sábado, 31 de agosto de 2024

Édouard Schuré - El Apocalipsis

 

Hemos repetido muchas veces, en el curso de estas conferencias, que el Cristianismo señala el punto capital y decisivo de la Evolución Humana. Todas las religiones tienen su razón de ser y han sido otras tantas manifestaciones parciales del Logos, pero ninguna logró cambiar la faz del mundo como el Cristianismo. Puede presentirse esta influencia en las palabras del Evangelio que dicen así: «Felices aquellos que no vieron y sin embargo creyeron». Los que no han visto son aquellos que no han conocido los Misterios. Gracias al Cristianismo, una parte fundamental de los antiguos misterios, tales como los preceptos esenciales de la moral, de la inmortalidad del alma por la resurrección o segundo nacimiento, etc., se tornó una creencia popular.

Antes del Cristianismo se podía ver la verdad suprasensible en las revelaciones, los ritos, las representaciones dramáticas de los misterios. Después, fue necesario creer a través de la persona divina del Cristo. Pero siempre ha habido, en todas las épocas, una diferencia entre la verdad esotérica conocida de los iniciados, y su forma exotérica o externa, adaptada a las masas, que se expresaba mediante las distintas religiones. Y ocurre otro tanto con el Cristianismo. Lo que está escrito en los Evangelios es el mensaje, la buena nueva anunciada al Universo entero. Pero también existió una enseñanza más profunda, la cual está contenida en el Apocalipsis, bajo la forma de símbolos.

Hay una manera de leer el Apocalipsis que sólo puede hacerse conocer públicamente en nuestra época. Pero ya fue practicada en la Edad Media en las escuelas ocultas rosacruces. Se descuidaba el lado histórico del libro, es decir, la manera en que estaba escrito, su autor y todos los demás detalles que constituyen hoy l única preocupación de los teólogos que no tratan de encontrar en éste más que las circunstancias históricas externas. La teología crística de nuestros días sólo conoce la corteza de este libro e ignora completamente su verdadero núcleo. Los rosacruces sólo daban importancia a su lado profético, a su verdad eterna.

El ocultismo en general no se ocupa de la historia de un solo siglo o de un único período, sino de la historia interna de la evolución de la humanidad en conjunto. Si se sumerge en las primeras manifestaciones de nuestro sistema planetario, si se remonta hasta el aspecto vegetal o animal del hombre, su mirada abarca millones de años y alcanza hasta una humanidad futura divinizada. Ahora bien: la Tierra misma habrá cambiado de sustancia y de forma. ¿Es posible la profecía? ¿Cómo es posible adivinar el lejano porvenir? Es posible, porque todo cuanto debe suceder físicamente ya existe germinalmente, en el seno de los Arquetipos, cuyos pensamientos constituyen el plan de nuestra Evolución. Nada sucede en el Mundo Físico que no haya sido antes previsto y formado en sus líneas generales en el Mundo Devachánico.

Nada ocurre aquí abajo que no haya ocurrido arriba. El «como» de su realización es lo que depende de la libertad y de la iniciativa individual.

El Cristianismo Esotérico no reposa sobre un idealismo vago y sentimental, sino sobre un ideal preciso, proveniente del conocimiento de los mundos superiores. Este conocimiento era el que tenía el autor del Apocalipsis, el gran visionario de Patmos, que expuso el futuro de la humanidad según la perspectiva cristiana.

Trataremos ahora de entrever este futuro de acuerdo con los principios cosmogónicos que hemos mencionado precedentemente. Los rosacruces revelaban primeramente a sus discípulos algunas visiones del pasado y también del porvenir. Luego se lo remitía, para que interpretara esas visiones, al Apocalipsis. Hagamos otro tanto y consideremos cómo el hombre se ha ido convirtiendo poco a poco en lo que es y será en el futuro que se abre ante él.

Hemos hablado, por ejemplo, del Continente Atlántico y de los atlantes, cuyo cuerpo etérico estaba mucho más desarrollado que el cuerpo físico y que no lograron una primera conciencia del yo más que hacia el final de su civilización. Los períodos postatlánticos que siguieron fueron los siguientes:

1º La civilización Prevédica del Sur de Asia, de la India; este fue el principio de la civilización aria.

2º La época De Zoroastro, que comprende la civilización de la antigua Persia.

3º La civilización Egipcia, la época de Hermes, a la cual están unidas las culturas caldeas y semíticas. Las primeras simientes del cristianismo fueron depositadas en esta época en el seno del pueblo hebreo.

4º La civilización Greco-Latina que vio nacer el Cristianismo.

5º Una nueva época comenzó en el tiempo de las migraciones de los pueblos y de las invasiones. La herencia de la civilización Greco-Latina fue recogida por las razas del norte: los Celtas, los Germanos, los Eslavos. En esta época vivimos todavía. Es una transformación lenta del aporte Greco-Latino mediante el elemento vigoroso de los pueblos nuevos, bajo el poderoso impulso del Cristianismo, al cual se ha mezclado la levadura del Oriente, traída a Europa por los árabes. El objetivo esencial de esta época de civilización es la de adaptar completamente al hombre al mundo físico, desarrollando en él la razón, el sentido práctico, sumergiendo su inteligencia en la materia física para que pueda comprenderla y dominarla. Y en esta tarea penosa y dura, en esta conquista prodigiosa que ha llegado hoy en día a su término, el hombre ha olvidado momentáneamente los mundos superiores de donde venía.

Comparando nuestra intelectualidad con la de los Caldeos, por ejemplo, es bien fácil ver qué es lo que hemos adquirido y qué es lo que hemos perdido. Cuando un mago caldeo contemplaba el cielo, que para nosotros no representa más que un problema de mecánica celeste, aquél tenía un concepto muy distinto, un sentimiento diferente, hasta una sensación por completo distinta a la nuestra. En lo que el astrónomo moderno no ve más que una máquina sin alma, el mago sentía la profunda armonía del cielo como la de un Ser Divino y Viviente. Cuando contemplaba Mercurio, Venus, la Luna o el Sol, veía no solamente la luz física de estos cuerpos celestes, sino que también percibía sus almas como la de seres y sentía la suya propia en comunicación con esas grandes del firmamento. Veía sus influencias de atracción o repulsión, como un concierto maravilloso de voluntades, y la sinfonía del Macrocosmos se reproducía en él, en los ecos armoniosos del Microcosmos humano. Así, esa como la música de las esferas, era una realidad que unía el hombre al cielo. La superioridad el sabio moderno reside en su conocimiento del mundo físico, de la materia mineral. La ciencia espiritual ha descendido al mundo físico: éste es el que conocemos bien. Pero en adelante tendremos que recuperar el conocimiento del Mundo astral y del Espiritual por medio de la clarividencia.

Este descenso en la materialidad era necesario para que la quinta época pudiera cumplir con su misión. Era necesario que la clarividencia astral y espiritual quedaran veladas, para que el intelecto pudiera desenvolverse en el plano de la razón sensible, mediante la observación precisa, minuciosa, matemática, del Mundo Físico. Pero tenemos que completar la ciencia física con la ciencia espiritual. He aquí un ejemplo:

Generalmente se opone la teoría celeste de Ptolomeo a la de Copérnico, tachando a la primera de errónea. Esto es falso. Ambas son igualmente verdaderas. Sólo que la teoría de Ptolomeo se refiere al Plano Astral, en cuyo plano la Tierra se encuentra en el centro de los planetas, siendo el Sol mismo un planeta. La teoría de Copérnico se refiere al Plano Físico, en el que el Sol se encuentra en el Centro. Todas las verdades son relativas según el tiempo y lugar. En una época próxima el sistema de Ptolomeo será debidamente rehabilitado. Después de nuestra quinta época habrá otra, la sexta, que se relaciona con la nuestra como el alma espiritual con el alma racional. Esta época desenvolverá la genialidad, la clarividencia, el espíritu creador. ¿Cómo será el Cristianismo en esa sexta época? Para los antiguos sacerdotes, antes de Cristo, existía una armonía completa entre la ciencia y la fe. La Ciencia y la Religión no eran más que una sola y misma cosa. Al contemplar el firmamento, el sacerdote sabía y sentía que el alma era como una gota de agua caída del océano y llevada a la tierra por los inmensos ríos de vida que atraviesan el espacio. Ahora que la mirada ha descendido al plano físico, la fe tiene necesidad de un asilo, de una religión. De ahí viene la separación de la Ciencia y de la Fe. La devoción a la personalidad de Cristo, del hombre dios sobre la Tierra, ha reemplazado durante un tiempo a la Ciencia Oculta y los Misterios de la Antigüedad. Pero en la Sexta Época ambas corrientes se refundirán. La ciencia mecánica del mundo físico se remontará hacia el plano de la productividad espiritual.

Entonces, tendremos la Gnosis, o sea el conocimiento espiritual. Esta sexta época, radicalmente diferente de la nuestra, será precedida por grandes cataclismos. Porque esa época será tan espiritual como la nuestra ha sido material. Pero esta transformación no puede producirse más que por medio de grandes convulsiones físicas. Todo lo que se producirá en e1 curso de la Sexta Época aportará la posibilidad de una Séptima Época que será el término de las civilizaciones post-atlánticas y conocerá condiciones y estados de vida terrestres distintos de los que conocemos nosotros. Esta Séptima Época terminará con una revolución de los elementos análoga a la que puso fin al Continente Atlántico, y el estado que aparecerá en seguida será un estado en el que la espiritualidad habrá sido preparada por los dos últimos períodos post-atlánticos.

El conjunto de estas civilizaciones arias cuenta, pues, con siete grandes épocas. Y así vemos desprenderse lentamente las leyes de la evolución. El hombre tiene, siempre en él mismo, primero todo lo que luego verá en torno suyo. Todo lo que actualmente nos circunda ha salido de nosotros en una evolución precedente, cuando nuestro ser se encontraba todavía mezclado a la Tierra, la Luna y el Sol. Este Ser Cósmico, de donde han surgido a la vez el hombre actual y todos los reinos de la Naturaleza, se llama en la Cábala, Adam-Kadmon. En este hombre-tipo están contenidos todos los aspectos múltiples del hombre que representan los pueblos y las razas actuales.

Lo que el hombre posee hoy en el interior de su alma, sus pensamientos, sentimientos e impulsos, se exteriorizarán de la misma manera y a su tiempo constituirán su medio circundante. El porvenir reposa en el seno del hombre. A él le toca elegir: crear un porvenir de bien o de mal. Y de la misma manera en que el hombre dejó detrás de sí lo que hoy constituye el mundo animal, lo que hoy existe de malo en él formará una especie de humanidad degenerada. Actualmente podemos ocultar más o menos bien el bien o el mal que existen en nosotros, pero negará un día en que no podremos ocultarlo, un día en que el bien y el mal estarán escritos, en una forma indeleble, en nuestra propia frente, en todo nuestro cuerpo y hasta en la faz de la tierra misma Entonces la humanidad se dividirá en dos razas. Así como hoy encontramos rocas y animales, luego encontraremos seres de puro mal y de pura fealdad. En nuestros días sólo el clarividente es capaz de ver en los seres la belleza o la fealdad moral, pero cuando las facciones del hombre sean la expresión de su karma, los hombres se dividirán por sí mismos, según la corriente a la que pertenezcan, según la naturaleza inferior en ellos sea la que ha vencido o no al espíritu. Y esta distinción comienza ya a manifestarse.

Cuando uno trata realmente de comprender en el pasado el futuro y trata de trabajar para realizar el ideal de ese futuro, ve en seguida formarse las líneas del mismo. Una nueva raza se formará que constituirá el eslabón entre el hombre actual y los hombres espirituales del futuro. Es necesario distinguir entre la evolución de las razas y la de las almas. Cada alma está en libertad de desenvolverse hasta llegar a la forma exterior de una raza que recibirá su carácter del bien que ella encarne. Se pertenecerá a esa raza libremente y por el esfuerzo del alma individual en ese sentido. Esa raza no será compulsiva para cada alma, sino solamente el principio de su elevación.

El sentido de la doctrina maniquea es que las almas ya se están preparando desde ahora para transmutar en bien el mal que aparecerá en plena fuerza en la Sexta Epoca. Y en efecto, será necesario que las almas humanas sean lo bastante poderosas coma para hacer surgir el bien, mediante la alquimia espiritual, del Mal que entonces se manifestará.

Cuando la evolución del planeta terrestre repase, en sentido inverso, por las fases anteriores de su involución, se producirá primeramente una reunión de la Tierra con la Luna, y después de este globo mismo con el Sol. Ahora bien, la reunión con la Luna marcará el punto culminante del Mal sobre la Tierra, y la unión de este globo con el Sol señalará, por el contrario, el advenimiento de la felicidad, el reino de los elegidos.

El hombre llevará sobre sí el signo de las siete grandes fases terrestres. El libro de los siete sellos quedará entonces abierto, ese libro de que habla el Apocalipsis. La Mujer vestida de Sol, y que tiene la Luna a sus pies, se refiere al tiempo en que la Tierra se encontrará de nuevo unida a la Luna y al Sol.

Las trompetas del Juicio resonarán, porque la Tierra habrá pasado al estado devachánico donde reina, no ya la luz, sino el sonido. El fin de la existencia terrestre será marcado por el hecho de que el principio de Cristo penetrará entonces a toda la humanidad.

Convertidos en seres similares al Cristo, los hombres se reunirán en torno de El como las muchedumbres en torno del Cordero, y la cosecha total de esta evolución constituirá así la nueva Jerusalén, que es la coronación del mundo.

NOTAS

(1) La Fraternidad de los Maniqueos reside en Sudamérica, en la región conocida por la Puna de Atacama, en los límites de Chile, Bolivia y Perú. Está formada por 12 Maestros y su influencia se extiende por todos los países sudamericanos, en los cuales actúan algunos de sus principales discípulos.

(2) En alemán. arcángel se dice Erzengel, y Erz significa metal.

Édouard Schuré - Redención y Liberación

 

Hay siete secretos de la vida, de los cuales jamás se ha hablado hasta hoy fuera de las fraternidades ocultas. Sólo hoy es posible hablar de ellos exteriormente. También se les denomina los siete secretos inexplicables o indecibles. Trataremos de hablar solamente del cuarto secreto, el de la muerte.

He aquí dichos secretos:

1º El secreto del Abismo.

2º El secreto del Número (que puede estudiarse en la filosofía pitagórica).

3º El secreto de la Alquimia (que puede comprenderse estudiando las obras de Paracelso y de Jacobo Boehme).

4º El secreto de la Muerte.

5º El secreto del Mal (al cual se alude en el Apocalipsis).

6º El secreto del Verbo, del Logos.

7º El secreto de la Felicidad de Dios (el más oculto de todos).

Recordemos que en el planeta que ha precedido a nuestra tierra, la Antigua Luna, hemos distinguido tres reinos naturales, muy diferentes de los reinos terrestres. Nuestro reino Mineral no existía entonces todavía: ha nacido de la condensación o cristalización de la sustancia minero-vegetal de la Luna. Nuestro mundo vegetal ha surgido del reino vegeto-animal lunar. Y lo que actualmente constituye el Mundo Animal, proviene de lo que en la Antigua Luna fuera el hombre-animal. Vemos, pues, que cada uno de estos reinos lunares ha realizado en la tierra un descenso hacia la materialización. Y lo mismo aconteció con los seres que en la Luna estaban por encima del hombre-animal: los Espíritus del Fuego. Los hombres de entonces respiraban ese fuego lo mismo que los de hoy respiran el aire. De ahí que el Fuego haya quedado, en todas las leyendas y los mitos, como la primera manifestación de los dioses. En el “Fausto” de Goethe se hace alusión a esto al decir: “Hagamos un poco de fuego para que los espíritus puedan vestirse”. Estos Espíritus del Fuego de la Antigua Luna se encarnaron ahora, en la faz terrestre, en el Aire. Han descendido, pues, un grado más hacia la materialidad, viviendo en el aire que actualmente respiramos, Constituyen la sustancia del aire que nos circunda y que rodea a la Tierra con su atmósfera.

Ahora bien, si estos espíritus han descendido así hasta el aire, si los reinos lunares han involucionado, es con el fin de que el hombre pueda, gracias a ellos, elevarse hasta la divinidad. Se ha cumplido así un doble movimiento en el seno de cada uno de los reinos lunares: la parte más inferior descendía mientras que la más refinada se elevaba. De esta manera el hombre animal se dividió en dos grupos, uno de los cuales, bajo la influencia de la respiración y de la acción de los Espíritus del Fuego se prolongaba en Espíritus del Aire y trabajaba en la elaboración de su cerebro, mientras que el antiguo grupo descendía hacía el Reino Animal, Esta escisión se encuentra hasta en la constitución misma del hombre, cuya parte inferior se asemeja al animal, mientras que la superior se eleva hacia los espíritus. Y según fuera más o menos pronunciado un aspecto u otro, fueron formándose paulatinamente dos especies de hombres: la una, dominada por su naturaleza inferior, apegada a la tierra; la otra, más desarrollada, desprendida de la tierra. Los primeros regresaron hacia el Reino Animal y los otros pudieron recibir una chispa divina, la conciencia del yo. Esta es la verdadera relación que une actualmente el hombre al animal y particularmente al mono. La correlación física de esta evolución espiritual fue el crecimiento, el desenvolvimiento del cerebro humano que se convirtió en un templo para que Dios pudiera morar en él.

Pero si sólo se hubiera producido esta evolución hubiera todavía faltado algo. Hubiera habido minerales, plantas, animales y hasta hombres con el cerebro desarrollado y capaces de adquirir la forma humana actual, pero algo hubiera permanecido en el mismo estado lunar. En la Antigua Luna no había nacimiento ni muerte.

Si nos representamos el ser humano sin cuerpo físico no habría muerte: la renovación del ser se efectuaría de otra manera que mediante el nacimiento actual. Las partículas del cuerpo astral y del cuerpo etérico se renovarían por medio de cambios e intercambios, pero el compuesto ser permanecería constante. En torno de un centro inalterable, sólo las superficies serían el lugar de intercambio con el medio externo. Así ocurría en la Luna, donde el hombre no hacía más que metamorfosearse. Pero en ese estado no había llegado aún a obtener la conciencia. Los dioses que lo habían formado estaban en torno de él, detrás de él, pero no en él. Eran, con respecto al hombre, lo que el árbol es a la rama o el cerebro a la mano. La mano se mueve, pero la conciencia del movimiento está en el cerebro. El hombre no era más que una rama del árbol divino y si su evolución sobre la tierra no hubiera modificado este estado, su cerebro no habría sido más que una flor de ese árbol divino, sus pensamientos se reflejarían sobre el espacio de su fisonomía, sin que fuera capaz de tener sus propios pensamientos. Nuestra tierra hubiera sido un mundo de seres dotados de pensamientos, pero no de conciencia, un mundo de estatuas animadas por los dioses y sobre todo por Jahve (Iahve) o Iehovah.¿Qué pasó para que cambiara de tal manera la faz de las cosas y cómo obtuvo el hombre su independencia?

Cuando existen diversas clases en una escuela, hay alumnos que pasan todos los grados y otros que no. Los dioses de la naturaleza de Iahve estaban a punto de poder descender en el cerebro humano. Pero otros espíritus que, sobre la Luna se habían contado entre los Espíritus del Fuego, no habían terminado su evolución, y en vez de penetrar en el cerebro del hombre, en la Tierra, se mezclaron con su cuerpo astral. Este cuerpo astral está formado por instintos, deseos, pasiones. En él se refugiaron esos espíritus del Fuego que no habían alcanzado la meta de su evolución en la Luna, y recibieron asilo en la Naturaleza animal del hombre donde se elaboran las pasiones, aunque a] mismo tiempo dieron a estas pasiones un impulso superior. Hicieron penetrar el entusiasmo en la sangre y en el cuerpo astral. Los dioses Iehováquicos habían conferido la forma pura y fría de la idea, pero gracias a estos espíritus, que podríamos llamar luciféricos, el hombre fue capaz de entusiasmarse por ellas, de tomar partido por unas contra otras. Si los dioses Iehováquicos han modelado el cerebro humano, los espíritus luciféricos unieron ese cerebro a los sentidos físicos por las ramificaciones nerviosas que terminan en los órganos sensoriales. Lucifer vive en nosotros desde hace tanto tiempo como Iehovah.

Todo lo que pasa por los sentidos da al hombre una conciencia objetiva de lo que lo rodea y esto se lo debe a los espíritus luciféricos. Si debe a los dioses el pensamiento, en cambio a Lucifer debe la conciencia. Lucifer vive en su cuerpo astral y ejerce su actividad en las ramificaciones terminales de sus nervios.

He aquí por qué dice la “serpiente” del Génesis: “Vuestros ojos se abrirán”. Pueden tomarse estas palabras literalmente, porque, en el curso del tiempo, los espíritus luciféricos fueron quienes abrieron los sentidos del hombre. Merced a los sentidos es como se individualiza la conciencia. Sin el aporte del mundo sensible, los pensamientos del hombre no serían más que los reflejos de la Divinidad, actos de fe, no de conocimiento. Las contradicciones entre la fe y la ciencia provienen de este doble origen del pensamiento humano. La fe se vuelve hacia las ideas eternas, hacia las ideas matrices que tienen sus prototipos en los dioses; la ciencia, el conocimiento del mundo exterior por medio de los sentidos, viene de los espíritus luciféricos. El hombre se ha convertido en lo que es uniendo el principio luciférico a la inteligencia divina. Esta fusión de principios opuestos en el hombre es lo que le confiere la posibilidad del mal, pero también el medio de adquirir conciencia de sí mismo, de elegir y de ser libre, sólo un ser capaz de individualizarse ha podido ser ayudado así por esta oposición de los elementos dentro de él mismo. Si el hombre no hubiera recibido, aldescender en la materia, más que la forma dada por Iehovah, habría quedado impersonal.

Lucifer es, pues, el principio que permite al hombre convertirse realmente en un ser independiente de los dioses. El Cristo, o sea el Logos, manifestado en el hombre, es el principio que le permite remontarse hasta Dios.

Antes del Cristo, el hombre poseía el principio de Iehovah que le confería su forma y el de Lucifer que lo individualizaba. Se encontraba dividido entre la obediencia a la ley y la rebelión del individuo. Pero el principio de Cristo vino a establecer el equilibrio entre los dos primeros, enseñando al hombre a encontrar dentro del individuo mismo la ley primitiva, que originariamente fuera dada desde el exterior. Esto es lo que explica San Pablo que hace de la libertad y del amor el principio cristiano por excelencia: la ley ha regido la antigua alianza en la misma forma en que el amor rige la nueva. Encontramos, pues, así, en el hombre, tres principios inseparables y necesarios a su evolución: Iehovah, Lucifer y el Cristo.

Pero Jesucristo no es solamente un principio difuso en el mundo: es un Ser que apareció una vez, en un momento determinado de la historia. Bajo la forma humana reveló, por su palabra y su vida, un estado de perfección que todos los hombres adquirirán por su voluntad propia y libre, al final de los tiempos. El apareció en el momento supremo de una crisis terrible, cuándo el arco descendente de la humanidad iba a llegar al punto más bajo de la materialización. Para que el principio del Cristo hubiera podido despertar en el hombreo era necesario que se manifestara sobre la tierra y que el Cristo viviera como tal.

El Karma y Cristo resumen, por lo tanto, toda la Evolución. El Karma es la ley de causa y efecto en el Mundo Espiritual: es la espiral de la Evolución. La fuerza del Cristo interviene en el desenvolvimiento de esa línea kármica, como el eje directriz. Esta fuerza se encuentra en el fondo de toda alma humana después de la venida del Cristo a la Tierra.

Pero mientras no se vea en el Karma más que una necesidad impuesta al hombre de enderezar sus yerros o pagar por sus errores ante una injusticia implacable que se ejerce de una encarnación en otra, se opondrá. Siempre la objeción de que el Karma suprime el papel redentor del Cristo. En realidad, el Karma es a la vez una redención del hombre por sí mismo, por su propio esfuerzo, por su ascensión gradual hacia la libertad a través de la serie de reencarnaciones y al mismo tiempo es la que aproxima el hombre al Cristo. Porque la fuerza crística es la que constituye el impulso fundamental que empuja al hombre hacia esta transformación de la ley implacable en libertad y la fuente misma de esa impulsión es la persona y el ejemplo de Jesucristo. No es necesario creer que el Karma sea una fatalidad, sino que hay que considerarlo como el instrumento necesario para alcanzar la suprema libertad que es la vida en el Cristo, libertad que se logra, no atentando o desafiando el orden de cosas establecido, sino comprendiéndolo. El Karma no suprime ni la gracia ni el Cristo, sino que por el contrario, se aplican a toda la evolución.

Otra objeción es la que puede hacerse desde el punto de vista de la filosofía oriental. La idea de un redentor que viene a ayudar a los hombres, se dice, suprime los encadenamientos lógicos del Karma y reemplaza a la gran ley universal por la acción súbita de una gracia milagrosa. Es justo, se dice, que el hombre cargue sobre sí con el peso de sus culpas, ya que las ha cometido.

Esto es un error. El Karma es la ley de causa y efecto para el Mundo Espiritual, como la mecánica es la ley de causa y efecto en el Mundo Material en cada momento de la vida, el Karma representa algo así como el balance de un comerciante, la cifra exacta del debe y el haber. Cada acción, buena o mala, aumenta el debe o haber. El que no quisiera admitir un acto de libertad sería como el comerciante que rehusara hacer nuevas operaciones para no correr ningún riesgo y que quisiera atenerse siempre al mismo balance.

Un concepto puramente lógico del Karma impediría prestar ayuda al hombre que se encuentra en desgracia. Esto sería completamente erróneo, pues la ayuda que prestamos libremente a otro, abre un nuevo rumbo en su destino. Nuestros destinos están entretejidos con todas estas impulsiones y estas gracias. Si aceptamos la idea de una ayuda individual, ¿no es posible igualmente concebir un auxilio mucho más poderoso que pueda ayudarnos a todos colectivamente, aportando un impulso nuevo a toda la humanidad?

Ahora bien, esa es la obra realizada por un dios que se hizo hombre, no para contravenir a las leyes del Karma, sino para ayudar a su cumplimiento. El Karma y el Cristo se completan como el medio de salvación y el Salvador mismo. Merced al Karma la acción del Cristo se convierte en una Ley Cósmica, y por el principio crístico, el Logos manifestado, el Karma alcanza su objetivo que es la liberación de las almas conscientes y su identificación con Dios. El Karma es la redención graduada y el Cristo es el redentor.

Si el hombre se compenetrara bien de estas ideas, sentirían que se pertenecen los unos a los otros y comprenderían también la ley que reina en las fraternidades ocultas: que cada uno viva y sufra por los demás. Llegaremos a un momento en el futuro en el que el principio de la redención exterior coincidirá para cada hombre con la acción interior del Redentor.

No es la Revelación, sino la Verdad, la que hace libre al hombre. «Conoceréis la Verdad y la Verdad os hará libres”.

El camino de nuestra evolución conduce a la libertad. Cuando el hombre haya despertado en sí mismo todo lo que contiene proféticamente el principio de Cristo, será libre. Porque si la necesidad es la ley del mundo material, la libertad reina en el Mundo Espiritual. La libertad no puede conquistarse más que gradualmente y no aparecerá totalmente en el hombre más que al término de su evolución, cuando toda su naturaleza se haya espiritualizado.

Édouard Schuré - Los terremotos, los volcanes y la voluntad humana

 

DECIMO SEXTA LECCION 
En una de las conferencias precedentes nos hemos remontado a la evolución humana hasta el punto en que apareció la división en sexos. A dicha separación se llegó luego de una lentísima preparación cósmica. Después de que la Noche Cósmica separara la Antigua Luna de la faz terrestre, la Tierra apareció primeramente mezclada con las fuerzas solares y lunares actuales. Todas ellas no formaban más que un solo cuerpo que, poco a poco, se diferenció, dando lugar a los otros tres cuerpos celestes que conocemos actualmente. Ahora bien, la división de los sexos es el resultado de la división entre las fuerzas lunares y las fuerzas terrestres. Las fuerzas femeninas de la reproducción han quedado bajo la influencia de la Luna. La Luna permanece relacionada a todo lo que rige en la Tierra la reproducción, tanto en el hombre como en los animales sexuados. Así es como los conocimientos que procura el Ocultismo revelan las acciones que están en juego en el sistema planetario. Cuando el Sol se encontraba unido todavía a la Tierra y a la Luna, no existían aún vegetales, animales ni seres humanos, en el sentido que damos a estas palabras actualmente. Sólo existía el Reino Vegetal, aunque bajo un aspecto muy distinto al que tiene hoy.

Dicho reino ha conservado una relación muy particular con las fuerzas solares, análoga a las del animal con la Luna o las del hombre con la Tierra. Mientras el Sol se mantuvo unido a la Tierra-Luna, las plantas dirigían sus flores hacia el centro del globo, pero, cuando aquel se separó, las plantas se orientaron hacia él y dirigieron en esa dirección sus flores.

Ya hemos visto anteriormente que adoptaron así una posición inversa a la del hombre, manteniéndose como éste verticalmente, pero en sentido contrario, mientras que el animal se encuentra como a mitad de camino entre la planta y el ser humano. Su columna vertebral es horizontal. A medida que se produjo la separación de estos tres cuerpos celestes, los reinos correspondientes fueron tomando sobre la tierra el aspecto que tienen actualmente: el Reino Vegetal al producirse la separación del Sol, el animal al separarse la Luna. En el compuesto primitivo de las fuerzas estaba ya contenido el germen de todo lo que más tarde tomó un aspecto físico. Si nos representamos una sustancia llevada a un elevado grado de calor, que luego se enfría, veremos cómo toman forma todos los elementos que ella contenía.

En los tiempos de la Antigua Luna encontramos igualmente fuerzas solares que, en una época determinada, se concentraron en un astro exterior a dicha Luna. La Luna giraba en torno de ese Antiguo Sol, de tal manera que siempre orientaba hacia aquél el mismo lado. La rotación de la Luna en torno de la Tierra es una continuación de dicho movimiento en torno del Antiguo Sol. Estos dos astros, al comienzo y al fin de este período cósmico, se fusionaron, de la misma manera que la Tierra, la Luna y el Sol se fusionaron al comienzo del actual Período Terrestre y se reabsorberán al final del mismo.

El efecto de estos dos antiguos astros no hubiera podido jamás actuar en la evolución si después de haberse separado, no hubieran refundido sus fuerzas. Lo que la Luna desarrolló mientras se mantuvo separada del Sol, son las fuerzas que permitieron más tarde la aparición de un tercer cuerpo. Durante esta separación el hombre pudo desarrollar aquello que tomaría un aspecto físico y que le permitiría poseer sobre la Tierra una conciencia objetiva: la conciencia de vigilia.

El Período que precedió a este Período Lunar se denominó la Epoca Solar. En este punto de la Evolución todo era de la naturaleza de la Vida Solar. El ocultismo ve en el Sol una estrella fija que antes había sido un planeta, de la misma manera que vemos en la Tierra actualmente a un planeta destinado a convertirse más tarde en el Sol de un sistema que vendrá. Durante el período Solar el hombre tenía una conciencia parecida a la del sueño sin ensueños.

Pero aun hubo otro estado que precedió a este Período Solar. Entonces el Sol no era aún ni siquiera un planeta. El hombre no tenía más que una conciencia similar al trance profundo. No era aún el ser hecho de luz en que se convertiría en el Período Solar suficiente: vibraba solamente como un sonido en la pura armonía de este Período Saturnino, con el cual nada tiene que ver, por supuesto, nuestro actual planeta Saturno.

Después de nuestro período terrestre de clara conciencia física. vendrá el quinto período de imaginación astral consciente, en el decurso de una época que se denominará Período de Júpiter. Más tarde sobrevendrá el Período de Venus, en el cual se tomará consciente lo que hoy es para él el sueño inconsciente y finalmente se presentará el Período de Vulcano, que corresponderá al estado de conciencia más elevado que puede alcanzar un iniciado.

Sin embargo, las relaciones entre la Tierra y los planetas no terminan ahí. Nuestro Período Terrestre actual puede dividirse en dos partes. Durante el primero se preparó lo que hizo nuestra sangre roja. ¿Qué fué lo que nos dió la sangre roja? Al producirse la separación entre la Tierra y el Sol, este globo, compuesto de sustancias muy flúidas, fue atravesado por sustancias igualmente flúidas del planeta Marte. Antes de este pasaje de Marte no existía en la Tierra el menor vestigio de hierro. Este fue el resultado de aquella influencia: todas las sustancias que contienen hierro, como nuestra sangre, han sufrido la influencia de Marte. Este coloreó la sustancia de la Tierra y su influencia permitió la aparición de la sangre roja.

De ahí que se llame Período Marcial a la primera mitad del Período Terrestre. El hierro era entonces una sustancia fluida. Los metales no se endurecieron sino mucho después. El único metal que todavía no se ha solidificado es el mercurio. Cuando se endurezca, el alma del hombre se habrá vuelto independiente del cuerpo físico y la visión astral imaginativa se hará consciente. Este hecho está ligado a las fuerzas de Mercurio, que influenciaron la segunda parte del Período Terrestre conforme se van densificando para solidificarse. La Tierra es a la vez Marte y Mercurio. Los iniciados hicieron pasar estos hechos al lenguaje común, adjudicando los días de la semana a los planetas que pertenecen a nuestra evolución. Marte y Mercurio están colocados entre la Luna y Júpiter.

Con respecto al interior de la Tierra, la ciencia física no conoce todavía más que la corteza externa, la capa o estrato mineral que no es más que una delgada película que cubre la superficie de la Tierra. En realidad, la Tierra está compuesta por una sucesión de estratos concéntricos que describiremos a continuación:

1º El Estrato Mineral, que contiene los metales cuya sustancia se encuentra en el cuerpo físico de todos los seres que viven en su superficie. Esta corteza, que es como la piel de ese ser vivo que es la Tierra, no tiene más que algunas millas de espesor.

2º No es posible comprender este segundo estrato o capa sino mediante el concepto de que existe una materia opuesta a la que conocemos. Es una vida negativa: en realidad, lo opuesto a toda vida. Allí toda vida se extingue. Una planta, un animal que se sumergiera en ese estrato sería aniquilado inmediatamente, disuelto en la masa. Esta segunda capa o estrato, semilíquido, que envuelve a la tierra, es verdaderamente un círculo de muerte.

3º El Tercer Estrato es un círculo de conciencia invertida. Todo dolor parece allí un placer, toda alegría en una pena. Su sustancia, hecha de vapores, se comporta en relación con nuestros sentimientos, de la misma manera negativa que el segundo estrato con relación a la vida.

Si mentalmente separamos estos dos estratos, encontramos entonces la Tierra en el estado en que estaba antes de que la Luna se le separara. Si podemos elevarnos por la concentración hasta una visión astral consciente, se ve obrar a estos dos estratos: la destrucción de toda vida por el segundo, la transformación de los sentimientos por el tercero.

4º El cuarto círculo o estrato se denomina la tierra-acuosa, la tierra-alma, la tierra-forma. Posee una propiedad notable. Si uno se representa un cubo, aquí aparecería invertido con respecto a la sustancia. Allí donde había sustancia, no existiría nada ahora, el espacio ocupado por ese cubo estaría completamente vacío, pero en torno de él estaría distribuida esa sustancia, la forma sustancial. De ahí el nombre de tierra-forma. Aquí, este torbellino de formas, en vez de ser como un molde negativo, es una sustancia positiva.

5º Este círculo se llama la tierra de los crecimientos. Encierra la fuente original de la vida terrestre, sustancia hecha de energías hirvientes y pululantes.

6º Esta es la tierra ígnea, sustancia compuesta de voluntad pura, elemento de vida, de movimiento, atravesada incesantemente por impulsiones, pasiones y movimientos, verdadero receptáculo de fuerzas volitivas. Si se ejerciera una presión sobre esta sustancia, resistiría y se defendería. Cuando mentalmente hacemos abstracción de estos tres nuevos círculos, llegamos al estado en que estaba el globo cuando la Tierra, el Sol y la Luna formaban un solo cuerpo. Los círculos que siguen no son accesibles más que a la observación consciente no sólo del sueño sin ensueños, sino del sueño o trance profundo, vuelto consciente.

7º Este estrato es el espejo de la Tierra. Semejante a un prisma, descompone todo lo que en él se refleja, haciendo aparecer la faz complementaria. Contemplado a través de una esmeralda, aparecería como rojo.

8º En este círculo todo aparece como fragmentado y reproducido hasta el infinito. Si se toma una planta o un cristal y se concentra en este círculo, la planta o el cristal aparecen multiplicados indefinidamente.

9º Este último estrato está compuesto por una sustancia dotada de acción moral, pero su moral es la opuesta a la que debe desarrollarse en la tierra, porque su esencia, su fuerza inherente, es la separatividad, la discordia y el odio. Es aquí donde se encuentra Caín en el Infierno del Dante. Esta sustancia es lo opuesto de todo lo que el hombre considera bueno o bien. El trabajo de la humanidad para establecer la fraternidad sobre la tierra disminuye otro tanto el poder de esta esfera. Es la fuerza del amor la que transformará y espiritualizará gradualmente el cuerpo mismo de la Tierra. Este noveno estrato es el origen sustancial de la que en la tierra se presenta como Magia Negra, es decir, la Magia fundada en el egoísmo.

Todos estos estratos o esferas concéntricas se comunican entre sí por rayos que unen el centro de la tierra, con su superficie. En el círculo periférico, en el seno de la tierra firme, se encuentran numerosísimos espacios subterráneos que comunican con el Sexto Estrato, el del Fuego. Este elemento de la tierra-ígnea se encuentra en estrecha afinidad con la voluntad humana. Esta es la que ha producido las erupciones formidables que pusieron fin a la Epoca Lemúrica. Las fuerzas que alimenta la voluntad humana pasaron entonces por una prueba que desencantó el fuego en que pereció el Continente Lemúrico. En el curso de la Evolución, este sexto estrato se fue hundiendo más y más hacia el centro de la tierra y a este hecho débese que las erupciones volcánicas se fueran haciendo menos y menos frecuentes. Pero aun se producen bajo la acción de la voluntad humana, que obra magnéticamente sobre esta esfera, sacudiéndola, cuando aquella es malvada y desordenada. Despojada de todo egoísmo, la voluntad humana puede, por el contrario apaciguar ese fuego.

Las épocas materialistas se encuentran especialmente acompañadas y seguidas de cataclismos terrestres, terremotos, etc. La fuerza creciente de la Evolución es la única alquimia que puede transformar poco a poco el organismo y el alma de la tierra. Un ejemplo de estas relaciones entre la voluntad humana y los movimientos que agitan la tierra es el siguiente: las personas que perecen a consecuencia de los terremotos o de erupciones volcánicas, ven aparecer, en el curso de su siguiente encarnación, ciertas cualidades internas muy diferentes; traen al nacer grandes disposiciones espirituales, porque han entrado, por esa muerte, en relación con un elemento que les ha mostrado la faz real de las cosas y la ilusión de la vida material.

También se ha observado alguna relación entre algunos nacimientos y las catástrofes sísmicas y volcánicas. En las épocas catastróficas se encarnan voluntariamente almas materiales que se ven atraídas simpáticamente por los fenómenos volcánicos, así como por las convulsiones del alma maligna de la tierra. Y estos nacimientos pueden, a su vez, recíprocamente, provocar nuevos cataclismos, ya que, recíprocamente, las almas malvadas tienen una influencia excitante sobre el fuego terrestre. La evolución de nuestro planeta sigue estrechamente la evolución de las fuerzas humanas y de las civilizaciones. 

Édouard Schuré - La evolución de los planetas y la Tierra

 

Para poder dar una idea de esta evolución, nos es necesario recurrir, no a meras abstracciones sino a imágenes, porque la imagen tiene una virtud vivificante y creadora, de que carece la idea pura. Siendo simbólica en un mundo, corresponde a una realidad en un mundo superior.

Sabemos que nuestra tierra, antes de llegar al estado que se encuentra actualmente, atravesó por una fase denominada Período Lunar o Luna. Pero esta antigua Luna, que fue una etapa precedente de nuestra Tierra actual, se refiere a algo muy distinto de nuestro satélite contemporáneo y tampoco tiene nada que ver con cualquier otro planeta que la Astronomía pudiera descubrir. Los cuerpos celestes que el hombre puede ver actualmente son aquellos que se han mineralizado. Nuestros ojos no pueden ver más que los objetos que contienen minerales y que reflejan la luz, es decir, que posean cuerpo físico. Cuando el Ocultista habla del Reino Mineral, no se refiere a las piedras. sino al medio en el cual se desenvuelve la conciencia del hombre actual. Muchos sabios consideran el ser viviente como una simple máquina y rechazan toda idea de una fuerza vital. Esta actitud mental es debida a que nuestro organismo no puede contemplar la vida directamente. Por este motivo el Ocultista dice que el hombre vive en el Mundo Mineral.

Estudiemos el ojo. Es un aparato complicado, una especie de cámara oscura, cuya ventana es la pupila y cuyo lente es el cristalino. El cuerpo entero está así formado por una serie de aparatos físicos muy complicados y delicados. El oído es como un laúd, cuyas fibras ocupan el lugar de las cuerdas, y sucede otro tanto con cada órgano sensible.

La conciencia del hombre moderno no está despierta más que en relación con su cuerpo físico o mineral. Pero esto no significa que no deba irse despertando paulatinamente en relación con todos los demás principios constituyentes del ser humano, en el dominio constituido por las fuerzas vitales (naturaleza vegetal del hombre), y finalmente en la naturaleza humana propiamente dicha.

Actualmente el hombre no conoce más que lo que es mineral en el Universo. El instinto y la sensibilidad del animal, el crecimiento de las plantas, no lo conoce según sus leyes propias, sino solamente de acuerdo con su expresión física. Si nos imaginamos que una planta subsiste en un ser suprasensible, perdiendo toda sustancia mineral, tendremos que se nos vuelve invisible.

El hombre conoce por ahora solamente el mineral y lo tiene en su poder lo trabaja, modela, funde, combina. Esculpe de nuevo toda la superficie de la tierra. Todavía no es capaz de trabajar esta faz más que por medios puramente mecánicos. Si nos remontamos a los tiempos prehistóricos, en que ningún ser humano había aún tocado la Tierra, la encontramos tal como había salido de manos de los dioses. Pero después que el hombre tomó posesión del Reino Mineral, comenzó a cambiar y puede ya preverse un tiempo en que toda su faz habrá recibido la impresión de la mano del hombre, después de haber recibido la de los dioses.

En el principio los Dioses habían prescrito una forma determinada para cada cosa. Este poder de formar, paso de los dioses al hombre, en relación con el Reino Mineral. De acuerdo con las antiguas tradiciones vemos que este trabajo de metamorfosear la tierra lo debía ejecutar el hombre con el triple objetivo de realizar la Belleza, la Sabiduría y la Virtud.

Sobre este triple fundamento debe elevar el hombre sobre la tierra, su Templo. Entonces, otros seres que aparecerán en la Evolución más tarde que el hombre contemplarán esta obra humana como nosotros contemplamos el Mundo Mineral surgido de la mano de los Dioses. Las catedrales y las máquinas no habrán sido construidas en vano. El cristal que hoy extraemos de la tierra fue formado por los Dioses en la misma forma que nosotros construimos nuestros monumentos o fabricamos nuestras máquinas. Fue así como, en el pasado, de una masa caótica formaron el mundo mineral, de la misma manera que nuestras catedrales, nuestras invenciones todas, incluyendo hasta nuestras instituciones, son los gérmenes de los que surgirá el mundo del futuro.

Después de haber transformado el Mundo Mineral, el hombre aprenderá a transformar el de las plantas, el Reino Vegetal. Es un grado de poder superior. Así como el hombre hoy construye edificios, mañana podrá crear y modelar plantas obrando sobre la sustancia vegetal. Luego el hombre avanzará un paso más, y adquirirá el poder de formar seres vivientes, y más tarde aun seres conscientes y su poder se ejercerá sobre el Reino Animal. Cuando esté en condiciones de reproducirse por el sólo poder de su voluntad consciente, entonces alcanzará un estadio superior al que se encuentra ahora en el mundo Mineral y Sensible.

El germen de este poder de reproducirse a sí mismo, desprovisto de toda sensualidad, es el verbo, la palabra. La primera conciencia le llevó al hombre con el primer soplo que aspiró. La conciencia llegará a su perfección cuando sea capaz de infundir en su palabra el mismo poder creador de que hoy está dotado su pensamiento. Actualmente el hombre sólo confía al aire sus palabras, pero cuando se haya elevado a una conciencia creadora superior, entonces podrá transmitir al aire sus imágenes. La palabra será entonces una “imaginación” o “imagen” completamente viviente. Al dar cuerpo a estas imágenes, dará cuerpo a la palabra portadora de la imagen misma.

Cuando no encarnemos más simplemente nuestros pensamientos en los objetos, como en la fabricación de un reloj, por ejemplo, entonces daremos “cuerpo” a las imágenes y éstas se volverán vivientes. El reloj,  por ejemplo, viviría como una planta.

En cuanto el hombre sepa cómo conferir la vida a lo que constituye lo más elevado que hay en él. Estas imágenes gozarán de una existencia propia, real, comparable a la existencia animal. Entonces recién es cuando el hombre podrá reproducirse a sí mismo.

Al terminar la transformación terrestre, la atmósfera entera resonará con la fuerza del verbo. Es así como el hombre debe evolucionar hasta ser capaz de modelar su medioambiente a la imagen de su ser interior. El Iniciado no hace más que precederlo en esta vía. Es evidente que actualmente la piedra misma no puede todavía producir cuerpos humanos como los que habrá al final de la Evolución. En ese tiempo los cuerpos estarán en condiciones de servir de expresión a ese ser a quien llamamos el Logos. El único que ha manifestado en su cuerpo humano semejante al nuestro ese poder del Logos, el Logos mismo hecho carne, fue el Cristo. Y El intervino a mitad de nuestra Evolución para indicarnos la meta.

Nos preguntaremos ahora en qué forma vivía el espíritu humano antes de haber entrado en nosotros por medio de la respiración. La Tierra misma es la reencarnación de un planeta precedente que el Ocultismo llama la Luna. En esa Luna, el Mineral puro no existía todavía: estaba formada por una sustancia análoga a la madera, intermedia entre lo mineral y lo vegetal. Su superficie carecía de la dureza mineral y a lo sumo podríamos compararla a la turba. Sobre ella vivían unos seres mitad plantas y mitad moluscos y también un tercer reino intermediario entre el hombre y el animal actual.

Estos seres eran precisamente aquellos que estaban dotados de una conciencia de ensueño, imaginativa. Podemos representarnos la materia de que estaban compuestos comparándola con la masa que compone los ganglios nerviosos. Y en realidad la densificación de esta materia es la que ha darlo lugar a la sustancia cerebral actual. Pero si bien entonces podía vivir en la Luna en estado gelatinoso, en la Tierra ha sido necesario que se revistiera de una capa ósea protectora, tal como el cráneo o la caparazón de los crustáceos. Así es como todas las sustancias que nos constituyen han sido extraídas del macrocosmos y esta preparación universal fue necesaria para que el yo pudiera descender al hombre.

Ya hemos visto que el hombre no estuvo en estado de recibir el germen de su yo hasta que una vez en la Tierra, pudo respirar el aire ambiente. ¿Qué respiraba en la Luna?.

Cuando más nos remontamos retrospectivamente en la Evolución, tanto más se eleva la temperatura. En la Atlántida, todo estaba bañado por vapores calientes. El aire, en estados anteriores, era puramente calor, y antes aun, Fuego. Observando detenidamente estos estados precedentes, vemos que el Fuego ocupaba el lugar del aire. Los Lemures llegaron a respirar Fuego. Y es por este motivo que los escritos Ocultos hablan de que los primeros hombres habían sido instruidos por los espíritus del Fuego. Cuando el hombre físico hizo pie en la Tierra, el aire se convirtió en su elemento vital. Pero este aire es alterado y transformado por el hombre que lo convierte en ácido carbónico por el proceso respiratorio a fin de hacer descender un grado aún la materialización de nuestro globo. La acción de las plantas establece el equilibrio.

De todas maneras, es evidente que en razón de que el cuerpo tiene necesidad de asimilarse el oxígeno del aire, el ácido carbónico va aumentando en la superficie del globo, motivo por el cual el cuerpo humano se va anemiando. Un tiempo llegará en que el cuerpo físico habrá desaparecido y en que tanto el hombre como la tierra serán de naturaleza astral, porque la naturaleza física se destruye por sí misma. Pero antes de que se realice esta metamorfosis se interpondrá una Noche Cósmica, análoga a la que marcó el pasaje de la Antigua Luna a nuestra Tierra actual.

La atmósfera de la Luna contenía ázoe (nitrógeno), en la misma forma en que la atmósfera terrestre actual contiene oxígeno, y fue precisamente el predominio del ázoe lo que produjo el fin del período Lunar y el comienzo de la Noche Cósmica. Lo que en la Tierra recuerda las condiciones existentes en el período Lunar son precisamente las combinaciones azoadas, los cianuros. De ahí que su acción en la tierra sea destructiva, porque estos compuestos de ázoe no están en su lugar; son recuerdos deletéreos de las condiciones de vida que existían en otra edad. La combinación, en la Luna, del carbono con el ázoe  tenían poco más o menos el mismo efecto que sobre la Tierra las del carbono con el oxígeno.

El hombre animal que vivía en la Luna era, pues, el antecesor del hombre físico terrestre, así como los espíritus del fuego de esa época lunar, fueron los generadores del espíritu humano actual. Aquello que en la Luna estaba encarnado en el fuego, en la Tierra se encarna en el aire. Pero, ¿dónde podremos encontrar en el hombre actual algún recuerdo de la acción de esos espíritus del fuego? En la Luna los seres vivientes no tenían sangre caliente. ¿Qué es lo que ha causado el calor de la sangre y, por consiguiente, la vida de las pasiones?. Es el fuego que los seres respiraban en la Luna y que revivió luego en su sangre sobre la Tierra. Y el espíritu del aire rodea hoy de un ligero vestido sensible ese cuerpo que encierra la herencia de la fase lunar: el calor de la sangre, el cerebro, la médula espinal y los nervios. Estos ejemplos nos muestran que es necesario estudiar muy de cerca la transformación de las sustancias, para comprender una metamorfosis como la que se ha ido cumpliendo en el curso de las fases anteriores de la tierra. Si nos remontamos más allá, veríamos que nuestro planeta había tenido precedentemente un cuerpo puramente gaseoso, y más anteriormente aun, un cuerpo de sustancia sonora. En ese sonido que es el Verbo Universal, es donde tiene su punto departida el desenvolvimiento humano, siguiendo en seguida hacia la luz, el fuego y el aire. En este cuarto estado es donde el Espíritu Humano se torna consciente. A partir de este punto, la orientación que le había dado el Verbo surge de su interior y su concienciase convierte en su propio guía. Su ser primordial se realiza en el «yo». La aparición consciente del «yo» es la realización en el hombre del principio de Cristo.

Si nos remontamos a la primera forma elemental, nos veríamos absorbidos por el «Verbo», el sonido fluyente. Con la segunda forma elemental nos veríamos atravesados por la luz irradiante. La tercera forma elemental compenetraría de calor. En fin, con la cuarta forma elemental y la atmósfera terrestre veríamos aparecer la conciencia, que permite al hombre decir «yo».

Édouard Schuré - El Logos y el Hombre

 

Nos hemos ocupado anteriormente del pasado del hombre desde el punto de vista de su forma y de su cuerpo. Ahora nos ocuparemos del pasado de sus estados de conciencia. Frecuentemente se plantea la siguiente pregunta: ¿Son los hombres los únicos seres existentes en la tierra que tienen conciencia de sí mismo? O si no ¿Qué relación existe entre nuestra conciencia humana y la de los animales, las plantas y los metales? Estos seres en general, ¿tienen conciencia? Supongamos un pequeño insecto que se estuviera paseando sobre el cuerpo del hombre y que no viera de éste más que un dedo. No podría tener la menor idea del organismo o del alma del hombre. Nosotros nos encontramos exactamente en esa situación frente a toda la tierra y demás seres que en ella viven.

Un materialista no tiene idea alguna del Alma de la Tierra: para ello sería necesario que pudiera percibir su propia alma. y de la misma manera, si el insecto no siente nada con respecto al alma del hombre, es porque él mismo carece de alma para sentirla. El Alma de la Tierra es muchísimo más elevada que el alma del hombre y el hombre nada sabe acerca de ella. En realidad, todos los seres tienen una conciencia, pero la del hombre se caracteriza en que su conciencia está perfectamente adaptada al mundo físico.

Además del estado de vigilia que corresponde a este plan, conoce otros estados de conciencia que le dan cierto parentesco con los otros reinos de la Naturaleza. Durante el sueño sin ensueños la conciencia humana vive en el mundo Devakánico, como ocurre continuamente con la conciencia del Reino Vegetal. Si una planta sufre este sufrimiento, causa cierta alteración en la conciencia devakánica. La conciencia del animal, semejante a la del sueño con ensueños, se encuentra en el plano astral. es decir, que el animal tiene una conciencia astral del mundo, como la del hombre que sueña.

Estos tres estados de conciencia son muy diferentes. En el mundo físico no pueden hacerse representaciones e ideas, sino por medio de los órganos sensibles y de las realidades exteriores con las cuales nos ponemos en contacto. En el mundo astral no se percibe el medio circundante más que bajo la forma de imágenes, y al mismo tiempo uno se siente bastante identificado o confundido con dicho medio.

¿Por qué el hombre que está consciente en el Mundo Físico se siente tan por completo separado de todo lo que no es él mismo? Porque recibe todas sus impresiones de un medio que ve bien distintamente exterior a su propio cuerpo. En el mundo astral, por el contrario, no se percibe mediante los sentidos, sino por la simpatía que nos penetra hasta el corazón de todo aquello con lo que nos encontramos. La conciencia astral no se encuentra encerrada en un campo comparativamente cerrado: es, por así decirlo, como líquida o fluida. En el Mundo Devachánico la conciencia es tan difusa como puede serlo un gas. ¿Con qué objeto se produjo esta oclusión de la conciencia, que sucedió a la conciencia imaginativa?

Sin ella el hombre jamás podría decir «yo» con referencia a sí mismo. El germen divino que existe en el hombre no pudo penetrar en él, en el curso de su evolución, más que por la cristalización del cuerpo físico. ¿Y dónde estaba este Espíritu Divino antes de la solidificación de la Tierra y de la conciencia? El «Génesis» nos dice que «El espíritu de Dios se movía sobre las aguas». Este Espíritu Divino, esta chispa del yo, estaba todavía en el mundo astral, donde todas las conciencias se funden como las olas en el Océano.

En el Mundo Devakánico superior en su cuarto plano denominado «arupa» (sin forma o sin cuerpo), donde comienza esa especie de antimateria denominada Akasa, es donde reside la conciencia de los minerales. Es necesario adquirir un sentido verdadero de lo que es el mineral y encontrar el lazo moral que nos une a él. Los Rosacruces, en la Edad Media, hacían admirar a sus discípulos la castidad del mineral. Imaginad, le decían, que si el hombre pudiera quedar tal como es, en lo tocante a su pensamiento y sentimiento, pero quedara tan puro y desprovisto de deseos como el mineral, se encontraría en posesión de una fuerza espiritual infalible. Si por un lado puede decirse que los espíritus de los distintos minerales se encuentran en el Devakán, también puede decirse recíprocamente que el espíritu del mineral es como el hombre que viviera exclusivamente con una conciencia devakánica. No hay que negar la conciencia a los demás seres. El hombre ha pasado por todos esos grados de conciencia en la curva descendente de la Evolución.

Originalmente fue semejante a los minerales, en el sentido de que su yo residía en un mundo superior y lo guiaba desde arriba, pero la evolución tiene por objeto liberarlo de su dependencia con respecto a los demás seres dotados de conciencia superior a la suya y conducirlo hasta el nivel en que pueda ser plenamente consciente en los planos más elevados. Todos estos planos de conciencia se cruzan hoy en el hombre:

La conciencia del mineral que equivale a la del sueño profundo, sin ensueños.
La conciencia del vegetal, que es la del sueño ordinario.
La conciencia animal, esto es, la del sueño con ensueños.
La conciencia física objetiva, que es la conciencia de vigilia normal, mientras que las dos precedentes son remanentes atávicos.
Una conciencia que repite la del tercer grado, pero conservando ahora la objetividad adquirida. Las imágenes tienen colores firmes y son distintas del que las percibe; desaparece la atracción o repulsión subjetiva. En esta nueva conciencia imaginativa, conserva sus derechos la razón adquirida en el Mundo Físico.
Ya no es el ensueño, sino el sueño mismo que se transforma ahora en estado consciente. No solamente percibimos las imágenes, sino que penetramos en la esencia de los seres y de las cosas y percibimos su sonoridad interior. En el mundo físico damos un nombre a cada cosa, pero este nombre siempre permanece exterior a la cosa misma. No hay más que nosotros mismos que podamos expresarnos de dentro a fuera diciendo: «Yo», el nombre de la individualidad consciente. Aquí está el punto fundamental de toda psicología. Gracias a este nombre nos diferenciamos de todo el resto del Universo. Pero cuando alcanzamos la conciencia del Mundo de los Sonidos, cada cosa nos dice su nombre inexpresable. Gracias a la clariaudiencia percibimos el sonido que expresa su ser íntimo y que hace de ella una nota en el Universo, completamente distinta de todas las demás.
Un paso más allá el sueño profundo se vuelve consciente. Este estado es indescriptible y sobrepasa toda posible comparación. Lo más que se puede decir de él es que existe.
Tales son los siete estados de conciencia a través de los cuales pasa el hombre. Y pasará también por otros todavía. Siempre hay un principio en el centro, tres atrás y tres adelante, que reproducen en un nivel superior los tres estados inferiores. El viajero que avanza está siempre en el “medio” del horizonte. Cada estado de conciencia se elabora en el curso de siete estados de vida, y cada estado de vida en el curso de siete estados de forma. Siete estados de forma constituyen por lo tanto un estado de vida; siete estados de vida componen toda una Evolución Planetaria, tal como el de nuestra Tierra, por ejemplo.Los siete estados de vida llegan a formar Siete Reinos, de los cuales sólo cuatro son visibles actualmente: el Mineral, el Vegetal, el Animal y el Humano.

El transcurso o duración de un estado de vida se denomina ronda o revolución.El hombre pasa, pues, en cada estado de conciencia a través de 7×7 estados de forma, lo cual significa 7x7x7 metamorfosis o sean 343, que constituyen otras tantas etapas de la naturaleza humana.Si pudiéramos representar en un solo cuadro los 343 estados de forma, tendríamos una imagen del Tercer Logos. Si pudiéramos representarlo en esa misma forma los 49 estados de vida, tendríamos una imagen del Segundo Logos, y si pudiéramos igualmente representarnos así los siete estados de conciencia, tendríamos una idea del Primer Logos.

La Evolución consiste en una acción recíproca de todas estas formas. Para pasar de una forma a otra es necesario un nuevo espíritu (esta es la acción del Espíritu Santo). Para pasar de un estado de vida a otro se necesita una nueva fuerza (la acción del Hijo), mientras que para pasar de un estado de conciencia a otro, es necesaria una conciencia nueva (la acción del Padre). Jesucristo introdujo en la Humanidad un nuevo estado de vida y fue verdaderamente el Logos hecho carne. Con la aparición del Cristo penetró en el mundo una nueva fuerzaque preparó una nueva tierra y una nueva relación con el Cielo.

Édouard Schuré - El Logos y el Mundo

 

Ahora tratemos de remontamos, por la contemplación del desenvolvimiento humano, hasta el Logos, que ha creado nuestro mundo; y volvamos, con ese fin, sobre los pasos de esta evolución hasta cierto punto. La ciencia exotérica actual remonta históricamente hasta la edad de piedra, durante la cual el hombre vivió en las cavernas, sin conocer otra arma que las piedras talladas. Su vida era simple, su horizonte estrecho, su pensamiento limitado a la defensa de la vida y a la búsqueda del alimento. La ciencia oculta llega más allá de esta edad de piedra, a otra época de la humanidad, la de los hombres que habitaron el continente llamado Atlántida.

Ellos se distinguieron de la humanidad posterior por su aspecto físico. El hombre prehistórico -el hecho es conocido- presenta ya una parte frontal no desarrollada, porque el desenvolvimiento de la parte anterior de la frente prosigue paralelamente al del cerebro y al del pensamiento. El cerebro físico era, en otros tiempos, mucho más pequeño que la parte etérica, que excedía por todas partes. En el curso de la evolución, las proporciones de las dos cabezas se aproximaron. Cierto punto del cerebro etérico, que se encuentra hoy en el interior del cráneo, entonces era exterior. Hubo un momento en la evolución de los atlantes, que duró muchos millones de años, y en que este punto se interiorizó. Este momento es capital porque desde que el hombre comenzó a pensar, a conocerse, a decir «yo», comenzó también a combinar, a calcular, lo que no había podido hacer antes. Por lo contrario, los primeros atlantes poseían una memoria más fiel, más impecable. Toda su ciencia reposaba no sobre las relaciones de los hechos, sino sobre la memoria de los hechos. Sabían, por la memoria, que cierto acontecimiento ocasionaba siempre una serie de otros; pero no captaban la causa, de esos hechos, y no podían pensar en ellos. La idea de causalidad no existía en ellos más que en estado embrionario. A esta poderosa facultad de memoria, agregaban otra no menos preciosa: la fuerza de voluntad. El hombre de hoy, no puede actuar directamente por su voluntad, sobre las fuerzas de la vida. No sabe, por ejemplo, apresurar, por su voluntad, el crecimiento de las plantas. El Atlante lo podía y hasta sacaba de las plantas una fuerza etérica que sabía emplear. Ello hacía por instinto, sin la ayuda del conocimiento y del razonamiento preciso que llamamos hoy espíritu científico. A medida que apareció la fuerza intelectual en el Atlante, con la reflexión, el cálculo, el pensamiento, sus facultades instintivas y clarividentes declinaron.

Si nos remontamos aun más hacia atrás, en la historia de los atlantes, llegamos a una época muy remota en que les fue posible la expresión por el lenguaje, es decir, por los sonidos articulados. Este momento corresponde a aquel en que el hombre aprendió a marchar erguido. Porque el lenguaje no puede aparecer más que en los seres que tienen el cuerpo erecto.

Es necesario poder tenerse erguido para pronunciar sonidos articulados. Antes que existiera el continente y la gran raza atlante, de donde salieron todas las razas de Europa y de Asia, hubo otro continente y otra raza humana, la cual estaba todavía sumergida en la animalidad: la de los Lemures. La ciencia no la admite aún sino como una hipótesis; sin embargo, ciertas islas al sur de Asia y al norte de Australia, son testimonio de ella, porque son los restos metamorfoseados del antiguo continente lemur.

La temperatura era, en esas épocas, mucho más elevada que en nuestros días. La atmósfera era vaporosa, formada por aire y agua, surcada por innumerables corrientes. Encontramos aquí seres humanos rudimentarios, que respiraban no por la boca, sino por branquias. En la evolución humana los órganos no cesan de transformarse, de cambiar de naturaleza y de objeto; así el hombre primitivo marchaba en cuatro patas y carecía aún de sonidos articulados para hablar y de oídos para oír. Tenía, además, para moverse en el elemento semilíquido, semigaseoso que lo rodeaba, un órgano que le servía de aparato para flotar y nadar. Cuando los elementos se separaron y el hombre se mantuvo erguido sobre la tierra firme, ese órgano se transformó en pulmones, sus branquias en orejas, sus miembros delanteros en brazos y manos, libres instrumentos de trabajo. Además, adquirió la palabra articulada.

Esta transformación fue de una importancia capital para la humanidad. En el «Génesis» podemos leer (Cap. VI.7), que «El Eterno Dios sopló en las narices del hombre el aliento de vida, y el hombre recibió un Alma Viviente». Este pasaje describe el momento de la Evolución en que las branquias del hombre se transformaron en pulmones, cuando comenzó a respirar el aire exterior. Con la facultad de respirar adquirió a la vez un Alma interna y con ella la posibilidad de sentirse dentro de sí mismo, a la vez que de sentir el YO viviente en el alma.
Una vez que el hombre comenzó a aspirar el aire por sus pulmones vio fortificarse su sangre, lo que permitió que las almas superiores al alma colectiva de los animales, almas ya individualizadas por el principio egóico, pudieran encarnarse en él para arrastrar toda la evolución hacia sus fases plenamente humanas y luego divinas. Estas almas no hubieran podido encarnarse jamás antes de que los cuerpos aspiraran aire, porque el aire es un alimento anímico. En este tiempo el hombre aspiró literalmente del Alma Divina que le vino del Cielo. Las palabras del «Génesis», consideradas en sentido evolutivo de la especie humana, deben ser tomadas literalmente. Respirar es lo mismo que espiritualizarse. De ahí proceden los ejercicios del antiquísimo yoga del Oriente, basados en el ritmo de la respiración que permite que el cuerpo se haga permeable al espíritu que en él reside. Mediante la respiración comulgamos y nos unimos con el Alma del Mundo. El aire que aspiramos es la vestidura corporal de esta alma superior, así como la carne de nuestro cuerpo constituye la vestidura de nuestro Ser inferior.
Estos cambios respiratorios marcan el pasaje de la antigua conciencia, que sólo estaba animada por imágenes, como si fuera un espejo, a la conciencia actual que recibe del cuerpo las percepciones sensibles y les quita su carácter objetivo. La conciencia imaginativa no podía reflexionar sobre un objeto, sino que se forjaba un contenido interior mediante una fuerza plática nacida de ella misma. Cuanto más retrocedemos hacia el pasado, tanto más nos es dable comprobar que el alma del hombre no estaba dentro de él, sino en torno de él. Podemos alcanzar un punto en que descubrimos que los órganos sensoriales no existían más que germinalmente, en el cual el hombre sólo percibía de los objetos externos una impresión de atracción o de repulsión, de simpatía o de antipatía. Y este ser que no era todavía un hombre, en el sentido que nosotros damos hoy a esta palabra, sino apenas un germen del hombre, dirigía sus movimientos de acuerdo con esas atracciones y repulsiones. No tenía razonamiento alguno y la glándula pineal, que antes había sido un órgano esencial, constituía por sí sola el cerebro entero.

En el hecho de esta conciencia imaginativa se encuentra la respuesta a todas las discusiones filosóficas acerca de la objetividad o de la realidad del mundo y la refutación de las filosofías puramente subjetivistas como las de Berkeley. El Universo y el hombre son, a la vez, subjetivos y objetivos. Estos dos polos del Ser y de la Vida son necesarios a la Evolución. Lo subjetivo universal se convierte en el Universo objetivo gradualmente, y el hombre procede de lo subjetivo a lo objetivo por la constitución gradual de su cuerpo físico y luego retorna de lo objetivo a lo subjetivo por el desenvolvimiento de su Alma superior, «Manas», de su Espíritu Viviente, «Budhi», y de su cuerpo espiritual, «Atma». La conciencia que tenemos en estado de sueño es una supervivencia atávica de la conciencia imaginativa del pasado.

Una particularidad de esta conciencia imaginativa es que es creadora. Puede crear, en toda su realidad propia, formas y colores que no existen en la realidad física. La conciencia objetiva es analítica y la conciencia subjetiva es plástica y constituye una fuerza mágica, como bien lo deja entrever su etimología, «Imagen». Acabamos de ver cómo la conciencia objetiva y analítica del hombre sucedió a la conciencia subjetiva plástica. El proceso por el cual el alma que antes envolvía el cuerpo físico como una nube, penetra luego en él, puede compararse al de esos animalitos que primeramente secretan su propia concha y luego se meten dentro de ella. Así fue cómo el Alma penetra en el cuerpo que primeramente había modelado y en el cual ella misma había preparado anticipadamente los órganos de percepción necesarios.

La fuerza de la visión de que nuestro ojo está dotado actualmente, es la misma fuerza que antes se ejerció sobre él desde el exterior para construirlo. La inversión de la actividad del Alma que de externa se convierte en interna, siempre ha quedado marcada por un jeroglífico: el de dos torbellinos en sentido contrario, uno hacia adentro y otro hacia afuera, en la forma en que se escribe el signo zodiacal de Cáncer. Este signo marca siempre el fin de una orientación y el comienzo de otra en sentido inverso. A mediados de la tercer época terrestre, o sea, la época Lemúrica, es cuando el Alma entró en la morada que ella misma se había constituido y la animó desde el interior. Si nos remontamos más allá de ese tiempo, nos encontramos en presencia de una humanidad puramente astral, viviendo igualmente en una tierra astral. Más atrás aun, el hombre y la tierra eran puramente devakánicos. El hombre no tenía entonces ni siquiera una conciencia imaginativa, sino que vivía en los pensamientos puramente cósmicos. Su alma superior estaba todavía mezclada con todo el Universo, participando del pensamiento universal.

Cuanto más nos remontamos hacia el desenvolvimiento paralelo de la tierra y del hombre, tanto más los encontramos en estado fuidico y embrionario, y tanto más se aproximan al puro estado espiritual. Actualmente hemos llegado al punto más bajo de la curva descendente, la tierra y el hombre han adquirido su mayor grado de solidez y tendrán que comenzar el ascenso mediante la acción de la voluntad individual hacia el estado puramente espiritual.

¿Qué sentido tiene toda esta evolución? ¿Dónde se encontraban los seres que al principio no eran más que gérmenes? ¿De dónde salió el género humano? ¿Quién lo creó? Para poder contestar a todo esto tenemos que dar un paso más que nos revela un grado de vida y de poder de manifestación  superior a la vida humana y planetaria. ¿En qué difiere la vida humana y planetaria de la del Logos? Esta pregunta parece exigirnos algo como un salto hacia lo desconocido, en un universo de otro orden. Sin embargo, existen en nuestro mundo fenómenos análogos que nos permiten comprender, o, por lo menos presentir, el poder creador del Logos.

Supongamos que una inteligencia humana llegara a abarcar todo cuanto le fuera accesible, que tuviera el conocimiento ordenado de toda la experiencia terrestre y de toda la experiencia planetaria. Esa inteligencia podría entonces revivir todas las formas de la evolución, pero no podría, con esa sola fuerza, ir más allá de la aparición del hombre y del sistema planetario del Universo. Permanecería dentro del dominio de la que ha podido experimentar el hombre: nuestra inteligencia no podría sobrepasar ese límite.

Sin embargo, podemos elevarnos a otro estado de conciencia más allá desde la reproducción de las experiencias de la inteligencia. Existen ciertas formas o estados de actividad productora, en las que el espíritu del hombre se convierte en creador y puede dar a luz cosas jamás vistas, completamente nuevas. Tal es el estado del alma del escultor, por ejemplo, en el momento en que concibe o ve, como en un relámpago, ante su espíritu, la forma de una estatua cuyo modelo jamás ha visto. Tal el estado del alma del poeta que concibe una obra maestra de un golpe, en una visión creadora de su espíritu.

Esta fuerza productiva no inspira ideas de orden intelectual, sino sentimientos de orden espiritual. Observemos la gallina que incuba sus huevos. Está completamente absorbida en la incubación y experimenta con ello un sentimiento de voluptuosidad, en el que entrevé, como en un sueño, la eclosión del pollito alado. Esta voluptuosidad de la creación se encuentra en todas las etapas del cosmos y desprende un calor análogo. Si uno se representa la inteligencia universal como el mundo de los pensamientos accesibles al Yo Superior (Manas), se percibe en seguida que esta fuerza del calor que compenetra el Universo, emana de la fuente creadora de toda vida (el Espíritu de Vida, Budji) y así puede presentirse ese mundo de productividad que existía antes que el nuestro, que incubaba, por así decirlo, el nuestro. De esta manera se eleva uno de Manasa Budji y de Budji a Atma. El Verbo que engendró el Yo del hombre, el Microcosmos, es el tercer Logos.

Si entonces se representa uno la fuerza del Yo Superior del hombre -de Manas extendida a todo el Universo, como un calor que engendra la vida, llegaremos al Segundo Logos, que engendra la vida microcósmica, de la cual el alma humana posee un reflejo en sus actividades creadoras (Espíritu Viviente-Budji). Su fuente común es el Primer Logos, el Dios Insondable, el centro de toda manifestación.

Desde los más antiguos tiempos el Ocultismo ha representado estos Tres Logos con los signos siguientes: Primer Logos Segundo Logos Tercer Logos – Dios Macrocosmos Microcosmos resumiéndoles en la cifra 7-7-7, número esotérico de los tres Logos. Su número exotérico es la multiplicación sucesiva de estos tres septenarios evolutivos, o sea 343.

Édouard Schuré - El Devacán o el cielo

 

Lo que por hábito se llama en sánscrito Devakán, es ese largo espacio de tiempo que transcurre entre la muerte de un hombre y un nuevo nacimiento. Después de la muerte, el alma empieza, en el plano astral, a perder los instintos ligados a su cuerpo. Pasa en seguida al Devakán, donde vive una larga vida entre dos encarnaciones. Como el mundo astral, el mundo devakánico no es un medio ni un lugar, sino un estado. Nos rodea hasta en esta vida, aunque no percibamos nada de él. Para comprender por analogía el estado devakánico, así como las funciones del Devakán en la vida terrestre y en la vida universal, lo mejor será partir, una vez más, del estado de sueño.

 El sueño es, para la inmensa mayoría de los hombres, un estado enigmático. En el sueño, el cuerpo etérico del hombre permanece ligado al cuerpo dormido y continúa su trabajo vegetativo y reparador; pero el cuerpo astral y el yo del individuo se separan de ese cuerpo dormido para vivir una vida independiente. Durante el día, toda nuestra vida consciente, consume, quema, el cuerpo físico. De la mañana a la noche el hombre gasta su fuerza; el cuerpo astral transmite al cuerpo físico sensaciones que lo gastan y lo debilitan. En la noche, por el contrario, el cuerpo astral trabaja en forma totalmente contraria. No transmite ya sensaciones venidas de fuera, elabora esas sensaciones y pone orden y armonía allí donde la vida había puesto desorden y discordancia por el caos de las percepciones.

Durante el día, el cuerpo astral cumple un trabajo pasivo, es receptor y transmisor. Durante la noche desempeña un plan activo de orden y de construcción que repara las fuerzas gastadas. La particularidad del hombre en su estado astral, es que su cuerpo astral no puede hacer al mismo tiempo ese trabajo nocturno de reparación y percibir lo que pasa alrededor de él en el mundo astral. ¿Cómo llegar a descargar al cuerpo astral de su trabajo, a fin de liberarlo para la vida en el mundo astral?

El procedimiento del adepto para liberar su cuerpo astral es cultivar las sensaciones y los pensamientos que poseen ya por sí mismos un cierto ritmo comunicable al cuerpo físico, y, por otra parte, evitar todos aquellos que arrojan sobre él el desorden y la confusión. Proscribe al abandono desordenado, a las alegrías extremas; así como a los extremos dolores, y predica la igualdad de alma.

Una ley soberana rige la naturaleza y es que todo debe llegar a ser rítmico. Cuando el hombre ha desarrollado la flor de loto de doce pétalos que constituye su órgano de percepción, y de radiación astral y espiritual, puede actuar sobre su cuerpo y darle un ritmo nuevo que repare sus fatigas. Gracias a ese ritmo y a ese restablecimiento de la armonía, el cuerpo astral no tiene ya necesidad de cumplir, mientras el cuerpo duerme, su trabajo de reparación, sin el cual el cuerpo físico caería en ruinas.

Toda la vida del día no es más que devastación del cuerpo físico. Todas las enfermedades provienen de excesos del cuerpo astral. El que come con exceso provoca en su cuerpo astral goces que reaccionan sobre su cuerpo físico, perturbándolo. Arruina el cuerpo para procurarse goces caóticos. Es por esta razón que ciertas religiones imponen el ayuno. Por el ayuno, el cuerpo astral, menos ocupado y más encalmado, se separa parcialmente del cuerpo físico, sus vibraciones se apaciguan y comunican al cuerpo etérico un ritmo regular. El ayuno vuelve, pues, al cuerpo etérico su ritmo; pone en armonía la vida, (cuerpo etérico) y la forma (cuerpo físico), es decir, el universo en armonía con el hombre.

Acabamos de ver qué papel desempeña el cuerpo astral durante el sueño. ¿Dónde se encuentra durante el sueño el Yo del hombre? Precisamente en el Devakán. Pero nuestro sueño no tiene conciencia de él. Es necesario distinguir el sueño lleno de ensueños, del sueño profundo. El sueño profundo, sin ensueños, el que viene después de los primeros ensueños, responde al estado devakánico. No lo recordamos porque este estado no es consciente para el cerebro físico, ordinario. Sólo la iniciación superior puede dar la conciencia de las percepciones del sueño profundo. El iniciado posee la continuidad de la conciencia a través del estado de vigilia, de sueño con ensueños y de sueño sin ensueños. El reúne esos tres estados en la totalidad de su ser.

Estudiemos ahora la situación del hombre en el Devakán, después de su muerte. Al cabo de cierto tiempo, el cuerpo etérico se dispersa en las fuerzas del éter viviente. ¿Cuál es entonces la tarea del cuerpo astral y de la conciencia? Se trata de que el Yo y el cuerpo astral vuelvan a construírse un nuevo cuerpo etérico para la existencia que va a seguir. La morada en el Devakán está en parte consagrada a la adquisición de estas cualidades.

En efecto, la sustancia del cuerpo etérico, como la del cuerpo físico, cambia constantemente, al punto de ser renovada en siete años, enteramente. Igualmente la sustancia etérica se renueva aunque su forma y su estructura permanecen idénticas bajo la acción del Yo Superior. A la muerte, esta sustancia vuelve enteramente al medio etérico y tampoco del cuerpo físico queda nada de una encarnación a otra. Las encarnaciones sucesivas se cumplen, pues, con cuerpos etéricos enteramente renovados, y es por eso que la fisonomía y la forma del cuerpo cambian totalmente de una encarnación a otra. Ella depende, no de la voluntad del individuo, sino de su Karma, de sus pasiones y de sus acciones involuntarias.

Esto es completamente diferente para el Discípulo que pasa por una iniciación. El desarrolla desde aquí abajo su cuerpo etérico de manera que lo conserva y lo hace capaz de entrar en el Devakán después de la muerte. El ha llegado a despertar sobre la tierra, en el seno de las fuerzas etéricas, un espíritu de vida que constituye una de las tres partes desde entonces imperecederas de su ser. Este cuerpo etérico es adorado en espíritu de vida, se llama en sánscrito Buddhi. Cuando el discípulo ha conquistado este espíritu de vida, no tiene ya necesidad de reformar enteramente su cuerpo etérico entre dos encarnaciones. Pasa, pues, un tiempo mucho más corto en el Devakán. Por eso lleva de una a otra encarnación las mismas disposiciones, el mismo temperamento, el mismo carácter.

Cuando el maestro en ocultismo llega a dirigir conscientemente, no sólo su cuerpo etérico, sino también su cuerpo físico, de éste resulta también un principio espiritual que se llama en sánscrito: Atma, es decir, hombre-espíritu. Llegado a este grado, el iniciado conserva los rasgos de su cuerpo físico cada vez que reencarna sobre la tierra. Conserva su conciencia total al pasar de la vida celeste a la de la tierra y de una encarnación a otra. Ahí está el origen de las leyendas de Apis en Egipto o de Mitra en Persia. Es decir, que para ellos no hay kamaloca ni devakán, sino continuidad persistente de la conciencia más allá de las muertes y los nacimientos.

A veces se hace a la reencarnación la objeción siguiente: Cuando el hombre ha cumplido su misión sobre la tierra, él la conoce, ¿por qué debe volver nuevamente? La objeción sería justa, si el hombre volviera a la misma tierra. Pero como generalmente no vuelve sino al cabo de dos mil años, encuentra una naturaleza, una tierra y una humanidad nuevas; porque ellas han evolucionado a su vez y así él puede hacer un nuevo aprendizaje y cumplir una nueva misión.

Esos períodos de renovación de la tierra, que determinan los tiempos de las reencarnaciones, están determinados por la marcha del sol a través de los signos del Zodíaco. Ocho siglos antes de Jesucristo, el sol tenía su punto vernal en el signo de Aries.

Vemos un reflejo de ello en la leyenda del Toisón de oro y el nombre de Cordero de Dios que se da al Cristo. Dos mil ciento sesenta años más tarde, el punto vernal del sol se encontraba en el signo de Taurus, el que influencia los cultos, como el del Buey Apis en Egipto o el de Mitra en Persia. Dos mil ciento sesenta más tarde, en Géminis, se encontraba el punto vernal y encontramos una imagen de ello en la cosmogonía de la antigua Persia y en las dos figuras de Ormuzd y Ahriman. Cuando se hundió la civilización atlántica y preludiaron los tiempos védicos, el Sol tenía su punto vernal en Cáncer, que marca el fin de un período y el principio de otro.

Los pueblos han tenido conciencia siempre de la importancia de las relaciones que los unen con las constelaciones. De modo que los grandes períodos de la humanidad, sufren la influencia de las revoluciones celestes, y marcha la tierra en relación con el sol y las estrellas.

Este hecho explica la diferencia entre las épocas y da a las encarnaciones que se producen en cada una de ellas un sentido nuevo, porque dos mil ciento sesenta años forman el tiempo necesario para una encarnación masculina y una femenina, es decir, a los dos aspectos bajo los cuales el hombre recoge toda la experiencia de una época. ¿Qué es lo que produce sobre la tierra una nueva flora y una nueva fauna? Son los Devas y las formas del Devakán. Darwin trata de explicar la evolución terrestre por la lucha por la existencia, lo que no explica nada. Para el ocultista, las formas actuantes del Devakán son las que modifican la flora y la fauna. Y cuanto más avanzado es el hombre, más puede participar de este trabajo. La actividad del hombre es tanto más constructiva sobre las formas de la naturaleza, cuanto que ha desarrollado su conciencia.

El iniciado, dice el Devakán, puede trabajar en el mundo donde nacen las plantas nuevas. Porque el Devakán es el mundo donde toma forma la vegetación. En el kamaloca astral, el hombre trabaja en la construcción del reino animal.El kamaloca está en la esfera lunar en tanto que el Devakán depende del sol.

El hombre está así ligado a todos los reinos de la naturaleza. Platón habla del símbolo de la Cruz diciendo que el alma del mundo está ligada al cuerpo del mundo como sobre una cruz. ¿Qué significa esta cruz? Es el alma que pasa por todos los reinos de la naturaleza. En efecto, al contrario del hombre, la planta tiene su raíz, o si se prefiere su cabeza, portadora de sus sentidos nutricios, abajo, y vuelve, al contrario, castamente a lo alto, al sol, sus órganos de generación. El animal es un intermediario, en su posición comunmente horizontal. El hombre y la planta se erigen verticalmente y forman una cruz, la cruz del mundo, con el animal puesto de través.

La participación del hombre, después de la muerte, en los planos superiores, para la construcción de los reinos inferiores, llegará a ser consciente en los tiempos futuros. La conciencia regirá las relaciones que hacen que a una nueva flora, corresponda siempre una nueva cultura humana. La misión divina del espíritu es trabajar en forjar el porvenir. No habrá más milagro ni azar. La flora y la fauna serán la expresión voluntaria del alma humana transfigurada.

Este trabajo que se cumple sobre la tierra es realizado por dos lados: por los Devas (los Dioses) y por el hombre. Si construimos una catedral, trabajamos el mineral. Las montañas de los dos lados del Nilo son la obra de los Devas; los Templos en sus riberas son la obra del hombre. Y los dos tienen el mismo fin: la transfiguración de la tierra. Más tarde el hombre aprenderá a formar todos los reinos de la naturaleza con la misma conciencia con que forma hoy los minerales; moldeará los seres vivientes y tomará sobre sí el trabajo de los dioses. Así, él transformará la tierra en Devakán.

El Devakán o morada de los Dioses, corresponde al Cielo de los Cristianos, al Mundo Espiritual de los Ocultistas. Está de más decir que describiendo estas regiones, que no son extraterrestres más que en apariencia, puesto que están en relación viviente con nuestro mundo, pero que están fuera del alcance de nuestros sentidos físicos, no se puede hablar más que por símbolos y alegorías, porque nuestra lengua no está hecha más que para el mundo de los sentidos.

El Devakán presenta siete grados o siete regiones distintas, que se escalonan en orden ascendente. No son etapas o lugares precisos, sino estados del alma o del espíritu. El Devakán está en todas partes, nos rodea, como el mundo astral. Solamente que no la vemos. El iniciado adquiere sucesivamente, por ejercicios, las facultades necesarias para verlo. Vamos a estudiar cómo él se abre gradualmente a quien adquiere posibilidades de percepciones nuevas.

Con la primera forma de la clarividencia, los sueños se hacen más regulares y producen la aparición de figuras notables, palabras llenas de sentido, ellos se cargan de más en más de un sentido que no se puede descifrar y que se relaciona con la vida real. Se sueña, por ejemplo, que la casa de un amigo se incendia, y uno se entera en seguida que acaba de caer enfermo. Esas primeras aberturas del Devakán lo hacen asemejar a un cielo atravesado por nubes que se agrupan, y revisten poco a poco formas vivientes.

Con la segunda forma de la clarividencia, los sueños toman contornos más precisos. Son las figuras geométricas y simbólicas de las más elevadas religiones, los signos sagrados de todos los tiempos, que son, hablando propiamente el idioma del Verbo Creador, los jeroglíficos vivientes de la lengua universal: la Cruz, el signo de la Vida; el pentagrama o estrella de cinco puntas, signo del verbo; el hexagrama, signo del Macrocosmos en líneas abstractas, aparecen aquí coloreados, vivientes y fulgurantes sobre un fondo de luz. No son, sin embargo, la vestidura de seres vivientes, pero designan, por así decirlo, las normas y las leyes de la creación. Con ellos han sido formadas las figuras animales que los primeros iniciados eligieron para representar las revoluciones del Sol en las constelaciones del Zodíaco.

Los iniciados han traducido sus visiones en estos signos, por ejemplo, en el de Cáncer, que figura un torbellino hecho en los dos sentidos contrarios. Los más antiguos caracteres escritos, sánscritos, egipcios, griegos, rúnicos, de los cuales cada letra tiene siempre un sentido ideográfico, han sido todos, en su origen, figuras celestes. En este grado de su visión, el discípulo no está más que en el umbral del Devakán; se trata de penetrar allí y de encontrar el pasaje que conduce del mundo astral al primer grado del mundo devakánico.

Todas las escuelas secretas han conocido este camino y aun el cristianismo en los primeros siglos, aunque no recurría a los antiguos modos de iniciación, poseyó no obstante una enseñanza esotérica de la cual se encuentran aún trazas. Así por ejemplo, los «Actos» de los Apóstoles, menciona Denys, que fué un discípulo de San Pablo, y que enseñó un cristianismo esotérico. Más tarde, Juan Scot Eiregene, en la corte de Carlos el Calvo, en el siglo IX fundó un cristianismo esotérico. Después de esto, poco a poco, es recubierto por el dogma: sin embargo, cuando se penetra en el Devakán, se ve confirmar la descripción que de él ha hecho Denys.

La respiración rítmica que prescribe el sistema del Yoga, es uno de los medios practicados para penetrar en el mundo del Devakán. El signo cierto de que esta entrada ha tenido lugar, es que la conciencia atraviesa por una experiencia que es designada en la filosofía védica por estas palabras: «tat-twam-así» (aquí estás tú).

El hombre ve, en sueño, su propia forma corporal, desde fuera. Ve su cuerpo extendido sobre el lecho, pero como una envoltura vacía; alrededor de ella, el cuerpo astral que irradia como un nimbo ovoide; aparece después como un aura de la cual se hubiera retirado el cuerpo, en tanto que el cuerpo aparece como un molde hueco y vacío. Es una visión en que las relaciones están invertidas, como en una imagen fotográfica negativa.

Uno se habitúa a esta visión respecto a todas las cosas. Se ve en cierto modo, el alma de los cristales, de las plantas, de los animales, bajo forma de radiaciones, en tanto que la sustancia física aparece como un hueco, un vacío. Pero sólo las cosas naturales pueden verse así, nada de lo que está hecho por la mano del hombre. En este primer grado del Devakán, se contempla, pues, la faz astral del mundo físico; es la que se llama los continentes del Devakán, la forma negativa de los valles, de las montañas, los continentes, etc, físicos. Entrenándose en meditar, mientras se retiene el aliento, se llega al segundo grado del Devakán.

Los huecos que forma la sustancia física, se llenan de un sistema de corrientes espirituales, que son las de la vida universal que atraviesan todas las cosas: es el océano del Devakán. Aquí el iniciado se sumerge en la fuente surtidora de toda vida. El ve esta vida como una red de ríos inmensos cuyos canales lo irrigan todo. Al mismo tiempo, una sensación extraña y ligeramente nueva lo penetra. Comienza a sentirse vivir en los metales. Reichembach, autor del libro sobre el Od, había constatado este fenómeno en los sujetos sensitivos a los cuales hacía adivinar los metales envueltos en trozos de papel. Las entidades que uno encuentra en esta región son las que Dionisio, el Areopagita, llama los arcángeles o animadores de los metales, corresponden al segundo grado de la clarividencia.

Se llega al tercer grado del Devakán cuando libera su pensamiento de todo vínculo en el mundo físico, cuando uno puede sentirse en la vida del pensamiento sin contenido de pensamientos. El Maestro dice a su discípulo: «Vive de manera que poseas la función del intelecto sin su contenido». Un nuevo mundo se abre entonces. Después de haber visto los continentes y los ríos del Devakán (es decir el alma astral de las cosas y las corrientes de vida) se percibe el aire, la atmósfera devakánica. Esta atmósfera es completamente diferente de la nuestra, su sustancia es sonora, viviente, sensible como un sentimiento. Responde a cada uno de nuestros gestos, de nuestros actos, de nuestros pensamientos, por ondulación, resplandores y sonidos.

Todo lo que pasa sobre la tierra repercute allí como formas de colores, de luces, de sonidos. Sea que se viva allí durante el sueño, sea después de la muerte, se puede seguir allí el eco de la tierra. Se puede, por ejemplo, prestar oídos a una batalla; no se ve la batalla misma, ni sus peripecias, no se oyen los gritos de los combatientes, ni los cañonazos. Pero luchas y pasiones aparecen bajo formas de relámpagos y truenos. Así pues, el Devakán no nos separa de la tierra, nos la muestra como es desde fuera. No se siente el dolor y la alegría de uno. Se las mira objetivamente como un espectáculo. Es un nuevo aprendizaje de la compasión y de la piedad. El devakán es una escuela donde se observa desde un punto más elevado los dolores y los goces de este mundo, donde uno se esfuerza por transmutar las penas en alegrías, las caídas en nuevos ímpetus, la muerte en resurrección.

Esto no tiene nada de común con la contemplación pasiva y la felicidad más o menos egoísta del cielo, tal como se lo figuran ciertos autores religiosos que piensan que los sufrimientos de los condenados hacen parte de la felicidad de los elegidos. Es un cielo viviente, donde el deseo infinito de simpatía y de acción que mora en el alma humana se abre en campos de actividad sin límites y con perspectivas infinitas.

En el cuarto grado de la penetración en el Devakán, las cosas aparecen bajo la forma de sus Arquetipos. Ya no es el aspecto negativo sino su forma original que aparece. Es el laboratorio del mundo que encierra todas las formas de las cuales ha salido la creación; son las “ideas” de Platón, “el reino de las madres” de que habla Goethe y del cual retira el fantasma de Elena. Lo que aparece en ese estado del Devakán es lo que la India llama crónica del Akasha.

En nuestro lenguaje moderno lo llamaríamos el cliché astral de todos los acontecimientos del mundo. Todo lo que ha pasado por el cuerpo astral de los hombres, se fija allí en una sustancia infinitamente sutil que es una materia negativa. Para comprender la posibilidad de estas imágenes que flotan en el mundo astral de la tierra, es necesario servirse de comparaciones y de analogías. La voz humana pronuncia palabras que forman ondas sonoras, penetrando por medio de otros oídos en otros cerebros, para producir allí imágenes y pensamientos. Cada una de estas palabras es una ola sonora de una forma muy particular que si pudiéramos verla se distinguiría de cualquiera otra. Figurémonos que esas palabras pudieran ser fijadas o congeladas como lo sería una ola de agua por un frío intenso y súbito. En ese caso las palabras caerían atierra bajo forma de aire congelado y se podría reconocer a cada una de ellas por su forma. Serían palabras cristalizadas.

Y ahora, en lugar del proceso de densificación, representémonos el inverso, sabemos que cada cuerpo puede pasar del estado más sólido al más inmaterial: sólido, líquido, gaseoso. La sutilización de la materia puede alcanzar un límite que se franquea para terminar en una materia negativa, la que se llama Akasha. Todos los acontecimientos se imprimen en ella de una manera definitiva y se puede volver a encontrarlos a todos, aun los del pasado más remoto. Estos cuadros del Akasha no son inmóviles, se desenvuelven constantemente como imágenes vivientes en que las cosas y los personajes se mueven y hasta a veces hablan. Si se evoca la forma astral del Dante, hablará allí en su estilo, conforme a su medio.

Estas imágenes casi siempre son las que se aparecen en las sesiones espiritistas y pasan por el espíritu del muerto. Es necesario aprender a descifrar las hojas de este libro de imágenes vivientes y a desenrrollar los innumerables rollos de la crónica del universo. No se llega a ello sino distinguiendo la apariencia de la realidad, el esquema, del alma viviente, lo que requiere un ejercicio cotidiano y un largo entrenamiento, a fin de evitarlos errores de interpretación. Porque podría suceder, frente a la forma del Dante por ejemplo, que se recibieran formas exactas, pero que ellas no emanarán de la individualidad del Dante que continúa evolucionando, sino del antiguo Dante fijado en el medio etérico de su tiempo.

El quinto grado es la esfera de la armonía celeste. Las regiones celestes del Devakán se distinguen por este hecho: todos los sonidos se tornan allí más nítidos, más luminosos, más sonoros. Se percibe allí en una gran armonía, la voz de todos los seres, lo que Pitágoras llamaba la música de las esferas. Es la palabra interior, el verbo viviente del universo. Cada ser adquiere ahora, para el clarividente, que ha llegado a ser clariaudiente, una sonoridad particular, como un aura sonora. Entonces, cada ser dice al ocultista su nombre. En el génesis, Jehovah toma a Adam por la mano y Adam nombra a todos los seres. En la tierra, el individuo está perdido en la multitud de todos los seres. Allí en cambio cada uno tiene su sonoridad particular y, sin embargo, al mismo tiempo se sumerge en todos los seres, llega a ser uno con todo lo que le rodea.

El discípulo en este grado es llamado El Cisne, oye los sonidos por medio de los cuales habla el Maestro y los trasciende al mundo. El cisne melodioso de Apolonio hace oír las sonoridades del más allá. Se dice que viene del país de los Hiperbóreos, es decir, del mundo de donde se pone el sol, del cielo. Ha llegado el momento en que se pasa al otro lado del mundo estelar. Se lee la crónica del Akasha, no ya del lado de la tierra sino del cielo, que viene a ser la escritura oculta de las estrellas. Se ve el interior de las estrellas, de las esferas, y se siente la fuente original del Universo, del Logos.

Encontramos en los mitos recuerdos de este grado del Cisne, notablemente en la Edad Media, por los relatos del Grial, que son reflejos de las experiencias del mundo Devakánico. Todas las proezas que se describen ahí son cumplidas por los caballeros del Grial, que representan los grandes impulsos, que por los Maestros atraviesan por la humanidad. El tiempo en que fue compuesta la leyenda del Grial bajo el impulso de los grandes Iniciados, es el del comienzo del reino de la burguesía, y en esa época se desarrolla el movimiento de las grandes ciudades libres, que viene de Escocia en Inglaterra y de allí va a Francia y a Alemania. El hombre liberado aspira inconscientemente a la verdad y a la vida divina.

En la leyenda de Lohengrin, Elsa representa el Alma humana, el Alma de la Edad Media que tiende a desenvolverse, la cual en ocultismo se representa siempre bajo una forma femenina. El caballero Lohengrin, que viene de un modo desconocido, del Castillo del Santo Grial, para liberarla, representa al Maestro que trae la verdad. Es el mensajero del Iniciado llevado por el cisne simbólico. El mensajero de los grandes iniciados se llama «Un Cisne», no se debe preguntar su origen ni su verdadero nombre, no se debe dudar de sus verdaderos títulos de nobleza. Se le debe de creer bajo su palabra y reconocer en su faz los rayos de la verdad. El que no tiene esa fe no es capaz de comprenderlo ni es digno de oírlo. De ahí que Lohengrin prohiba a Elsa que le pregunte su origen y su nombre. El cisne es el Chela que conduce al Maestro. El mensajero del Maestro en el plano físico es el discípulo iniciado que se ha elevado al quinto grado y que el Maestro envía al mundo. Así es como esta leyenda expresa lo que pasa en los mundos superiores. El Logos, el Verbo Solar y planetario proyecta su luz sobre los mitos y leyendas.