terça-feira, 9 de maio de 2023

La Filosofia Antigua

Desde la antigüedad, el término magia ha adquirido connotaciones peyorativas y se ha asociado a prestidigitación y supercherías de todo tipo. Tanto mageia como goēteia eran sinónimos de hechicería, un tipo de práctica mágico-ceremonial de carácter inferior debido a las inclinaciones particulares de quienes la practican, y no por los métodos o procedimientos con que se realiza, aunque este es también un tema muy debatido. El siglo III d.C. presentaba una cuestión disputada en la taxonomía y definición de sus prácticas y calidad ritual. En medio de esta disputa, también se acusó a la teurgia neoplatónica de tener equivalencia con la práctica de la magia (goēteia, hechicería). Gamblico, filósofo y teúrgo, fue un hombre que combinó el refinamiento y la profunda indagación espiritual filosófica con la devoción y la teofanía de un hierofante de misterios. Se esforzó por demostrar que la teurgia era una práctica ceremonial de tipo superior, unida a un estilo de vida filosófico. Gamblico enseñaba que la teurgia es el complemento religioso-ceremonial de la filosofía, creyendo que sólo la devoción inspirada podía llevar al filósofo de ver a estar en un estado arrebatador de unión con lo divino (henosis).

Como veremos más adelante, la filosofía antigua es una forma de vida, una manera distintiva de ver la realidad. La teurgia, en este mismo camino, no difiere de la filosofía, sino que la complementa. Es correcto decir que la filosofía y la teurgia son artes hermanas. En los primeros siglos de la era cristiana, especialmente entre los siglos III y IV, donde este enfrentamiento creció fervientemente, el cristianismo se presentó como una alternativa filosófica, ya que orientaba un estilo de vida sacramental de acuerdo con el Logos. En el proceso, rechazó y persiguió a los rivales de la filosofía helénica que perseguían los mismos objetivos espirituales pero con metodologías dialécticas y teúrgicas diferentes. Porfirio, maestro de Gambilio, clasificó a los cristianos en dos grupos, los sabios y los ignorantes. Los iletrados eran la mayoría, los polloi kai alloi, los letrados eran la minoría, los hairetikoi. Estos pocos eran los gnósticos, los que poseían la hairesis, una doctrina filosófica firme y opuesta.

Los gnósticos fueron completamente exterminados por los cristianos y la ekklesia, antes guiada por la philosophia verissima de Platón, se orientó ahora hacia los misterios menores. La lógica y los aspectos psíquico-cosmológicos de la filosofía fueron aceptados, pero la espiritualidad pagana fue furiosamente sofocada. La teurgia y la metafísica neoplatónicas de Jâmblico y Proclo se transformaron en la teología mística del Pseudo Dionisio, pero la dimensión teúrgica del neoplatonismo fue demonizada y perseguida.

La vida filosófica es esencialmente mística. Un filósofo en la antigüedad era un místico. Sin embargo, el acalorado y a veces sangriento enfrentamiento entre cristianos y paganos también cambió por completo la orientación de las academias de filosofía, que acabaron cerrándose por completo y sus profesores y alumnos fueron perseguidos. En este periodo se produjo una afluencia masiva del cristianismo, que arrebató a la filosofía las ideas filosóficas espirituales de la inmortalidad, dejando sólo una cáscara de discurso racional amorfo. El cristianismo se sirvió de los ejercicios espirituales de la filosofía, renunciando a ésta a un mero conjunto de especulaciones. Es esta filosofía desprovista de estilo de vida filosófico la que nos ha llegado hoy a nuestras universidades. La filosofía moderna es fruto directo de esta corrupción del neoplatonismo tardío y pagano en virtud de la apropiación cristiana de su espiritualidad. A partir del siglo IV d.C., la filosofía no volvería a ser la misma. Daría paso a la especulación filosófica abstracta de una actividad intelectual desprovista de identidad propia, perdiendo por completo sus dimensiones teológicas, religiosas y teúrgicas.

El rescate de la filosofía antigua puede, de este modo, establecerse a través de la práctica de la teurgia. La filosofía entendida como desarrollo de la tradición órfica, pitagórica y platónica, no se trata de una explicación teórica de la realidad, del mundo, sino antes de eso, de un rito de renacimiento, que implica trascender la finitud material. La meta de una vida filosófica incluye la capacidad de vivir bien en el aquí y ahora, porque el fondo noético de todo filósofo, es decir, el Uno inefable, está presente en todas partes. En términos de cultura egipcia, se trata por tanto de una transición al reino de Osiris (duat) o al cuerpo alquímico de la diosa Nuit (cielo), a veces representada como un templo en forma de vaca (la diosa Hathor). Para un filósofo, pues, aprender a vivir bien es aprender a morir, y esta paideia (educación) filosófica es análoga a la construcción de la tumba real, es decir, la maṇḍala teúrgica de las palabras (hekau) y los espíritus jeroglíficos animados (medu neter), encarnación de las Formas platónicas. Esta tumba filosófica es la propia cripta de iniciación del filósofo, donde se someterá a la transformación alquímica en el templo de Osiris en el duat.

El término griego filósofo tiene equivalencia con el término egipcio mer rekh, que significa amante del conocimiento, es decir, el que busca una teofanía divina con los neteru (dioses) en la henosis. Este elemento teofánico da acceso al espíritu de la sabiduría, cuando el dios Thot está sentado en la punta de la lengua y la diosa Maat en el santuario del corazón. Como todo hierofante de los misterios egipcios, el filósofo busca la resurrección en el reino de Osiris-Ra. La revolución intelectual helénica desencadenada por Pitágoras y Platón modernizó y adaptó este saber egipcio, transformando al antiguo faraón Horus, el theios aner, en el filósofo-sacerdote platónico que busca la unión con los altos principios noéticos (neteru) entrando en la barca de Ra. El Atum-Ra egipcio equivale al Intelecto Divino o cosmos noético (kosmos noetos) de luz espiritual.