terça-feira, 9 de maio de 2023

Los Símbolos en la Teúrgia


La teurgia neoplatónica clásica se ha asociado a la espiritualidad transmitida por los Oráculos caldeos, tanto en sentido cosmológico como soteriológico. Se trata de un debate que sigue abierto. Algunos estudiosos han argumentado que la Teurgia Clásica no es más que la versión helénica de un conjunto de prácticas mágicas y místicas procedentes de diversas tradiciones espirituales que florecieron en Oriente Próximo y Egipto. Una versión teúrgica de diversas ideologías de la realeza que proponían el Estado como espejo del cosmos. Estas tradiciones espirituales y sus tecnologías místicas y mágicas que proponían una armonía entre todas las partes del Alma humana y el continuo del cosmos, es decir, la propia teurgia, se transformó y pervivió como mecanismo de mejora -o enriquecimiento- del Alma y su proceso de salvación, tema sobre el que versa toda la tradición platónica.

Por este camino, la Teurgia Clásica neoplatónica, cuyo exponente más destacado es Jâmblico (245-325 d.C.), sería la helenización de una tradición metafísica común de renacimiento e inmortalidad solar compartida, por ejemplo, por pitagóricos, órficos, dionisíacos, caldeos, babilonios, egipcios y, en Extremo Oriente, védicos.

Dicho esto, tiene sentido considerar la teúrgia no sólo en un sentido neoplatónico, que tiene en cuenta el neologismo acuñado en el siglo III d.C. a partir de los Oráculos Caldeos, sino más simplemente, como la obra de los dioses (theon erga) y la teofanía que esta obra implica. Así tenemos teurgia como:

El poder divino mágico y creador que sustenta e impregna todo lo que existe: el mundo material, psíquico y espiritual. Como veremos más adelante, el teúrgo que se pone a practicar la obra de los dioses no la inicia ni la termina, pues esto no compite a su individualidad finita ni a su posición en el cosmos como Alma encarnada en la materia. Simplemente se convierte en un agente del demiurgo del propio Demiurgo en la obra de los dioses.

Toda la metaestructura eidética del cosmos-estado y su razonamiento de realeza ontogenética y escatológica, apoyada en mitos soteriológicos ritualizados que siguen los ritmos cotidianos del cosmos.

Para que los dos puntos anteriores se acepten como válidos, debe haber una visión del mundo que los apoye. Y la hay: el espíritu y la materia están entrelazados dentro de la misma sustancia. Esta cosmovisión subyace a la propia hierofanía de los dioses en el mundo y, por tanto, sostiene que no hay diferencia entre los dioses y sus imágenes (estatuillas, símbolos o ídolos, estaciones, paisajes, templos, árboles o seres humanos como dramatis personae). Cuando se utilizan como vehículos para invocar el nombre o la esencia de la sustancia de los dioses, se animan, es decir, se transforman mágicamente de una mera imagen material en un ídolo magnetizado o infundido con la sustancia noética que representa. La materia es la manifestación de la Luz noética que suena y da vida; dicho de otro modo, la -o en- el mundo la luz noética vibra e impregna todas las cosas, animándolo todo con vida y sustancia espiritual. Las imágenes sagradas (sinthemāta), de este modo, son vehículos de la presencia de lo divino.

En De Mysteriis, la apelación que Gamblico hace a los misterios de Egipto es clara. En este ensayo, que responde a numerosas preguntas y postulados sobre la teurgia formulados por su maestro, Porfirio (circa 234-304 d.C.), Gamblico apoya la opinión platónica de que la teología egipcia es teúrgica en el sentido de que imita la ingeniería del cosmos y la energía creadora de los dioses como agentes o vectores de fuerza de la gran maquinaria del universo. En la teología egipcia, una acción que está en resonancia directa con el cosmos es una acción ritual, es decir, una acción realizada litúrgicamente. Esta acción, sin embargo, no es individual. En los rituales de la teurgia, los sacerdotes egipcios se identificaban con los dioses. Este tipo de acción ritual está presente incluso en los Papiros Mágicos griegos, donde la conciencia individual es incluso anulada en detrimento de la posesión divina. Los filósofos y sabios caldeos, hermetistas y representantes de la genuina tradición de los Maghdim, no se erigían en ejecutantes individuales de la teurgia, sino sólo en símbolos o máscaras que imitaban la demiurgia del cosmos. Al hacerlo, sólo compartían directamente con los dioses la Obra Divina (theourgia), como vehículos de la misma, no como sus ejecutores, iniciadores o finalizadores. La teurgia ocurre en el continuo perpetuamente como obra de los dioses. El teúrgo se limita a participar en ella a través del ritual. Este punto de vista sobrevivió sobre todo en el neoplatonismo y el neopitagorismo.

La Imagen Sagrada de los dioses, sus sinthemāta, están animados con sus vehículos pneumáticos noéticos y pueden ser, como se ha mostrado anteriormente, árboles, el sol, la luna y las estrellas, montañas, estaciones y puestas de sol, pero también piedras, estatuillas o iconos. En este último caso se puede establecer un paralelismo con la doctrina tántrica del nyāsa, cuyo objetivo es infundir ritualmente prāṇa (esencia vital) en una estatuilla o en el propio cuerpo físico, transformando o transubstanciando su materia densa en un cuerpo divino, simbolizado en el concepto filosófico de āsana, no como asiento, sino como perfección adquirida. Es en este sentido, y no al del asiento, que el Yogasūtra del sabio Patañjali dice que āsana lleva al practicante a volverse inmune a los pares de opuestos. Continuando, una acción que no está ritualizada no es una acción divina, sino sólo un acto secular ordinario. Una acción ritualizada establece un patrón eidético en la mente, haciendo del ejecutante un mediador de la luz neótica entre la materia y los planos de luz y perfección.

La comprensión de lo que es un ritual teúrgico es necesaria para el cierre de nuestro razonamiento. Un ritual teúrgico invoca la perfección divina. Esta es la interpretación de innumerables teúrgos desde la antigüedad hasta nuestros días. Mediante la realización de un rito teúrgico, se abre una puerta que convierte al teúrgo en mediador entre el cielo y la tierra. El propio rito tiene lugar en el reino de los dioses, que lo presencian y participan en él en un continuo eterno, es decir, en la propia demiurgia del cosmos. Esto es lo que hace sagrado a un ritual teúrgico, ya que a través de él el espíritu y la materia se entrelazan dentro de la misma sustancia. De este modo, el ritual da acceso al teúrgo a este entrelazamiento perpetuo de materia y espíritu.

Del mismo modo que un teúrgo neoplatónico se convierte en el dios que invoca, el teúrgo tántrico también asume la forma del dios en iṣta-devatā. Este es el punto crucial de la ritualística teúrgica, cuando el cuerpo del teúrgo se convierte en un verdadero templo, un agalma o imagen viva transformada de acuerdo con la iconografía cultural y ritual. Un teúrgo en su ritual, de este modo, es un agathos aner, una imagen de lo divino mismo y encarnación de la virtud y de todo lo que es bello, armonioso y estable, como una estatuilla de Kouros.

En la Teurgia Clásica Neoplatónica, un símbolo (snmbolon) es un portal de acceso directo y capaz de establecer una conexión inefable con lo divino trascendente representado por él y ésta es la mecánica del talismán. Un talismán en el contexto de la teurgia tiene que ver con una conexión ontológica con aquello que representa, una conceptualización distinta de la concepción moderna en la que el talismán es meramente una representación metafórica de aquello que pretende representar. Un símbolo (sunthāmata) en la teurgia puede ser una piedra, hierbas, huesos, incienso, un encantamiento, himno, música, ritual, texto sagrado o cualquier otro objeto material que esté conectado a una deidad por simpatía y en el amor. Los nombres bárbaros o voces magicae son poderosos encantamientos considerados un símbolo de lo divino trascendente en la teurgia. Estos onomata barbara se consideran nombres inefables, ininteligibles e inexpresables en el contexto ritual o inscritos en estatuillas y otros aparatos rituales como los talismanes. Gamblico explica que los nombres bárbaros son nombres secretos de los dioses y por tanto operan en un nivel de realidad suprarracional, entregados a los hombres por los propios dioses.

Hablando de los procedimientos de la teurgia, Jâmblico sostiene que los rituales teúrgicos son símbolos consagrados a la eternidad y a las entidades superiores. El ritual como símbolo de lo trascendente despierta en el Alma sus cualidades superiores, es decir, activan en el Alma su elemento divino, pues el teúrgo, por medio de los símbolos inefables del ritual, se involucra en el papel hierático de los dioses. En otras palabras, los símbolos del ritual crean un tipo peculiar de afinidad o reconocimiento de su causa divina en el Alma, permitiendo al teúrgo elevarse a los reinos de la luz y la perfección, la morada de los dioses y las virtudes. Los símbolos (sunthāmata), por tanto, constituyen todo el material utilizado por el teúrgo, desde las estatuillas telésticas y los nombres bárbaros inscritos en ellas, la vestimenta sagrada para realizar los rituales, los conjuros pronunciados, etc.