domingo, 3 de dezembro de 2017

Tradicion Hiperborea


Los Orígenes de Thule

Los mitos de la antigüedad guardan memoria de una antigua tierra mágica que explica el origen de la humanidad y de la antigua civilización de la Hiperbórea legendaria, Patria original de los arios. En el Tíbet, antes de ser invadido y destruido por el marxismo, en los templos eran guardados con celo viejos manuscritos que se referían a ese pasado hoy acallado por quienes dominan el mundo.

Los arios hindos nos dicen que el continente Ártico, hace milenios, era un lugar de clima templado y con una naturaleza generosa. Hiperbórea, tierra mágica liberada del tiempo del mundo, fue creada por una raza superior: los hiperbóreos. Su civilización participaba del conocimiento trascendente o espiritual y estaba formada por seres venidos de las estrellas de sangre pura, además de por semidivinos y por arios. Estos últimos se llamaban también “ariyas”, de donde proviene la palabra “ario”, que viene a decir “nacido dos veces” o “iluminado”

El origen de Hiperbórea se halla en los límites del tiempo, cuando en el cielo hubo una confrontación entre Jehová, dios del mundo material, y las huestes espirituales de Lucifer. En esta contienda cósmica se produjo la “traición de los Traidores Blancos”.  Mediante esta estrategia, encadenando la consciencia divina en el mundo, Jehová trata de dar entidad a su mundo ilusorio. Jehová necesita del elemento divino pero sometido a su designio.

En consecuencia, a raíz de esta situación, el espíritu quedó encadenado en la materia y el alma del mundo, dando lugar a una estirpe de semidivinos. Esta estirpe se hallará desde entonces entre dos mundos y en medio de una terrible confrontación cósmica. Tratando de ayudar a sus hijos semidivinos, los Dioses Blancos crean Hiperbórea, un territorio libre del mundo desde el que luchan para rescatar a los suyos de la cárcel de la materia.

Hiperbórea estaba situada más allá del océano boreal y aislada del mundo, según una versión del mito, por una muralla de constitución vítrea. En otras versiones la muralla mágica era de piedra, al estilo de las construcciones ciclópeas del mundo antiguo. Gracias a esta separación, la pureza racial no estaba amenazada y podían vivir en armonía. Cuando los dioses hiperbóreos hubieron de partir para retornar más allá de las estrellas, antes de marchar dejaron en la tierra un objeto especialmente sagrado: el Gral o Grial. Este objeto, la esmeralda de la Corona de Lucifer, tiene la virtud de permitir a los espíritus caídos mantener el vínculo con el mundo de los dioses.

Tras un cataclismo planetario, Hiperbórea desapareció y aquella eterna primavera ártica dio paso a un clima frío e inhabitable. Los descendientes de los arios que quedaron sobre la superficie de este planeta hubieron de emigrar hacia regiones más al sur. Así, los arios emigrarían fundando la legendaria civilización del Gobi, en el Asia y migrando también hacia Escandinavia. Los innumerables restos de fauna congelada en las islas árticas hoy inhabitables, como la isla de Vrangelja (Vrangel), al norte de Siberia, en pleno Océano Ártico, así como los yacimientos de carbón de las islas árticas como Spitsberg (Noruega), son la demostración de que en otro tiempo aquellas tierras polares, hoy inhabitables, fueron lugares de naturaleza exuberante. De esta manera, la Patria original de los arios sería sepultada por los hielos polares.

En su libro “Nos. Libro de la resurección”, el escritor chileno Miguel Serrano, rebusca el origen de los arios, llegando a la conclusión de que el Génesis de la biblia judía es un relato atlante adulterado. De hecho, se hallaría más cerca de la realidad lo que Platón dice en su Critias y en el Timeo. Serrano recurre a la mitología griega para referirse al origen del “hombre” explicando que “al principio, un hombre surgió de la tierra. Se llamaba Evénor y desposó a Leucippe. Tuvieron una hija, Clito. De ella se “enamoró” Poseidón”. Esto es, Poseidón, o una raza divina, vendría a cohabitar con las “hijas de los hombres” o las surgidas de la tierra, “enamorándose”, y cruzándose con ellas. De esta forma se engendraron los héroes semidivinos, no immortales ya. “En verdad, los dioses griegos son los héroes y reyes (semi-divinos) de la Atlántida-Hiperbórea. Poseidón y Clito dan a luz las cinco parejas de gemelos de los diez reyes de la Atlántida. Los Dioscuros, Castor y Pollux (Polo) son una de estas parejas. También lo sería Jasón. Por lo menos es un rey del Gral, como Heracles-Hércules”. Aquí, Miguel Serrano indica que el gemelo en cada una de las 5 parejas de reyes gemelos de la Atlántida, en lugar de una entidad material es el “doble” divino de un mismo “semidivino”. De esta manera, cada semidivino tendría en un mundo astral, paralelo, un doble divino. O también podríamos decir que cada semi-divino tiene dos naturalezas: una mortal y otra divina. Serrano llega a la conclusión de que “se desprende de todo esto que existen varias humanidades. La humanidad divina de los hiperbóreos, la semidivina de los héroes descendientes de los divinos mezclados y la de los animales-hombre, los sudra, los pasu, los esclavos de la Atlántida, tal vez los robots de la Atlántida que de algún modo sobrevivieron a su hundimiento. Platón nos cuenta la destrucción de la Atlántida, debiendo referirse a una catástrofe acaecida con mucha posterioridad a la inmensa tragedia de la que sólo hay memoria en el registro akásico del universo. De aquella no se salvan más que los divinos hiperbóreos en sus vimanas o “discos volantes”, yendo a otros astros. (¿a Venus, la estrella matutina?).

El eje de la tierra se desvía, nacen las estaciones, involuciona la Segunda Tierra. La Primera Tierra pasa a ser la Tierra Interior, "hueca”. Cuando los divinos retornan, tras edades (Lucifer es uno de sus jefes) encuentran todo cambiado. En la superficie hay seres extraños irreconocibles (Evénor, Leucippe, Clito)”.

Cuenta la leyenda que los divinos mezclaron su sangre con los “hijos de la tierra”, transfiriéndoles “fuego de los dioses” (que Prometeo entregara a los hombres), esto es, su sangre divina, y Lucifer y sus huestes entran en la Tierra Hueca, donde edifican el Reino de Agartha. También los Edda se refieren al mismo asunto del “Libro de Enoc” y del “Mahabharata”, presentando a los Vanes y los Ases como extraterrestres. Son los ángeles del “Libro de Enoc” que enseñan a los hombres la ciencia, el arte y la civilización. Los escritos antiguos nos hablan de un conflicto bélico legendario entre parientes de la misma sangre, los Ases y los Vanes, o los Pandavas y los Koravas de la Guerra del Mahabharata. Los Ases provienen del monte Elbruz, en el Cáucaso, y son guiados por Odín-Wotan con su hacha mágica. Los Vanes se hallan al norte. Atlas o Irmín sería un Vanes. De la unión de Ases y Vanes vendrían los germanos que guardan en su sangre la memoria de los ancestros hiperbóreos. Eurípides se refería a Hiperbórea como el “País del Ámbar” (la región báltica y el sur de Escandinavia), región situada al norte, de donde provendrían los arios. Así mismo, según Miguel Serrano, los Tuathas de Dannan de la leyenda irlandesa, son los mismos que los germanos identifican como los Ases, esto es, los extraterrestres descendidos de los astros.

En el citado Libro de Enoc aparece el relato en el cual Lamec, padre de Noé afirma: “He tenido un hijo diferente a los demás; no es como los hombres, sino que parece un hijo de los ángeles del cielo”. Robert Charroux, por su parte, sostiene la posibilidad de que Noé fuera un hiperbóreo, ya que su padre lo describe con “la carne blanca como la nieve y roja como la flor de la rosa, y su cabellera blanca como la lana; sus ojos eran hermosos...”. Y efectivamente, ése es el aspecto de los antiguos hiperbóreos.

Hay que memorizar, nos informa de nuevo el autor galo, que los nórdicos sitúan la patria de los hiperbóreos y su capital, Thule, en el extremo septentrión donde, se cree, debieron aterrizar los primeros seres llegados de las estrellas. Estos hiperbóreos, según germanos, celtas y las antiguas tradiciones, proporcionaron la raza de los hombres superiores que se hundió con su continente cuando se produjo el cataclismo mundial o el “hundimiento de la Atlántida”.

Agartha o Shambhala

 En el corazón del Asia, hallamos las montañas más altas del mundo y una inmensa meseta, el Tíbet, situada a una media de más de cuatro mil metros de altitud sobre el nivel del mar. La guerra mágica que movió los hilos de la historia hizo que las relaciones entre la Alemania nacionalsocialista y el Tíbet fueran más allá de la mera rutina diplomática. Durante el Tercer Reich, Alemania mantuvo en el Tíbet diversos delegados y observadores y la celebrada expedición SS de 1938-1939 realizó multitud de estudios sobre las más diversas cuestiones. Himmler trataba de verificar la hipótesis de que tras el hundimiento de la Atlántida, el Tíbet fue habitado por atlantes blancos y que en ese lugar del mundo aún es guardado el conocimiento de los antiguos y las entradas a su “reino subterráneo”.

En el Tíbet se conserva el mito ario que habla de reinos ocultos, pero principalmente subterráneos, conocidos como Agartha o Shambhala. Como hemos visto anteriormente, Belicena Villca señala que Agartha es el Reino Oculto de los Dioses Liberadores mientras que afirma que Shambhala es el Reino de los Dioses Traidores y de la Fraternidad Blanca, afecta a los planes de Jehová.

Existen otras tradiciones o interpretaciones que afirman que Shambhala sería la capital del Reino de Agartha de la misma manera que Thule es la capital de Hiperbórea.

Sir Edward Bulwer-Lytton, diplomático y miembro de la elitista Golden Dawn, escribió en 1871 una novela titulada “La raza futura”. En esta se narra la aventura de un pueblo superior (los Vril-ya) que emerge del reino subterráneo, en el cual se había exiliado tras un cataclismo en la superficie exterior de la tierra, y que dispone de una energía cósmica denominada vril. En dicha novela también se menciona la guerra entre razas y se considera a los habitantes de ese mundo subterráneo como descendientes de los arios originales. Según esta tradición viva en diversas partes del Asia, este pueblo vive en el interior de la tierra y es superior en todos los niveles, tanto en el desarrollo personal como en el desarrollo y los logros materiales, a los hombres de la superficie de la tierra. Además, se identifica con propósitos benéficos y estaría regido por el “Rey del mundo”, siendo depositario de legendarias civilizaciones desaparecidas, como Lemuria y la Atlántida. René Guenón, en su libro ”El rey del mundo”, examinó las diversas tradiciones religiosas que confirman esta idea, según la cual las culturas posteriores se nutren de un origen ario. Por otra parte, para algunos ocultistas, la esvástica es el gran símbolo del reino subterráneo, que sería recogido por las tradiciones iniciáticas orientales y occidentales; sobre todo, por el budismo y el hermetismo. En esta interpretación, dicho símbolo recrea la rotación del Universo en torno a un centro fijo generador del movimiento.

En esta misma línea en la que también se inscribe la célebre Mme. Blavatsky, se sitúan otros ideólogos que mostraron gran interés por Agartha y que despertaron el interés del nazismo. Durante el III Reich se enviaron diversas expediciones al Tíbet en busca de dicho reino subterráneo. Aún hoy continúa ejerciendo un gran poder de fascinación el documental “El secreto del Tíbet”, fruto de una expedición nazi al Tíbet, que sigue siendo un indiscutible testimonio de unos años en que el Tíbet era un lugar ignoto para el resto del mundo.

El propósito original de estas expediciones fue muy similar al que motivó la prevista expedición de Tiahuanaco, y se basaba en la creencia según la cual las montañas más altas del mundo podrían haber sido el refugio de una raza aria primigenia proveniente de la Atlántida tras el diluvio. Según el mito de Agartha los arios primigenios habrían creado reinos subterráneos en los que seguirían conservando los secretos antiguos. Esta idea vino avalada por el ingeniero Ferdynand Ossendowski, quien, en su libro “Bestias, hombres, dioses” (1920-1921), describe cómo en su huída de los bolcheviques a través de Asia central, tuvo noticia del reino subterráneo de Agarthi, lugar en que se habrían refugiado los supervivientes de grandes continentes hundidos y que sería la sede de un Señor del Mundo. Edmund Kiss se encargaría de vincular el mito de Agarthi o Agartha con la cosmogonía glacial de Hörbiger quien ya apuntaba a una relación entre la Atlántida y el techo del mundo (Tíbet).

La expedición alemana logró crear una actitud positiva respecto a Alemania por parte de los tibetanos. Bajo el lema del “Encuentro de la esvástica occidental con la oriental” lograron establecerse contactos políticos de alto nivel con el gobierno tibetano que se manifestaron, entre otros, en la declaración oficial de amistad que Qutuqtu de Rva-sgren, el regente tibetano, puso por escrito a la atención del “notable señor Hitler, rey de los alemanes, que ha conseguido hacerse con el poder sobre el ancho mundo”. También en el documental se ve una larga cola de tibetanos que acuden a ofrecer regalos a “los primeros alemanes que son recibidos aquí” (lo que no es del todo cierto, ya que Schäfer había participado anteriormente en dos expediciones al Tíbet realizadas por un equipo germano-estadounidense).

Nimrod del Rosario relata la conspiración urdida por Schäfer en su expedición al Tíbet sirviendo a los intereses de Shambhala. Su  expedición al Tíbet regresó con el Kangschur, un conjunto de sagradas escrituras tibetanas en 108 volúmenes. Además sus jefes, recibieron el ritual del Tantra Kalachakra. Dicho ritual es la “iniciación suprema” del budismo tibetano, pero, paradójicamente, puede ser administrada a profanos a precio de 120 $ (año 2001 en Barcelona por el Dalai Lama). Esta iniciación vincula a Shambhala en el momento de la lucha final entre las fuerzas del bien y del mal.

Entre los nacionalsocialistas que se aventuraron por las altas regiones del Himalaya y el Tíbet, encontramos en lugar preferente a Heinrich Harrer, quien narra sus aventuras en su libro “Siete años en Tíbet”. Harrer es detenido el 1 de septiembre de 1939 en la India, justo al empezar la guerra y finalmente, tras varios intentos, consigue fugarse del campo de concentración donde estaba detenido por los ingleses alcanzando el Tíbet el 17 de mayo de 1944. Gracias a los delegados alemanes que permanecían en Lasha, Harrer pudo establecer contacto con las autoridades tibetanas, llegando a convertirse finalmente en instructor y hombre de confianza del Dalai Lama.

Harrer estaba incorporado a la “Orden Negra” (la SS) desde 1938 y era miembro de los “wandervogel” o “pájaros errantes”. Este era un movimiento juvenil que predicaba el retorno a la naturaleza y un estilo de vida alejado de la dinámica urbana, y muchos de sus miembros eran montañeros y escaladores. Cuando los ingleses le detienen en la India, Harrer estaba junto a otros camaradas en una espedición para alcanzar la cumbre del Nanga Parvat (que en el idioma local quiere decir “Nuestra Montaña”), un “ocho mil” del Himalaya, de 8126 metros de altitud, en el actual estado de Pakistán. Un año antes, en 1938, cuando ya era un SS, Harrer y otros tres escaladores del mismo cuerpo, ascendieron por primera vez la cumbre del Eiger (Suiza) por la cara norte. La aventura se considera aún hoy en día una azaña del alpinismo. Durante los tres días que duró la ascensión Hitler estuvo informado de los progresos de la expedición y, tras su brillante resultado, quiso conocer a los protagonistas. Cuentan las crónicas que el Führer les recibió emocionado y les dijo: “Camaradas ¿qué habéis hecho?”, el propio Harrer contestó: “hemos escalado la cumbre del Eiger para llegar a nuestro Führer”.

Aunque nunca se haya declarado oficialmente, se ha citado documentos desclasificados tras la guerra según los cuales en el búnker de Berlín se hallaron varios cuerpos de guerreros con rasgos asiáticos, lo que vendría a demostrar que la relación con el Asia tuvo gran importancia para el III Reich.