domingo, 3 de dezembro de 2017

Otto Rahn y la Corte de Lucifer


Rahn nació en Michelstadt en 1904. Desde su primera juventud ambicionó ser un gran escritor y en 1930 viajó a París, para continuar su tesis doctoral sobre el poeta Wolfram von Eschenbach (1170-1220).

Fue su curiosidad por su obra Perceval la que le llevó al mundo cátaro, al aludir a la existencia del Grial en un lugar llamado Mountsalvatsche, bajo la influencia de El cuento del Grial, del escritor francés del siglo XII Chrètien de Troyes. A su vez, Richard Wagner (1813-1883) se inspiró en Perceval al escribir su drama Parsifal, que situó la leyenda del Grial en Montsalvat, en los Pirineos. Se abrió así una brecha que condujo a Rahn a identificar Mountsalvatsche y Montsalvat con el Montségur occitano y a los cátaros con los custodios del Grial.

Instalado en la capital francesa con pocos recursos, Rahn frecuentó medios bohemios esotéricos que avivaron su interés por el Catarismo. Estaba convencido de que existía una conexión entre el movimiento Cátaro y los romances sobre el Grial.

Rahn, sin embargo, tuvo que regresar a su país al ser sospechoso de practicar espionaje (aunque sus erráticas andanzas no parecen corroborarlo) y en 1933 plasmó sus tesis sobre los cátaros en Cruzada contra el Grial. Conoció entonces una lenta aproximación al entorno de Himmler que le animó a seguir sus indagaciones. Una vez más, es difícil dilucidar las claves de la carrera de Rahn en medios hitlerianos, aunque sabemos que contó con el beneplácito del influyente Karl Maria Wiligut, afamado “ariosofista” (nacionalista que preconizaban la existencia de una antigua raza aria) y manifestaba tener una “memoria ancestral” que le permitía captar las andanzas de sus antepasados teutones miles de años atrás. Sus teorías se ganaron la confianza de Himmler, que le convirtió en asesor de la Anhenerbe (“Memoria ancestral”), una entidad de las SS que debía rastrear huellas arias a través del planeta en la que convergieron expertos como Rahn y Wiligut.

Rahn formó parte de este tinglado en el que sus teorías sobre el Grial –como era de preveer- hallaron un campo fértil para arraigar y dar un paso adelante: “germanizar” el catarismo. En 1937 Rahn lo hizo en La corte de Lucífer, complaciendo a Himmler hasta el punto de que éste regaló a Adolf Hitler una lujosa edición de la obra por su cumpleaños.

En ella Rahn exponía que los cátaros no consideraban a Lucífer el maligno, sino todo lo contrario. Le percibían como Luzbel, el portador de la Luz, y le asimilaban con el Norte, diferenciándole del maligno Satán, identificado con el Sur. En esta cosmovisión, el Grial era una piedra preciosa caída de la Corona de Lucífer de la que la Iglesia se había apropiado y convertido en símbolo cristiano (el cáliz que sostiene Jesús). Asimismo hizo al monasterio benedictino de Montserrat depositario del Santo Grial. Ateniéndonos a lo expuesto, no es de extrañar la célebre visita que Himmler y su séquito realizaron al cenobio catalán en octubre de 1940.


En este aspecto, la visión de los “perfectos” de Rahn sintonizaba con las teorías raciales hitlerianas, ya que la cruzada anticátara se insertaba en un intento de los hombres del Sur por asaltar al Norte y acabar con los cátaros, que conservaban una memoria ancestral de sus orígenes nórdicos.

Gran alegría me causó en especial un libro alemán publicado hace setenta años. 
Lleva el título de Caesarius von Heisterbach. El autor lo designa como un aporte a la historia de la cultura de los siglos XII y XIII. Quizás en mi próximo libro anteponga una frase del Evangelio de san Juan que hallé en él:  
¡Une los fragmentos para que nada perezca!
“Mis antepasados remotos fueron paganos, y los recientes, herejes.
Para exculparlos voy recogiendo los trozos que Roma desdeñó como sobras"  
- Otto Rahn, La Corte de Lucifer -
Los herejes amaban el firmamento, creían firmemente que después de la muerte tendrían que ir acercándose a la divinidad de estrella en estrella, cumpliendo las etapas de deificación. Por la mañana rezaban hacia el sol del levante; al ocaso dirigían su mirada, devotamente, hacia el sol del poniente. Por la noche se dirigían a la argéntea luna o al norte, porque el Norte les era sagrado.

En cambio consideraban al sur como una morada de Satán. Satán no es Lucifer, pues Lucifer significa portador de luz. Los cátaros tenían otro nombre para él: Luzbel. No era el Maligno. Con el negativo los judíos y los papistas lo degradaban. En lo referente al Grial, como es la opinión de tantos, debe de haber sido una piedra caída de la corona de Lucifer (Lapis Exilis).

Así la Iglesia, al pretenderlo para sí, hacía de algo luciferino algo cristiano. Si la montaña de Montségur es la Montaña del Grial, entonces ha sido Esclarmonde la Señora del Grial. Después de su muerte, de la destrucción de Montségur y del exterminio de los cátaros, quedaron abandonados el Castillo del Grial y el propio Grial. La Iglesia, conscientemente, con la cruzada contra los albigenses llevó a la práctica una guerra de la Cruz contra el Grial, y no dejó escapar la oportunidad de volver a apropiarse de un símbolo de creencia no eclesiástico para poder ponerlo al servicio de sus fines. No satisfecha con esto, declaró al Grial como el cáliz en el que Jesús les ofreció la cena a sus discípulos, el mismo que recogería su Sangre en el Gólgota. Incluso concedió al convento benedictino de Montserrat, que está al sur de los Pirineos, ser el templo del Grial.

Los Cátaros, llamados a menudo luciferinos por los inquisidores, habían custodiado la luciferina piedra del Grial, al norte de los Pirineos. Más tarde, la Iglesia afirmó que al sur de la misma montaña, el Grial ya estaba en poder de sus monjes católicos, haciéndolo pasar por una reliquia de Jesús, el Triunfador sobre el Príncipe de las Tinieblas.

Los cátaros interpretaron la "caída" de Lucifer como la "suplantación ilegítima del hijo primogénito, Lucifer, por el Nazareno".

No somos expertos en la Biblia y tampoco queremos llegar a serlo. Pero es inevitable que advirtamos, a simple vista, como ya lo hicieron los cátaros en su momento, que el Antiguo y el Nuevo Testamento hablan de dos dioses diferentes, aunque, por cierto, piensen en uno solo y el mismo.

“El Antiguo Testamento –nos informa Otto Rahn- anatematizó a la ‘hermosa estrella matutina’; el Nuevo Testamento, en cambio, revela en el Apocalipsis según San Juan que un determinado ‘rey y Ángel del Abismo’ tiene ‘en griego el nombre de Apolión, más conocido entre nosotros como Apolo, es un “Ángel de los Abismos y Príncipe de este mundo, es el ¡Apolo luminoso!”

Otto Rahn, descifrando la doctrina secreta de los cátaros, asevera que “...la Estrella Matutina del Antiguo Testamento y el Apolión del Nuevo Testamento son uno solo”.

Esta opinión se sostiene, además, “...en el hecho de que en el espacio griego de la Estrella Matutina Fósforos... se la considera la acompañante permanente, anunciadora y representante del solar Apolo, máximo portador de luz, y que al propio Apolo se le tiene como la bella ‘Estrella de la Mañana’, el Sol” 

Para nosotros es una evidencia que el Kristos de los Cátaros no tiene nada que ver con ese galileo crucificado en el gólgota.

Los Cátaros habrían interpretado la caída de Lucifer como una especie de “...suplantación ilegítima del hijo primogénito de Dios, Lucifer, por el Nazareno”. Pero, no fueron pocos los cátaros que, ignorando los secretos de los perfectis, “...creían que, en efecto, Lucifer hubiera sido por arrogancia y orgullo apartado del camino por el Dios Padre, al igual que el hijo perdido del Evangelio, y creyeron que el día del juicio caería de rodillas ante el Todopoderoso para pedir perdón”. Pero ciertamente estas creencias, constituían una excepción. 

“Este mito cosmogónico (no podría ser de otra manera), se basaba en que el mundo sería un lugar apartado de Dios y un lugar de sufrimientos, que solamente podría ser perfecto cuando el Dios-Espíritu eterno haya espiritualizado, divinizado y redimido al mundo, materia perecedera y sin espíritu. En aquellos herejes, que como se ha dicho, constituían la excepción, ya había hecho su efecto la influencia debilitadora de la creencia en la redención cristiana, aun cuando con vestimentas no romanas”

Por su parte, “...ya que los trovadores pertenecían, para la Santa Iglesia Católica de Roma, a los sirvientes del diablo, porque ellos habían escrito sobre sus estandartes la fidelidad al dios Amor; ya que ellos, como incontables ejemplos lo demuestran, cantaron maravillosos aires sobre una corona de Lucifer, podría ser -si aceptamos el lenguaje bíblico- que hayan dado una luciferina ‘corona de la Vida eterna’, y podría ser, si seguimos tejiendo los hilos en este sentido, que el dios Amor haya sido Lucifer en su más elevada persona. 

Esta suposición pasa a ser evidencia si atamos los nudos de otra manera. El dios Amor es el dios de la primavera. Apolo no lo es menos. Por lo que ambos, Amor y Apolo, son el dios de la primavera. 

El que vuelve a traer a su sitio la luz del sol, de acuerdo con esto, es portador de luz, un ‘Lucifer’.

Apolo no puede ser otro que Lucifer, al que los herejes provenzales llamaron Lucibel.