azul, que necesita ser renovada por el oxígeno; porque no puede servirse del ácido carbónico para construir el cuerpo. Los ejercicios del Yoga son un ejercitamiento especial que hace al hombre capaz de convertir la sangre roja en constructora del cuerpo. Y es así como el Yoga fabrica su cuerpo con la sangre de la misma manera que la planta fabrica el suyo con el ácido carbónico. Vemos, pues, que el poder de transmutación que existe en la Naturaleza está representado por la hulla que es una planta cristalizada. Y la piedra filosofal, en su sentido más general, significa precisamente ese poder de transmutación.

La ley de la Regresión es cierta y verdadera para todos los seres, lo mismo que la ley de la Ascensión. Los minerales son plantas degeneradas; las plantas son antiguos animales, y el hombre (física y corpóreamente considerados) y los animales tienen un antecesor común. El hombre ha subido, el animal ha descendido. En cuanto a la parte espiritual del hombre, éste proviene de los Dioses. En este sentido el hombre es un Dios degenerado y el verso de Lamartine es cierto literalmente: «L’Homme est un Dieu déchu qui se souvient des cieux». (El hombre es un Dios caído que se acuerda del cielo).

Hubo una época en que todo vivía en la Tierra en una vida semivegetal y semianimal. La Tierra misma era un conjunto viviente y constituía algo así como un gran animal. Todo su suelo estaba formado como por una sustancia análoga a la turba, de donde brotaban bosques gigantescos, que más tarde se convirtieron en hulla. En esa época la Tierra y la Luna no formaban más que un solo astro. La Luna representaba el elemento femenino de la Tierra.

Hay seres que se han quedado retrasados en el camino, que han permanecido en una etapa inferior de la evolución. El muérdago, por ejemplo, es un testigo de dicha época, un sobreviviente del género de plantas parásitas que vivían entonces sobre la tierra, como ahora viven sobre otros vegetales, de ahí sus virtudes ocultas especiales, que los Druidas conocían, por cuyo motivo la convirtieron en su planta sagrada. El muérdago parásito es un sobreviviente de la época lunar del Globo Terrestre, es parásito, porque no ha aprendido, como las demás plantas, a vivir directamente sobre el reino mineral.

La enfermedad es algo análoga. Es causada por una regresión de los elementos parasitarios del organismo. Los Druidas conocían esas relaciones entre el muérdago y el hombre, de lo cual pueden notarse ciertas referencias en la leyenda de Baldour. El muérdago da muerte a Baldour, porque esta planta es un elemento hostil de la época precedente que no forma cuerpo ya con el hombre. En cambio, las otras plantas, adaptadas en la época, le habían jurado amistad. Cuando esta tierra vegetal se convirtió en mineral, adquirió por los metales una nueva propiedad, la de reflejar la luz. Un astro no se torna visible en el cielo hasta que se ha vuelto mineral. En el cielo existen multitud de mundos que nuestro ojo físico no puede percibir y que sólo son visibles para los clarividentes.

Tanto la tierra como el cuerpo físico del hombre se han mineralizado, pero la característica del hombre es que existe en él un doble movimiento, y mientras el hombre físico ha descendido, el hombre espiritual ha ascendido. San Pablo ha explicado esta verdad, declarando que hay una ley para el cuerpo y otra para el espíritu. Así como el hombre aparece a la vez como un fin y como un principio.

El punto vital, el punto de intersección y de retorno en la ascensión humana, fue el tiempo de la separación de los sexos. Hubo un tiempo en que ambos sexos estaban reunidos en el ser humano. El mismo Darwin ha reconocido la posibilidad de esta hipótesis. Al separarse los sexos surgió un elemento nuevo, trascendental e inmenso: el amor. La atracción del amor es tan poderosa y misteriosa, que las mariposas tropicales, de sexos diferentes, traídas a Europa, aclimatadas a doscientas leguas las unas de las otras, al ser puestas en libertad en el aire, volaron hasta reunirse a mitad del camino.

Algo semejante ocurre entre el mundo humano y el mundo divino, así como entre el Reino Humano y el Reino Animal. El oxígeno y el ácido carbónico son la aspiración y la expiración del hombre. Y así como el Reino Vegetal exhala el oxígeno, así también la humanidad exhala amor, después de la separación de los sexos, y de los efluvios de ese amor viven los dioses. ¿Por qué tanto el animal como el hombre exhalan el amor?

El ocultista ve en el hombre actual un ser en plena evolución. El hombre es a la vez un dios caído y un dios en potencia o en desarrollo. El Reino de los Cielos se nutre con los efluvios del amor humano. La antigua Grecia trató de expresar esta realidad con el mito del néctar y de la ambrosía. Sin embargo, los dioses están por encima del hombre y su tendencia natural sería más bien la de comprimirlo. Pero hay algo entre el hombre y los dioses, un ser intermediario, como el muérdago entre la planta y el animal. Este es Lucifer y el elemento luciférico. Los dioses no tienen otro interés que el amor de los hombres. Cuando Lucifer, bajo en la forma de serpiente, quiso inducir al hombre a buscar la ciencia, Jehová se negó. Pero Lucifer es un dios caído que no podrá elevarse de nuevo sino por intermedio del hombre, insuflándole el deseo de un conocimiento personal. Es él quien se opone a la voluntad de Dios, que había creado el hombre «a su imagen».

Los Rosacruces explican el papel de Lucifer en el mundo. Este punto lo trataremos más adelante. Por el momento bastará con que recordemos aquí esta sentencia fundamental de nuestra Orden: «Oh, Hombre debes saber que a través de ti pasa una corriente que sube y otra que baja».